Ignacio Martínez de Pisón: “Los escritores realistas estamos desactualizados”
El escritor recrea en ‘Fin de temporada’ la vida de una madre soltera en los años setenta y de su hijo
Ambos eran demasiado jóvenes para tener aquel bebé. Así que iban camino de Portugal para abortar cuando tuvieron un accidente de coche. El padre del niño murió en el choque, y ella no llegó a Portugal. La década era la de los setenta —finales— y ¿qué pudo ocurrir con ella a continuación?
Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 59 años) reconstruye el mundo al que se vio expuesta aquella joven madre, en una España “en la que aún podía sentirse la huella de la Inquisición”, para imaginar un posible final que es a la vez uno de los caminos que la historia pudo tomar, y lo más parecido a “una pequeña tragedia griega” que ha escrito nunca.
Fin de temporada (Seix Barral) es una historia familiar, pero una en la que solo caben dos: madre e hijo. Y también es una historia de España. La historia de una España que pareciendo muy lejana, está a la vuelta de la esquina. ”Lo primero que pensé fue que huiría de su ciudad, porque era una ciudad pequeña y no podría evitar que la juzgasen doblemente: por ser madre soltera y por haber querido abortar”, dice el escritor.
Fue así como nació el personaje de Rosa, la dueña del camping La Florida, la madre de Iván, el chico que no tardará en descubrir que jamás podría haber conocido a su padre, porque si no hubieran tenido el accidente, el que no estaría en el mundo sería él. “La de Rosa es una historia de huida, ella escapa de un ambiente tóxico, rompe amarras, intenta dar esquinazo al pasado, sin pensar entonces en que no importa lo que hagas porque el pasado siempre te alcanza”, apunta Pisón, que cree que a eso debe sumársele la condición de novela de aprendizaje porque “eso es para Iván”.
Porque la historia tiene dos principios. Uno a finales de los setenta, cuando se produce el accidente, y otro a finales de los noventa, cuando Iván empieza a querer separarse de su madre. No es solo que vivan juntos, es que incluso duermen juntos y, como dice Mabel, la socia de Rosa en el camping, siempre están tocándose.
No lo dice con mala intención, pero sí con la intención de que su amiga deje respirar a su hijo, que no va a tardar en rebelarse, abandonando el instituto y el camping, y poniéndose a trabajar en una de las centrales nucleares que hay en Tarragona. “El de Rosa es un amor absorbente, y tiene algo de incestuoso, porque Iván se parece tanto a su padre que se lo recuerda todo el tiempo”, dice el escritor. De manera que es como si hubiera vuelto a la vida.
Sin haber sido Martínez de Pisón “muy de campings”, como admite él mismo, apenas unos cuantos, en los que pernoctó cuando “viajaba por Europa con amigos, de joven”, decidió que esa forma de vida provisional sería la menos provisional para sus protagonistas porque “funciona como una metáfora de sus propias vidas”. Los cimientos son inestables, pero el atractivo es mayor.
“Las telas de colores de las tiendas de campaña se contraponen a los muros de las casas ocres de Plasencia —la ciudad de la que proviene la madre— y a los edificios rojos de Toulouse, el sitio en el que Iván podría tener una oportunidad”, dice el autor de El día de mañana, que no cree que Fin de temporada pueda convertirse, como aquella, en una serie. “No hay tantos personajes, sería una película”, dice.
El virus de Netflix
Y cuando vuelve atrás, en sus historias, ¿lo hace para entender lo vivido, para resituarse en el presente? “Intento dar tantos detalles como sea posible. A veces incluso tomo nota de los negocios de la época. Tengo muy claro que la misma historia en la misma época hubiera sido muy distinta de ser en Zahara de los Atunes y Portugalete en vez de en Plasencia y Miami Playa. Traslado realidades y debo ser fiel a ellas. Como escritor realista tengo una ventaja: podemos ir tomando cosas de la realidad para completar el paisaje. En este caso, mis recuerdos me valían, y a la vez dibujaban dos Españas muy distintas. Porque como decía Alfonso Guerra, a la España de finales de los noventa, comparada con la de los setenta y antes, no la reconocía ni la madre que la parió”, contesta.
Sus maestros han sido, dice, no tanto los realistas españoles sino los americanos, con John Cheever a la cabeza, aunque unos y otros tienen hoy un problema, relacionado con la pandemia. Y es que “a la única ficción a la que ha beneficiado este virus es a la televisiva. Está viviendo un momento glorioso. Parece que el virus lo haya inventado Netflix”, dice.
También dice que respecto a lo de contar la realidad, al realismo del que habla, “las series son las que mandan hoy”. “Te cuentan a la vez presente, pasado y futuro. Los escritores realistas estamos un poco desactualizados en ese sentido. La tele lo hace mejor de lo que hizo Galdós, o de lo que lo hacemos hoy Almudena Grandes y yo”, explica el escritor.
Babelia
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