Joe Sacco: “Explotamos el planeta y le devolvemos veneno”
El maestro del periodismo dibujado retoma la investigación de campo en ‘Un tributo a la tierra’, dedicado al cambio climático y la explotación que sufren los indígenas del noroeste de Canadá
A veces, para descubrir la verdad hay que excavar mucho. Lo sabe bien Joe Sacco (Malta, 60 años) que se aventuró cientos de metros bajo tierra. Porque hubo un tiempo, a principios del siglo XX, en que la mina Giant, en el noroeste de Canadá, obraba milagros: quien entraba salía rico. De ahí que los cazadores de lingotes se multiplicaran. Hasta que el río dorado se desaguó y muchos sueños acabaron en quiebra. Igual que había llegado, el negocio se marchó a otro sitio. Pero años de extracción en la mina dejaron una colosal cantidad de trióxido de arsénico, un polvo letal. “Es un peligro biológico”, subraya el dibujante. Ante ello, el Proyecto de Descontaminación local ha optado por encerrar la sustancia en 15 cámaras y congelarlas. Esta solución durará “unos 100 años”. Es decir, ya se encargará la siguiente generación. Y fin del problema.
“Explotamos el planeta y le devolvemos veneno”, lamenta Sacco. “¿Cuál es la cosmovisión de un pueblo que ni reza ni da las gracias, que arrebata a la tierra todo lo que desea y paga su deuda con arsénico?”, se pregunta en su último libro el dibujante. Un tributo a la tierra (Reservoir Books) es un intento de dar respuesta a esa y otras preguntas. Siete años después de La Gran Guerra, el célebre autor de cómic periodístico ha vuelto a la investigación de campo: se pasó un mes y medio entre los denes, indígenas del noroeste canadiense, para descubrir su vida en simbiosis con la naturaleza. Ahí, en primera línea del cambio climático, Sacco se ha interrogado sobre el calentamiento global, el capitalismo, el colonialismo o la explotación. Del medioambiente, y de los seres humanos.
Célebre por sus reportajes ilustrados sobre los conflictos armados en Palestina y Bosnia, Sacco anhelaba cierto descanso. Y se acordó de una invitación recibida años atrás, para visitar aquella comunidad de Canadá. Parecía ser justo lo que buscaba: estaba más cerca de su casa en Portland (EE UU), se hablaba su mismo idioma y, además, no había morteros.
“Quería dejar de dibujar violencia. Pensé que sería interesante contar el cambio climático a través de los primeros afectados. Pero no logro escapar del conflicto. Al revés, se fue expandiendo ante mis ojos”, relata. Tanto así que, tras un primer viaje de tres semanas en 2015, regresó al año siguiente por un periodo idéntico. “No había dado con las entrañas de la historia, debía cavar más hondo”, asegura. Tenía 60 páginas diseñadas, pero desechó “dos tercios”. Un tributo a la tierra cuenta finalmente con 260.
Algunos críticos han afirmado que se trata de su obra “más importante”. Otros como The Guardian, aunque lo han elogiado subrayan que no alcanza “la inmersión” de sus anteriores trabajos. Mantiene, eso sí, ciertas marcas de la casa: blanco y negro, atención al detalle, autorretratos del autor. Y muchas voces distintas, tantas como matices.
Así, el nuevo cómic regala amplio material para el debate. Primero, el ecológico. Porque ese terreno de Canadá ha sufrido una nueva invasión, sedienta esta vez de oro negro. Las compañías taladran, destruyen, se enriquecen, pero emplean a muchos locales. “Les preocupa la defensa del medioambiente, pero esto les da trabajo. La historia y el sistema les han empujado a elegir entre el sueldo de esas compañías o vivir de un subsidio estatal”, dice Sacco. Por eso, los indígenas ofrecen opiniones muy variadas sobre el fracking: ¿demonio o mal menor?
Pero el periodista Sacco también descubrió un segundo conflicto, histórico y más oculto. Porque en lugar del exterminio de los indios que caracterizó a sus vecinos del sur, Canadá prefirió una conquista más sutil: a través de tratados. A finales de 1800, los locales cedieron todos sus derechos por “cinco dólares al año, unas balas y alguna red de pescador”. En el fondo, ellos no lo consideraron siquiera como una renuncia: siempre han creído que la tierra no les pertenece. “Piensan en sí mismos como parte de ella. Cogen algo y se lo compensan con un regalo. Lo entienden como una relación recíproca. Nosotros, en cambio, somos occidentales y nuestra óptica es la de comprar la tierra, venderla o cultivarla”, sostiene.
Reeducación
Durante casi un siglo, además, Canadá impuso una reeducación de los niños indígenas: sacados de sus casas y encerrados en internados, sufrían vejaciones e imposiciones de monjas católicas, empeñadas en anular su identidad por cuenta del Gobierno. “Era el elefante en la habitación. La violencia de Estado repercutió en la vida privada, están muy conectadas”, denuncia Sacco. Nadie reconocía, según Un tributo a la tierra, a los hijos rotos que regresaban al hogar. Y hoy en día los territorios del noroeste multiplican las tasas canadienses de abuso sexual, violencia doméstica, suicidios y adicción al alcohol.
De ahí que Sacco retome su eterna defensa de los marginados: “Me sigue interesando hablar de los infrarrepresentados”. Al fin y al cabo, siempre ha sostenido que no busca ser “objetivo, sino honesto”. Empujado por esa idea, y por una carrera que no acababa de despegar, de joven se fue a la franja de Gaza. Dice que muchos se reían de él: el asunto era demasiado serio como para dibujarlo. Pero Palestina supuso el primer éxito de su trayectoria. Con Gorazde: Zona Segura, sobre Bosnia, demostró que el periodismo ilustrado podía ser igual de valioso. “Por un lado, hablas con la gente para intentar sacar una historia. Y tienes que despojarte de tus pasiones sobre lo que cuentan. No se trata de no tener corazón, sino de honrar su relato y ser respetuoso con el tema que tratas. Pero el dibujo es diferente: ahí se puede volcar toda la emoción”, afirma el creador, que suele tomar notas, fotos y audios, para ilustrar luego sus páginas.
Con esa fórmula, ha recorrido Europa y Oriente Próximo, ha narrado la pobreza en EE UU (en Días de destrucción, días de revuelta) y ahora ha recalado en Canadá. Aunque Sacco sabe que lo suyo es cada vez más raro: “El reporterismo está desapareciendo. Y es la base del periodismo”, reflexiona. “Solo los medios de comunicación ricos sobreviven y tienen dinero para pagar corresponsales que puedan acudir a los lugares. Muchos tienden a ir a lo fácil: gente cuya profesión es tener opinión sobre cosas. Y cuanto más polémicas son las opiniones, mejor, para generar más atención”. Otro conflicto. Pero Sacco tiene claro, esta vez también, de qué lado está.
India, EE UU y América Latina
A sus 60 años, Joe Sacco cree que no le quedan muchos libros. De momento, se encuentra reordenando las notas de su viaje por la India, para narrar las protestas en la región de Uttar Pradesh. Otra obra quiere dedicarla a la teología de la liberación, aquella corriente surgida en América Latina hace medio siglo que tanto le fascina. Y luego está su eterno proyecto sobre los Rolling Stones, del que dice: “Es difícil describirlo. Va de lo que he aprendido y lo que me cuestiono sobre el mundo”.
Más concreto se muestra sobre las elecciones en EE UU: “Quiero que Trump se vaya. Ha sido un peligro para el país y el mundo. Pero no espero nada de Biden. Es un neoliberal, escondido bajo un disfraz amable. Agradeceré verle en la Casa Blanca pero desearé que se marche cuanto antes”.
Babelia
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