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Nélida Piñón: “El pánico ha tenido una fuerza poderosa, más que la pandemia”

La escritora brasileña, premio Príncipe de Asturias, habla de la situación de su país y de los efectos del coronavirus

Juan Cruz
La escritora Nélida Piñón, en Madrid en 2019.
La escritora Nélida Piñón, en Madrid en 2019.Andrea Comas

Nélida Piñón (Río de Janeiro, 83 años), premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2005, escribió una ficción prolongando la metáfora de Sherezade en Voces del desierto. Ahora, mientras ocurre en su propio país la terrible consecuencia de la pandemia, confía también en que la ficción, el relato, sean útiles para afrontar un drama que el mítico personaje al que ella dio voz superó gracias a su capacidad de contar para vencer la opresión y el agotamiento. Ella sigue escribiendo. Está por salir en Alfaguara su última obra, y aunque esta es su tarea principal, inventar, no deja de dolerse por lo que ocurre en su tierra y en el mundo. De esto habló por Skype, desde su casa en Río de Janeiro, avisando de que “Brasil vive un momento de rencor generalizado”, al tiempo que exhibe lo que está a la vista de su estudio, “lleno de pilas de papel, originales, toda mi vida creativa está aquí dentro”.

Pregunta. ¿Qué es su vida creativa ahora?

Respuesta. Es la capacidad que tengo de agregar a mi vida todo lo que está afuera. El creador trabaja a partir de lo que existe y de lo que existió. Soy una mujer que cree que solo se puede ser contemporáneo si se es arcaico. Yo navego en las aguas de los griegos, de los persas, de las Américas y del mundo. No hago una distinción profunda de dónde estoy, quién soy o de qué época.

P. Este periodo se parece al que combatía Sherezade, que hablaba para que no se cumpliera la condena. Ahora se vive una condena y conversamos para que no caiga la noche…

R. La humanidad siempre padeció tremendas dificultades. Nunca hubo una época fructífera, solo instantes de celebración, pero cada vez que la humanidad fracasa seguimos adelante. Ahora se habla de la globalización, pero ya los vikingos empezaron ese proceso; y lo hicieron los griegos con Alejandro, los bucaneros ingleses del Caribe y los extraordinarios globalizadores portugueses. Siempre fue así. Todos abrieron espacios para la globalización. Lo que sucede es que hoy vendemos nuestra libertad de individuos patrios por objetos perecederos sin ningún valor. No tengo miedo, en fin, del daño que pueda pasar, porque lo peor ya está pasando.

P. ¿Qué ha sido lo peor de lo peor?

R. Si no nos damos cuenta de la fuerza de esta advertencia histórica que amenaza a la civilización, es que no estamos preparados para sobrevivir. Hay que estar preparados para salir de esto e intentar ver qué impide nuestra supervivencia. Por detrás de todo esto estamos viviendo una explosión demográfica. La tierra tiene dificultades para abrazar 8.000 millones de personas. Nadie quiere quedarse en África, o en Europa, nadie quiere quedarse donde está, siempre estamos buscando un lugar en el que se pueda asegurar la fortuna… Más que desplazándonos geográficamente lo estamos haciendo en espíritu, y en esto veo insatisfacción, necesidad, infortunio extraordinario. Como si no tuviéramos futuro, nos empeñamos en borrar los hechos del pasado. El pasado no se destruye, pero sí hay que corregir los desvaríos del presente.

P. ¿Cómo calificaría este momento moral de la humanidad?

R. ¡La humanidad nunca tuvo código moral que nos sirviera a todos! Los códigos que tuvimos servían a algunos, a los dueños del código, a los que los escribieron y no a los que padecían los horrores de ese código. Desde la Biblia, los códigos beneficiaban solo a una parcela de la población. Los demás eran esclavos de la voluntad ajena… Lo que veo hoy es una desunión que privilegia intereses propios. La Unión Europea tardó mucho en ayudar; tuvo y tiene miedo de la segregación, de que puedan surgir otros Brexit. Igual que en América, nosotros no estamos unidos, hay intereses.

P. Tiene usted mucha relación con Galicia, con España. ¿Cómo ha vivido, desde Brasil, la situación de este país?

R. Ha sido un gran dolor, pero de alguna manera los dolores que salían de Italia prepararon para las futuras tragedias. Italia nos advirtió: prepárense. Cuando la tragedia llegó a España, imagine lo que he sentido… ¿Cómo podía pasar eso en Europa? Se suponía preparada para entrar en el edén, en el paraíso económico y en la justicia. La gente se creía bajo las bendiciones de un dios económico, poderoso. Yo me di cuenta de que esto se arrastraría por todo el mundo, pero que sembraría menos pánico. El pánico ha tenido una fuerza poderosa, más que la pandemia, quizá. Veremos, porque hay muchos misterios, mucho que no sabemos y muchas verdades que saldrán de los laboratorios farmacéuticos porque no nos dicen lo que está pasando.

P. Susto del mundo, pues.

R. Los brasileños estamos muy golpeados, el mundo entero está asustado. Ahora, además, asusta esa palabra española, brote. Es impresionante su sentido simbólico. El brote nos está estableciendo nuestros límites. A partir de ahora no tenemos libertad, porque somos víctimas del próximo brote. No se puede gozar bajo la tutela del brote.

P. ¿Cómo ha vivido usted la situación en Brasil?

R. Como todos, lo he visto con visión crítica y muy dolorida. Tener un gobernante que no se da cuenta del peso de la pandemia y de lo que está pasando en el mundo es una enorme tristeza. Los fracasos que llegan de Brasilia nos educaron desde mucho tiempo para el sufrimiento. Es como si se pudiera esperar lo peor de Brasilia. Es un cáncer que empezó hace mucho. Llego a la conclusión de que las administraciones se imponen a favor de sus intereses y no de los del pueblo. Siento un profundo descrédito del poder, como el que ahora vive Brasil.

P. ¿Vale hoy en Brasil la opinión de una intelectual como usted?

R. No creo mucho en el poder del intelectual. La gente hoy tiene mucho más en cuenta al que sale por la televisión que el que habla desde un libro. Brasil se vuelca en sus propios intereses con una visión parroquial. Hoy no tiene grandes políticos, grandes oradores, personalidades en las que confiar, que expresen las necesidades reales. A mi juicio, los políticos son un fracaso. Como intelectual me doy cuenta de mis limitaciones, pero sé que mi deber es seguir creando, escribiendo. Mi deber como intelectual brasileña es seguir produciendo libros, teniendo la independencia total, estética, moral, sin miedo a la histeria.

P. Han tenido ustedes ahí un espectáculo político intenso: la riña entre el presidente y el ministro de Justicia que ayudó a llevarlo al poder… ¿Qué sintió ante tal vodevil?

R. Moro tampoco es inocente. Bolsonaro es una figura por la que no tengo ningún respeto, pero me parece que Moro se reconcilió con sus enemigos. Hoy miro a Moro con cierta prevención. Pero es de todas maneras un personaje. Quizá deba escribir una novela sobre la tragedia del poder, aunque no sé si podría escribir sobre un personaje como Bolsonaro.

P. En esa tragedia de personajes resurge Lula, que fue tan premiado en España. ¿Cómo ha visto su relación con este momento?

R. No hace falta que hable de Lula. Manchó su biografía hasta entonces respetada. Lula y la élite política brasileña son responsables por el cuestionable Gobierno de la presidenta Dilma y por la elección del presidente Bolsonaro. Sus conductas, aparte de sus hechos administrativos, provocaron una total incredulidad en el electorado brasileño. Una profunda tristeza.

P. ¿Cómo siente, en sentido metafórico, en este tiempo difícil, que suena la música de Brasil?

R. Puede ser una conjugación de todos los acordes musicales del mundo. Los brasileños somos muy musicales, pero quizá no hemos hecho la música que pueda despejar lo que estamos padeciendo: miseria, falta de empleo, inseguridad ante el futuro, descrédito del poder y de las instituciones… Lo que Brasilia produce no está a favor del pueblo. Es natural que estemos tristes y que miremos de forma desapegada al poder.

P. ¿Se observa el país ahora como una armonía rota?

R. A lo largo de la historia de Brasil siempre hubo fracturas, como en cualquier país, pero además de la tragedia este es un país alegre. Solo necesita administrar esa alegría de modo que no se pierda en las exaltaciones. Hay que ser alegre y triste, alternar un poco. No se puede ser alegre todo el tiempo. Cuando pasas a ser triste es cuando puedes corregir la realidad. Brasil tiene una historia muy fascinante, pero a la vez otra de desapego de la realidad del pobre. Tendremos que hacer correcciones dramáticas. Tenemos racismo; todo el mundo es racista y Brasil lo es porque somos herederos del racismo del mundo, de Europa, de Estados Unidos… No lo inventamos, lo heredamos y naturalmente nos pareció que beneficiaba a las élites. Es un país que tiene una integración geográfica extraordinaria, no nos pasaron las fracturas bolivarianas, tenemos una lengua deslumbrante que supo permitir que cada rincón creara neologismos; una literatura muy rica, artistas, cineastas, y ese pueblo de la samba, las canciones populares en las escuelas, un arte extraordinario. Por tanto, es un país que tiene mucha hegemonía y posibilidad de defender sus estatutos históricos.

P. Y ahora sufre.

R. No me gusta mucho la noción de sufrimiento, no creo que sea necesariamente redentor. Creo que el sufrimiento es traumático muchas veces, impide que puedas pensar, crear. Por eso apuesto por un futuro de Brasil que no merecerá el silencio, vendrán grandes transformaciones y espero que sean benéficas, no totalitarias, ni de izquierdas ni de derechas.

P. El país del futuro, y siempre lo será, como decía Stefan Zweig.

R. Él solo dijo que era el país del futuro… ¡Pero el futuro está tardando mucho! El futuro es abstracto, inaudito, solo vale el presente que vamos viviendo, y ojalá no tengamos que disfrazarlo para que parezca de oro, o más justo, más poderoso, sino que venga gracias a la industria, a la banca, a la extraordinaria agricultura brasileña que hoy alimenta a un cuarto de la humanidad… ¡El mundo va a comer gracias a Brasil! Es un país que no puede ser periférico porque no tiene esa vocación.

P. Ese optimismo suyo está en uno de sus últimos libros: “Me falta vocación para ser triste”.

R. Tengo momentos tristes, porque si no estaría desconectada de la realidad. Soy estudiosa de la historia, leo los siglos con un placer inmenso y sé cuál es la historia de la humanidad. Una historia absolutamente desencontrada, que alterna tragedias, genocidios… Europa es Europa de milagro, sufrió invasiones por el Danubio, los mongoles llegaron por Hungría, todos los pueblos se desplazaron, cada uno puso su historia, su génesis, su sangre, su lengua. Muchas de nuestras lenguas vienen del latín, pero otras están escritas a sangre, impuestas mediante tanta gente asesinada, hecatombes históricas, invasiones. No se puede considerar que Europa sea un territorio suave, agradable, deslumbrante. No. Nació de las lágrimas, como nosotros, matamos indios, fuimos terribles con los negros…

P. Como señala esa rodilla de un hombre que asfixia a otro en Minneapolis.

R. Es la prueba de que los americanos nos superaron en racismo. Es terrible, como si aún estuviera entre nosotros el Ku Klux Klan: somos capaces de odiar a un negro por su piel. Pero somos racistas con los negros igual que con las mujeres, no soportamos a quien es distinto, al vecino. Ese “No puedo respirar” es un himno del horror humano, somos capaces de todo. ¿Y para qué? ¿Para sobrevivir o para imponer nuestra voluntad? No matamos solo por el pan nuestro y de nuestros hijos. Matamos por un espacio que tiene que ser únicamente nuestro.

P. Su padre le enseñó a regalar flores y libros. A estas alturas de la vida, ¿qué regalo espera?

R. Las flores y los libros de mi padre son la memoria de mis ancestros. Lo que realmente considero un regalo, más que estar viva, ha sido el esfuerzo de entender por qué estoy en la tierra y el esfuerzo de la tolerancia. Eso es lo que más quiero. Y, evidentemente, otro regalo que quiero es seguir escribiendo.

P. La tolerancia, qué esfuerzo difícil.

R. Brasil vive un momento de rencor generalizado. Lloro ante estos sentimientos exacerbados.

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