_
_
_
_
_

Las tres cartas de Carl Einstein a Joan Miró: “Usted es uno de los rarísimos especímenes que son francos. Esto hace falta aquí”

En estas misivas se aprecia la desesperada situación por la que pasaba el autor e historiador. “Considero el suicidio como la solución más lógica y fácil”, escribe

Joan Miró con Henri Matisse
Joan Miró con Henri MatisseAJUNTAMENT DE GIRONA (<MC>[AUTFOTO]ARXIU I BIBLIOTECA RAFAEL I MARÍA TERESA SANTOS TORROELLA)

Dentro de la colección de arte del crítico Rafael Santos Torroella (Port Bou, 1914 — Barcelona, 2002), comprada por el Ayuntamiento de Girona en el 2014 cuando Carles Puigdemont era alcalde y rodeada de polémica (pinchar aquí) hay tres importantes cartas de Carl Einstein a Joan Miró. Las reproducimos aquí...

- París, 3 febrero 1932

3, Av. Champaubert..

Mi querido amigo.

Gracias por sus cartas. Disculpe que haya tardado tanto en responderle, pero trabajo mucho. La semana que viene creo que estaré un poco más libre, entonces escribiré a varias personas y quizás logremos hacer algo. Aquí hay una calma un poco ridícula. Cerradas las cajas fuertes, la mayor parte de los cerebros se han paralizado: crisis moral de primer orden. No es sorprendente, vista la evidente corrupción de los intelectuales. Solo hay actividad si la imaginación va envuelta en billetes de banco. Estamos rodeado de sepultureros por todas partes. Amigo mío, que los intelectuales son en general crápulas es algo exacto.

Yo trabajo mucho y muy tranquilamente. ¿Tiene usted el último número de Cahiers d’Art, es realmente una broma este postimpresionismo cacosopoético a lo Carrière. Usted está allí en buena compañía, comenzando con el piadoso católico Cézanne. Aparte de esto, nada nuevo. ¿Le han enviado los dos últimos números de la Révolution Surréaliste, que por cierto dan una impresión muy incoherente? Mi Historia del Arte a pesar de todo va bien, todo lo bien que puede ir.

He aquí una carta larga y mis mejores deseos para usted y su mujer de parte de nosotros dos,

amistosamente suyo

Carl Einstein

Perdí una ocasión con Pierre, pero lo veré ese día.

- 12 de octubre, 1932

3 av. de Champaubert

Mi querido Miró; al fin le escribo. Pero qué. Aquí todo está bien muerto. Lo más grave no es que los negocios no vayan bien, sino que tengo la impresión de que la gente no sabe acomodarse a esta crisis, que están asfixiados, fantasmales, que hiede un poco por todas partes. Los intelectuales muestran el lado reaccionario de la estética, los prerafaelitas reprimidos, horrible, incluso los suicidios se cometen con la discreción de un pequeño burgués que no se atreve a incomodar. ¿Los consagrados? Mitos muy personales, cultos momificados, entre prostitutas de baja costura y rellenapapeles gratuitos.

Las personas con fantasía estarán perdidas durante mucho tiempo, puede que las poéticas revolucionarias cosquillearán aún algunas semanas felices y verlanianas a las muchachas y a las divorciadas maduras, políticas de Verlaine sin aperitivo. Es posible que algunos clubs sagrados o fusiones revisteriles preparen el nuevo espíritu de a diario. Fuera de esto, una nadería plana, un vacío estable y bien establecido. La pintura ha envejecido, amigo mío, como una viuda que ha parido demasiado. incluso los guardias rurales declinan el paisaje cubista etc. Desmoronamiento general y certeza de pompiers avezados. Lamento no haberme quedado en el campo. Rosenberg hará su exposición Masson aquí. En fin, esto no cambiará nada. Después se verán los dibujos del difunto Degas para agentes de cambio y propietarias de meublées. Ya ve usted cómo paso el tiempo. La gente envejece en el vacío. Yo estoy con un libro, una novela, ¿pero quién leerá dentro de un año? En fin, los placeres privados. Ya no puedo entender las divagaciones de los talleres, pero me alegraría verle pronto a usted y su obra. Ya estoy harto de estos modernismos sin riesgos; todos me parecen funcionarios jubilados que cultivan sus berzas con su propio meado, onanistas sin encanto. ¿Algo nuevo? Lo nuevo ha muerto y lo nuevo es tan viejo. Pongamos fin a este discurso rosa; iría bien un temblor de tierra y de Venus; aunque temblaría como un pastel podrido.

A pesar de todo, trabajo y sigo, así que estoy bien. Me gustará verle en París. Haga una exposición. Falta tanto coraje en su oficio, y usted lo tiene. Todo lo mejor para usted y su mujer. Déle a baby un tierno cachete de mi parte y hasta pronto.

Carl Einstein

- 29-V-1935

Mi buen amigo Miró:

Discúlpeme que no le haya escrito, pero Lyda, como usted sabe, ha estado estos meses enferma, después tuve que acabar mi libro y ahora me pregunto cómo pasar el verano, pues el momento -hay algún buen momento- es duro. En fin, yo no veo a casi nadie. Primo; la mayoría de la gente me importa un comino. Qué desbarajuste. Este entramado de artimañas que lo domina todo me disgusta. Qué desmoronamiento. Hijo mío, puede estar contento de vivir lejos de todo esto. Todo se ha enturbiado. Por un lado, los escritores, yo incluido, ya no viven de su trabajo. Para escribir hay que ser macarra o rentista. Yo no soy ni lo uno ni lo otro, así que es la catástrofe. La gente se muestra asombrada o irritada, cuando un tipo como yo, que siempre ha vivido de sus libros, querría a cualquier precio seguir haciéndolo. Y cuando no perteneces a ningún club con seguro de la mutua, es casi imposible apañárselas. Estoy harto de eso que se llama la industrial intelectual. Mejor reventar.

¿Lo nuevo? Una exposición de Dérain, qué cambalache, basura, entre el grand salon y los ballets rusos, pero van todos. Desde el punto de vista intelectual es el vacío. Los surrealistas navegan como siempre entre un comunismo de escaparate y un esteticismo de antes de la guerra; entre Freud y Marx; después tenemos a los artistas revolucionarios, la mayor parte condecorados. En fin, ningún libro que haya salido. Es la debacle. Yo, me digo, es el fin de mi oficio. De hecho, me desmorono poco a poco. Qué quiere usted. El ambiente está lleno da malentendidos, ninguna fuerza que actúe francamente, y si usted da su opinión, se arruina. Sinceramente, estamos siendo devorados por los pequeños mercachifles. Se ha hecho una exposición negra en Nueva York. Braque me ha contado que los comerciantes negros han quitado los sexos. Tanto mejor, harán consoladores. Todo el mundo es archicomedido, porque nadie tiene una opinión contundente. Querría estar muerto. Vendo mis muebles, dejo el apartamento, pues ya no quiero estar atado a ningún sitio. Lo mejor es estar dispuesto a largarse. En estas circunstancias considero el suicidio como la solución más lógica y fácil. Lo que uno cree y lo que es su vida son cosas que no casan. Todo apesta. Los actos, gratuitos. La vida, inútil.

Evidentemente, yo escribo en una lengua muerta. En París sólo quedaba una persona que podía leer mi nuevo libro. Creo que lo traduciremos, pero qué situación, una traducción es como si solo se expusieran las fotos de sus cuadros. Todo esto, esto no puede continuar.

Los Werner son muy infelices en Alemania. Les han confiscado los Klee, así que, ya ve usted, los Werner me escriben que no tiene el menor sentido discutir con esa gente. Todo eso acabará mal para nosotros, los alemanes de izquierda. Lo veo claro, estamos perdidos, sin lugar a dudas.

Ahora entiende usted por qué no escribo cartas. Estoy jodido y no quiero transmitir mi malhumor a los demás. No hable demasiado de todo esto a los otros, no incumbe nadie. Lo más chocante, en tales circunstancias, es la amabilidad de la gente. Nosotros, para no notarla, ya no salimos. Además, ya no tengo teléfono. ¿Para qué? ¿Para contar camelos?.

Siento curiosidad por lo que usted me cuente, amigo mío. Usted es uno de los rarísimos especímenes que son francos. Esto hace falta aquí.

En cuanto a lo demás, no sé nada. Quiero ver si aún puedo escribir un libro. Para ello es necesario que encuentre dinero, que me paguen, algo probablemente imposible. No le oculto nada. Voy camino de la quiebra si no logro un milagro con mi último libro, pues sólo quiero confiar en mi trabajo.

Ahora ve usted algo más claro.

¿Algo nuevo? Mi amigo, no veo a casi nadie. La gente encuentra mi nuevo libro deslumbrante, pero eso no evitará nada. Entre la admiración y un trozo de pan hay un camino que recorrer en el que uno puede muy fácilmente reventar.

Así pues, le espero con impaciencia; después, veremos. Créame, será un gran placer volverle a ver. Venga enseguida a mi casa. ¿Hay alguna posibilidad de encontrar un trabajo en España para mí? ¿en una universidad? ¿o qué? Piénselo.

Un saludo a usted, a Pilar y a la pequeña. Mi famiIlia le desea todo lo mejor. Hasta pronto

Carl Einstein

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_