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Bill Withers, la leyenda del ‘soul’ que prefirió callar

El cantante y compositor, retirado desde 1985, muere a los 81 años

Diego A. Manrique
Bill Withers, el 26 de junio de 2006, cuando recibió un homenaje de la Rhythm & Soul Music Awards.
Bill Withers, el 26 de junio de 2006, cuando recibió un homenaje de la Rhythm & Soul Music Awards.Chris Pizzello (Reuters)

Bill Withers, cantante y compositor de soul, murió el 30 de marzo en Los Ángeles, según informó su familia. Withers, de 81 años, tuvo una extraordinaria racha de éxitos entre 1971, cuando sacó su primer elepé, y 1985, fecha en la que decidió retirarse.

William Harrison Withers tenía 33 años cuando publicó su primer disco grande. Y una biografía que superaba la imaginación de cualquier publicista fantasioso. Nacido en 1938, sufrió la crueldad de otros niños por su tartamudez. Tras la muerte de su padre, la pobreza familiar le llevó a alistarse en la Marina cuando llegó a la mayoría de edad. Consiguió allí, nunca dejó de reconocerlo, la educación que nunca le proporcionaron en su West Virginia natal. En la vida civil trabajó en la industria aeronáutica mientras editaba un par de singles sin mayor gloria.

Fichado por el sello Sussex, grabó Just As I Am, álbum producido por Booker T. Jones que tardó muchos meses en ser publicado. Ya pensaba en volver a la fábrica cuando de aquel disco saltó al aire una inmortal canción de amor anhelado, Aint’t No Sunshine. Del siguiente, Still Bill (1972), salieron tres grandes éxitos: Grandma’s Hands, Lean On Me y Use Me.

Withers era un creador único: tenía modos de cantautor pero también era capaz de facturar un funk desenchufado, como demostró en su glorioso Live At Carnegie Hall (1973). También le caracterizaba un sentido de la justicia que casaba mal con la venalidad habitual de la industria musical.

Desconfiado, nunca contó con un mánager o alguien que evitara posibles patinazos. Por ejemplo, abandonó Sussex y fichó por una multinacional, Columbia. Donde tampoco fue feliz: con la excepción del sublime Lovely Day (1977), escasearon los pelotazos; una serie de disqueros y productores quisieron meter las zarpas en la música de Withers.

El artista no llevaba bien tantas intromisiones. No era precisamente alguien que se callara: en 1974, durante el vuelo a Kinshasa, con artistas que iban a animar el combate entre Muhammad Ali y George Foreman, sacó su navaja y se enfrentó a James Brown, cuyos caprichos ponían en peligro la seguridad.

Se fue distanciando de Columbia y, para demostrar que todavía podía confeccionar hits, registró en Elektra Just The Two Of Us, una balada hecha a medias con el saxofonista Groover Washington Jr. En 1985, tras rematar sus obligaciones con Columbia, anunció que se retiraba de la música. Y lo hizo. Se lo podía permitir ya que había sido lo bastante inteligente para no perder el control de los derechos de la mayoría de sus canciones, que se revelaron como una mina de oro, gracias a las numerosas versiones y el fenómeno del sampling.

No se aburría: como mostró en el documental Still Bill, disponía de un estudio particular donde grababa música por capricho. También se dedicó al mercado inmobiliario, comprando casas que rehabilitaba sin prisas. Sobre todo, demostró que controlaba su vanidad. Le llovieron homenajes: en 2015, pudo ver en el Carnegie Hall neoyorquino a figuras actuales que recreaban su doble disco en directo. Admiradores como Questlove, de The Roots, se arrodillaron para pedirle que volviera a grabar. No hubo manera. “Soy un hombre de palabra”.

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