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ASEDIOS CON HISTORIA 3 / LA BATALLA DE PENSACOLA
Columna
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La guerra de los ‘gentlemen’

Una arriesgada maniobra militar permitió a Bernardo de Gálvez recuperar la ciudad de Pensacola, en Florida, para la Corona española en 1781

Exposición 'Bernardo de Gálvez y la presencia de España en México y Estados Unidos', inaugurada en 2015 en la Casa de América, en Madrid
Exposición 'Bernardo de Gálvez y la presencia de España en México y Estados Unidos', inaugurada en 2015 en la Casa de América, en MadridJulián Rojas
Vicente G. Olaya

Gracias a un macharatungo España recuperó la Florida Occidental en 1783, no sin antes poner sitio a la ciudad de Pensacola (EE UU) dos años antes y de sorprender con su genialidad táctica a las defensas británicas del asentamiento fortificado. Los macharatungos no son una tribu india de Estados Unidos que apoyaba a los súbditos de Carlos III, sino el gentilicio de los habitantes del pueblo malagueño de Macharaviaya, localidad donde nació en 1746 Bernardo de Gálvez y Madrid. Gálvez fue un auténtico caballero de la guerra en unos años en que España, Inglaterra, Francia y unos incipientes Estados Unidos se peleaban entre sí, unos por mantener sus posesiones en el continente, y otros por la libertad. Tan exquisito se mostraba el militar andaluz en sus formas, que sus archienemigos le mostraban un enorme respeto. En una ocasión, y antes de atacar Pensacola, y al enterarse de la escasez de alimentos de la guarnición británica que la defendía, les envió 150 barriles de trigo para que no pasasen hambre. Peter Chester, gentlemen y gobernador británico, le dio las gracias, y se lo comieron todo.

En 1778, Francia decidió apoyar a las Trece Colonias que se habían rebelado contra Inglaterra. Las cosas se oscurecían, por tanto, para la Corona española, ya que la guerra podría provocar que los ingleses atacasen las posesiones de Carlos III en Centroamérica con el fin de dividir las tierras del imperio. Así que Madrid le comunicó a Gálvez, entonces gobernador de Luisiana, que fuese engrasando los fusiles o lo que bien tuviera a mano. Lo primero que había que hacer, se le ordenó, era reforzar el golfo de México; y la Florida Occidental, en manos británicas, resultaba una pieza fundamental, según relata Carmen de Reparaz, en un artículo de la Real Academia de la Historia. Sería necesario tomar su capital, Pensacola, que estaba protegida por una bahía a la que solo se podía acceder atravesando una estrecha entrada que, a su vez, tenía una isla (La Rosa) delante, lo que obligaba a realizar una complicadas y lentas maniobras de acercamiento. Además, estaba defendida por potentes baterías de costa. Intentar el asalto por mar, una locura.

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Así que Gálvez mandó dos espías a la ciudad, al capitán del Ejército Jacinto Panis, que pidió ver al gobernador inglés con la excusa de que le habían insultado en el Mississippi, y a un colono llamado Francisco Ruiz de Castro. Los informes que elaboraron hablaban de que “las fortificaciones [británicas] estaban en mal estado”, los cañones desmontados y las murallas cayéndose. Pero los ingleses habían comenzado a reparar todo a gran velocidad. Ahora o nunca.

Pero Gálvez, en vez de atacar Pensacola directamente, decidió tomar al asalto la cercana Mobila, de donde los pensacoleños se suministraban de carne. Lo primero que hicieron las tropas del malagueño fue arramblar con todo animal de cuatro patas comestible para que a los de Mobila, y luego a los de Pensacola, les sonasen las tripas. “Que os rindáis que nos hemos quedado con todas las vacas…”, más o menos le espetó educadamente Gálvez al gobernador de Mobila, el comandante Durnford. Ese le respondió que nones, pero que agradecía la deferencia, que brindaba por el rey de España, y que le regalaba “vino, cordero y una docena de pollos”, según relata Larrie D. Ferreiro en su magnífico libro Hermanos de Armas (Desperta Ferro 2019). El 12 de marzo, Durnford, tras un intenso bombardeo español, alzó la bandera blanca.

En agosto de 1780, los ingleses tenían ya acuartelados en Pensacola, que había reparado sus defensas, a unos 2.000 hombres, entre profesionales y milicianos, además de una destacada fuerza de esclavos e indios chocraws y creeks. Al frente de todos ellos, el general de brigada John Campbell.

Retrato del militar Bernardo de Gálvez atribuido a Mariano Salvador Maella.
Retrato del militar Bernardo de Gálvez atribuido a Mariano Salvador Maella.

Los militares españoles llevaban semanas, meses, discutiendo cómo tomar aquella ciudad. No se ponían de acuerdo. Pero entonces llegó el enviado del rey, Francisco de Saavedra y Sagronis, con un mensaje: “Hay que expeler totalmente a los ingleses del seno mexicano”. Se acabaron las discusiones. Partieron 32 barcos y 1.500 soldados, aproximadamente un tercio de lo recomendado por la prudencia. Atacarían por mar, mientras las tropas de Mobila, unos 900 hombres, lo harían por tierra. Una pinza.

La escuadra española intentó acceder a la bahía por su estrecha entrada, rodeando la isla de La Rosa y lo logró. Pero surgió un imprevisto: los primeros barcos en penetrar encallaron por el escaso calado de la rada. El comandante naval, José Calvo de Irazábal, ordenó entonces volver para rebajar el peso de las naves. Gálvez enfureció y le exigió que lo intentase de nuevo, ya que algunos soldados españoles habían quedado aislados en la isla y estaban siendo repelidos por los hombres de Campbell y los indios choctaws. El comandante Calvo se negó. Solo se hablarían una vez más en la vida.

Gálvez marchó entonces directo a su barco, el Galveztown, y ordenó que pusiese rumbo a Pensacola, no sin antes lanzarle a la cara a Calvo: “Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle [a usía] el miedo”. Logró meter cuatro naves en la bahía sin apenas daños, porque las baterías inglesas no podían cubrir toda la zona de combate. Calvo, enrojecido, le siguió con el resto de naves. Desembarcaron todos cerca de la ciudad y, como siempre, empezaron los mensajes entre sitiadores y sitiados. “Que te rindas”. “Que no”. O en lenguaje de la época: “Tomamos parte en esta guerra por deber, no por odio [firmado Gálvez]”. “Defenderemos este puesto hasta el final [Campell]”, reconstruye el finalista del Pulitzer Larrie D. Ferreiro. Acordaron, no obstante, proteger a los civiles, intercambio de prisioneros y que la lucha se limitase al fuerte George, donde estaba el comandante británico y sus soldados.

Al día siguiente de desembarcar, buenas noticias. Dieciséis buques cargados de armamento y 1.600 soldados de refuerzo llegaban desde Cuba, además de que las tropas de Mobila seguían acercándose sin ser vistas. Pero los británicos salieron en tromba del fuerte y rechazaron a los españoles, provocando grandes bajas. Gálvez resultó herido en el abdomen. Sin embargo, arribaron más buenas noticias. Otros veinte barcos, con el militar José Solano al frente, de refuerzo. La fuerza atacante -integrada por españoles, franceses e irlandeses- llegaba ya a los 7.000 soldados, mientras que Campbell seguía escribiendo desesperadamente a Jamaica pidiendo refuerzos sin éxito. La lucha a muerte durará más de un mes sin avances notables para nadie.

Sin embargo, un golpe de suerte lo cambiará todo. Un obús español cayó sobre el polvorín británico de la Reina y provocó una tremenda explosión con más de 100 muertos. A los británicos, ya no les quedaba para defenderse ni munición. Campbell alzó la bandera blanca.

El malagueño fue recompensado con el título de conde de Gálvez y el lema “Yo solo”. Solano, con el de marqués de Socorro. Carlos III no era muy original a la hora de poner nombre a los honores. El congresista de Florida Jeff Miller reclamó que Gálvez fuese reconocido como Ciudadano Honorario de Estados Unidos, un galardón que han recibido muy pocos personajes históricos, según Francisco Reyero en su obra Y Bernardo de Gálvez entró en Washington (Editorial Papeles del Sitio, 2019). La distinción se le concedió en 2014 y su retrato cuelga en el Congreso de Estados Unidos.

Los macharatungos, mientras, se sienten muy orgullosos de su hijo, el que tomó Pensacola “solo”, por lo que decidieron que el 4 de julio -fiesta nacional de Estados Unidos- también lo fuera de este precioso pueblo blanco de la Axarquía malagueña, tan lejos geográficamente de Florida, pero tan cerca en su corazón. y en su historia.


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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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