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El homenaje de un trompetista de jazz a otro

Dave Douglas rinde tributo a la leyenda de Dizzy Gillespie en su nuevo álbum. El trabajo supone el debut discográfico de un grupo que reúne músicos de distintas generaciones

Dave Douglas en el London Jazz Fastival de 2014 y Dizzy Gillespie en Chicago en 1995.
Dave Douglas en el London Jazz Fastival de 2014 y Dizzy Gillespie en Chicago en 1995.Getty y Paul Natkin

A veces, incluso en un género tan dispuesto a asimilar nuevas propuestas como el jazz, el exceso de producción juega en contra de un artista. No porque este exceso afecte a la calidad inevitablemente —aunque, de hecho, a menudo así sea—, sino por la dificultad que entraña para el aficionado seguir exhaustivamente a algunos músicos de incontenible capacidad creativa. Dave Douglas (Nueva Jersey, Estados Unidos, 57 años) es un buen ejemplo de ello: solo en los últimos cinco años ha publicado más de una docena de álbumes como líder con proyectos diferentes.

Una hiperactividad que hace que en ocasiones sea complicado seguirle el ritmo, lo cual es una verdadera lástima porque, por difícil que pueda parecer, todos esos proyectos son, como mínimo, interesantes. Pero algunos destacan por encima de los demás, como su faraónico proyecto de ocho discos Brazen Heart Live at Jazz Standard, la pareja de álbumes de inspiración política y social Uplift y Engage, y su más reciente álbum, en el que presenta un nuevo grupo para recuperar un viejo concepto.

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Entre 1995 y 2000 Dave Douglas publicó tres excelentes álbumes-homenaje inspirados en las figuras de Booker Little (In Our Lifetime), Wayne Shorter (Stargazer) y Mary Lou Williams (Soul On Soul). El concepto de los mismos no implicaba la consagración al cancionero de los homenajeados (la mayoría del repertorio se basaba en originales de Douglas), ni mucho menos la inspiración estética de sus estilos, sino que partía del estudio y asimilación de su legado, siempre desde la perspectiva del trompetista y compositor, que se servía de la inspiración que los maestros habían ejercido en él para construir un discurso eminentemente propio.

Veinte años después, el trompetista recupera la esencia de aquella forma de acercarse a una importante influencia para él con este Dizzy Atmosphere, una homenaje al gran Dizzy Gillespie cuya mayor virtud es no sonar en absoluto a él, sino al Dave Douglas del siglo XXI: un intérprete maduro, con personalidad, ideas claras, y una gran capacidad de liderazgo.

A sus 57 años, y como ocurre con los más grandes (mismamente, y salvando las distancias, como Miles Davis o el propio Gillespie en su momento, o como Wayne Shorter hoy), Douglas, uno de los mejores del jazz estadounidense contemporáneo, ha desarrollado como pocos la capacidad de captar y dar voz a nuevos talentos, ayudándolos a crecer y desarrollar su propia voz: desde Donny McCaslin a Anna Webber, Matt Mitchell o Linda Oh, ser fichado por Douglas para sus grupos es señal inequívoca de excelencia y enorme potencial.

En ‘Dizzy Atmosphere’ el trompetista empieza de cero, ejerciendo una visionaria labor de reclutamiento para formar un grupo que acaba resultando el punto más fuerte del disco

En Dizzy Atmosphere el trompetista empieza de cero, ejerciendo una visionaria labor de reclutamiento para formar un grupo que acaba resultando el punto más fuerte del disco: por encima de las composiciones, de la inspiración o de la propia figura de Douglas, esta nueva formación del trompetista es un milagro intergeneracional en el que confluyen músicos veteranos (como él mismo y su viejo amigo, el baterista Joey Baron), brillantes nombres aparecidos en los últimos años, como el portentoso pianista Fabian Almazan o el guitarrista Matthew Stevens, y debutantes como el trompetista Dave Adewumi o la contrabajista Carmen Rothwell. Todos ellos construyen, dirigidos por Douglas, una formación en la que es tan importante lo que ocurre en el fondo, a manos de Almazan —extraordinario también en sus solos—, Stevens y la sección rítmica, como en la primera línea, en la que las trompetas de Douglas y Adewumi generan interesantes texturas aprovechando la similitud tímbrica y una química evidente entre ambos.

El disco emerge como una obra redonda, que fluye sin altibajos de principio a fin, y revalida la posición de Douglas como uno de los tipos más activos del jazz actual que, además, sigue creando proyectos estimulantes y reinventándose con éxito. El trompetista sostiene que su idea es dar por finalizado un grupo después de grabar tres o cuatro discos con él; con su último gran quinteto (junto a Jon Irabagon, Matt Mitchell, Linda Oh y Rudy Royston) supuestamente desmantelado, esta nueva formación tiene potencial para ser su próxima gran banda regular. Y promete música de primera.

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