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Bienal de Flamenco
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tres guitarras para el baile infinito de Rocío Molina

La malagueña impacta con el extracto de su ‘Trilogía de la guitarra’ en la XXI Bienal de Flamenco de Sevilla

Rocío Molina con el guitarrista Rafael Riqueni durante la interpretación de 'Uno' el 6 de septiembre en el Teatro Central de Sevilla durante la Bienal de Flamenco.
Rocío Molina con el guitarrista Rafael Riqueni durante la interpretación de 'Uno' el 6 de septiembre en el Teatro Central de Sevilla durante la Bienal de Flamenco.Claudia Ruiz Cano

Pocas artistas tienen su osadía: en el mismo espacio, donde hace dos ediciones de esta cita sevillana ofreció cuatro horas de improvisación, la bailaora malagueña Rocío Molina ha presentado —dos sesiones en un solo día— un extracto de lo que será su ambiciosa Trilogía de la guitarra, un estudio de danza con fondo de sonantas, que se presume muy meditado y trabajado y que la artista hace corresponder con su personal estado anímico y creativo tras la todavía cercana maternidad. Molina ha hablado de pausa y de búsqueda de naturalidad para, de esa forma, aspirar a una mayor profundización expresiva. Nada nuevo en Rocío, siempre en incesante búsqueda, aunque, en esta ocasión, la propia naturaleza del proyecto acabe por determinar su expresión.

Escuchar los diferentes ecos de las cuerdas, bailar a sus sones y aportarles movimiento con una infinitud de formas dancísticas constituye todo un reto poblado de variantes, las que aportan los tres guitarristas elegidos. Para cada uno de ellos, Molina ha adecuado su movimiento buscando una sintonía, una comunión en lo esencial, y el vehículo con el que ir desgranando los inacabables recursos que pueblan su vasto universo expresivo. Una obra aún inacabada, que, pese a su lozanía, nunca deja de reflejar su tremenda inquietud y su poliédrica personalidad artística.

La bailaora fue integrándose en la música de Rafael Riqueni lentamente, con un pasmoso dominio de los recursos y de los tiempos. Fue de una belleza deslumbrante

Con Rafael Riqueni, la intención pareció fluir de forma natural y presidida por un respeto y un cariño mutuo y reverencial. Se inició con una parte que estuvo dominada por el lirismo de la obra del guitarrista Parque de María Luisa. Fue el espacio para el recogimiento y un diálogo artístico cercano al intimismo, de una deslumbradora belleza. La bailaora fue integrándose en la música del guitarrista lentamente, con un pasmoso dominio de los recursos y de los tiempos. Los giros de muñecas dieron paso al movimiento gradual de brazos, caderas o piernas —apenas un golpe de tacón—: todo su cuerpo se abrió a la cadencia de la guitarra mientras el baile crecía con continuados giros, con cambrés insertados con espontánea desenvoltura, y con la incorporación de otros elementos, como los abanicos, que imitarían el vuelo de unos pájaros, los mismos que antes evocaron las cuerdas de Riqueni y el propio silbido de la bailaora.

Tras un impresionante toque por soleá en solitario del maestro, entró Rocío arrancando los velcros que adherían al suelo la loneta blanca que había puesto sordina a su danza. Solo cuando el guitarrista, desde un ángulo nuevo, abordó su conocida adaptación de la marcha procesional Amargura, de Font de Anta, se pudo comprender la razón: Rocío acompañaría la música sirviéndose del pesadísimo lienzo —ahora iluminado con tonos rosáceos— para componer con ella una indescriptible sucesión de figuras, en unos momentos afines al motivo de la composición, y en otros con referencias plásticas al barroco sevillano. Tan impactante como sobrecogedor.

Otro momento de la actuación de Rocío Molina.
Otro momento de la actuación de Rocío Molina.Claudia Ruiz Caro

Por la tarde noche, nada podía ser ya lo mismo. Las guitarras marcan la diferencia, pero no solo: la intención de la bailaora es distinta y otra su expresión, aunque siga escuchando la guitarra. La de Trassierra transporta esencialidad junto a armonía, y la danza de Molina se torna más expansiva mientras se abre a nuevas geometrías. Tras tantas batallas compartidas, se percibe la compenetración de ambos en el baile de una farruca que sorprende en matices, y que ella convierte en enigmática con la incorporación de un acharolado sombrero que oculta su rostro. Se incorpora la fresca guitarra de Yerai Cortés y la bailaora marca su momento más flamenco con una perfecta sincronía, un deslumbrante cambré y un zapateado de impresión.

Cortés, en solitario, sorprende con un toque de fuerte personalidad: dominio del tiempo, de los silencios y los contratiempos junto a un uso inteligente de la arzapúa. Crea la atmósfera perfecta para que Molina entre de nuevo en escena, esta vez vestida con bata negra de cola para un baile por soleá que transporta esencias de corte clásico: por ejemplo, una escobilla en la que se regodea con gusto. A la postre es ella, la que encandiló con sus formas bailaoras aún adolescente, pero sin dejar de crecer. A la espera de la tercera y última parte de la trilogía, cerró el espectáculo con un golpe de suspense, entre risas, tras una máscara, dentro de un colorista traje de resonancias niponas.

Trilogía de la guitarra

Compañía Rocío Molina. Inicio (Uno). Baile: Rocío Molina. Guitarra: Rafael Riqueni.

 

Dirección de arte: Julia Valencia. Espacio escénico: Antonio Serrano, Julia Valencia, Rocío Molina. Diseño de iluminación, animación y proyecciones: Antonio Serrano.

 

Teatro Central, 6 de septiembre. 13 horas

 

Compañía Rocío Molina. Al fondo riela (Lo otro de Uno). Baile: Rocío Molina. Guitarras: Eduardo Trassierra, Yerai Cortés.

 

Teatro Central, 6 de septiembre. 21 horas

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