El Cristo de Pasolini era experto en chips de ajedrez
El barcelonés Enrique Irazoqui, fallecido a los 76 años, fue un personaje de película en un doble sentido
El barcelonés Enrique Irazoqui fue un personaje de película en un doble sentido: su apasionante vida merece una (comunista clandestino, economista por error, actor, profesor doctorado de literatura en EE UU, experto en computadoras de ajedrez…) y además fue Jesucristo en El evangelio según san Mateo, el filme que Pier Paolo Pasolini dirigió en 1964. Compartió su pasión por el deporte mental con tres artistas célebres: Marcel Duchamp, John Cage y Dalí en Cadaqués (Girona), donde falleció el miércoles a los 76 años.
“Esa película [por la de Pasolini; después trabajó en otras tres, mucho menos conocidas] cambió mi vida para bien”, me contaba Irazoqui en 2002 mientras observábamos desde un alto la frontera entre Arabia Saudí y Baréin, donde él trabajaba como árbitro del duelo entre el programa de ajedrez Fritz y el campeón del mundo humano, el ruso Vladímir Krámnik. Siempre curioso y observador, se fijó en algo significativo: “Lo último que hay en territorio bareiní antes del control de policía es un Burger King, para que los saudíes disfruten de un placer occidental inexistente en su rígido país”.
¿Cómo fue que un estalinista y sindicalista clandestino de 19 años en la España de Franco interpretó a Jesucristo para Pasolini? De padre vasco y madre italiana, Irazoqui viajó a Roma en 1964 con una misión política y acabó en casa de un hombre de quien solo sabía que era director de cine y homosexual. Nada más ver al invitado, y tras dar unas cuantas vueltas a su alrededor, Pasolini halló lo que llevaba dos años buscando: “¡He encontrado a Jesús en mi casa!”. Pero no resultó fácil convencer a aquel joven de clase media alta catalana, educado por los Jesuitas, pero agnóstico recalcitrante. El entorno de Pasolini lo consiguió a través de la escritora Elsa Morante, quien luego fue su gran amiga. “El argumento definitivo fue que podría donar al sindicato el dineral que iban a pagarme”, recordaba 38 años más tarde en Manama (Baréin).
Ciertamente, esa película cambió su destino. Tras cometer “el primer gran error” de su vida, estudiar economía porque Marx había dicho que era el motor del mundo, y ser represaliado en España —"Antes de la película, cuando me detenían me daban menos hostias que a los demás porque era hijo de papá; después, me pedían disculpas"—, decidió cursar literatura en la estadounidense Universidad de Minneapolis, donde ya estudiaba Beatriz, su segunda esposa: “Necesitaba recomendaciones sólidas para ingresar. Llamé a Elsa. Y me consiguió cartas de Sartre, Simone de Beauvoir, Alberto Moravia, el propio Pasolini… Me aceptaron de inmediato”.
El ajedrez le sirvió para conocer a Dalí, a su esposa Gala, a John Cage y, sobre todo, a Marcel Duchamp —"El ajedrez me absorbe tanto que la pintura me interesa cada vez menos", decía el artista—, con quien jugó muchas partidas en el café Melitón de Cadaqués.
Más tarde, dedicó mucho tiempo a las máquinas de ajedrez, en las que veía el combate entre el humanismo y el futuro: “Lo que IBM y otros aprenden con el ajedrez, lo aplicarán después en campos esenciales de la ciencia. Eso nos facilitará mucho la vida para que podamos dedicarnos a cosas realmente importantes, como pescar y leer”.
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