De vivir a todo trapo a recoger basura: la caída a los infiernos de un banquero estrella
Andrew Pearse fue pieza clave en el fraude de los ‘bonos del atún’ de Mozambique, un agujero de 2.000 millones de dólares que salpicó de lleno a Credit Suisse

Cuando Andrew Pearse compareció ante un tribunal federal abarrotado en el centro de Brooklyn el 6 de marzo, el exbanquero estrella convertido en estafador temía enfrentarse a una pena de hasta 13 años de prisión en Estados Unidos. La audiencia de su sentencia fue la culminación de un proceso legal de seis años que había trastocado su vida. Estaba destrozado. La abarrotada sala era un reflejo de la gravedad del asunto en el que Pearse estaba involucrado: fue un actor clave en un fraude de 2.000 millones de dólares, conocido como el escándalo de los tuna bonds (bonos del atún), que contribuyó a la paralización de la economía de Mozambique (África) y supuso un paso importante en el fracaso de Credit Suisse, el poderoso banco suizo que colapsó en 2023.
Pearse vestía el uniforme de su vida pasada como rico negociador: traje oscuro, corbata azul y abrigo. Pero su arrogancia había desaparecido hacía tiempo. Desde que decidió cooperar con el Departamento de Justicia de Estados Unidos en verano de 2019, su vida dio un vuelco. Su matrimonio terminó. La relación con sus tres hijos se desintegró. Perdió su casa, sus ahorros, su carrera. Pasó de viajar en primera clase y recibir sueldos multimillonarios a dormir en la habitación de invitados de un amigo y recoger basura para ganarse la vida. Todo el tiempo viviendo con la incertidumbre de una sentencia de cárcel inminente. “Desde 2019, cuando me arrestaron, no tenía ni idea de lo que iba a pasar”, dice Pearse en una entrevista exclusiva con Bloomberg News. “Los abogados no pueden darte una visión completa de cómo será la vida, de los problemas emocionales que tendrás y de quiénes te aceptarán o rechazarán”.
El relato de su historia se basa en expedientes judiciales, decenas de entrevistas realizadas a lo largo de dos años con banqueros, abogados, políticos, amigos y colegas de Andrew Pearse, así como con otras personas cercanas al escándalo y al proceso legal posterior. Muchos de los entrevistados pidieron anonimato.
A simple vista, la historia de Pearse es un relato familiar de arrogancia, la caída de un banquero egoísta e imprudente. Pero un análisis más detallado revela una compleja historia del ascenso, la caída y la redención de un financiero. Andrew Pearse nació en Nueva Zelanda en 1969. Su familia se mudó a Tokio cuando tenía tres años y de nuevo a Londres siete años después. Tuvo una infancia difícil. Su padre era distante, exigente e intolerante al fracaso. Pearse aprendió que “un rendimiento sobresaliente, ya sea académico o deportivo, era la única manera de obtener una atención que no fuera humillante ni despectiva”, según una carta que su exesposa entregó al juez estadounidense que lo condenó.
Durante años, su vida siguió una trayectoria similar a la de muchos jóvenes ambiciosos de familias adineradas que se convirtieron en profesionales en Londres en los años noventa. Fue a una costosa escuela privada, a una prestigiosa universidad, comenzó una carrera en Derecho y luego se pasó al lucrativo mundo de la banca de inversión. En 1996, Pearse se casó. Catherine era una abogada de renombre en un bufete rival. Pronto formaron una familia y tuvieron una gran casa en el campo.
En el año 2000, Pearse se incorporó a Credit Suisse. La firma suiza aspiraba a convertirse en un gigante global de la banca de inversión, aunque también era conocida por sus constantes fracasos. Había perdido miles de millones de dólares en escándalos internacionales, y aunque un consejero delegado tras otro se comprometía a sanear el banco, cada vez terminaban con otro costoso lío que resolver.
A Pearse le convenía. “Recibes una bonificación de 200.000 libras y el mundo es increíble; es muchísimo dinero, ¿verdad? Me despertaba a las cinco y media de la mañana e iba corriendo al trabajo. Me encantaba”, dice Pearse. Era astuto, trabajador y un negociador riguroso, según quienes trabajaron con él en aquella época. También podía ser arrogante, engreído y obsesionado con el dinero.
Andrew Pearse, exdirector gerente de Credit Suisse Group AG, llega a la corte federal en el distrito de Brooklyn, Nueva York, EE. UU., el jueves 6 de marzo de 2025

Para 2011, trabajaba con empresas, gobiernos y personas adineradas de países de la antigua Unión Soviética, Oriente Próximo y África. Algunos banqueros del grupo, que piden no ser identificados, describen su trabajo como “atrapar focas”, porque los clientes tenían mucho dinero, pero a menudo eran ingenuos. Estos banqueros afirman que se les incentivaba a explotar las zonas grises de la regulación y a aceptar clientes que otros bancos podrían rechazar por riesgos reputacionales o políticos. La cultura dentro del grupo era propensa al exceso. Entretener a los clientes era un eufemismo para beber, cenar, ir a clubes nocturnos y de striptease. UBS, que absorbió a Credit Suisse tras su colapso en 2023, declinó hacer comentarios para este reportaje.
En ese momento, Pearse cobraba unas 600.000 libras de salario base y un bono anual de dos millones más. Pero quería irse.
Obsesión por el dinero
Comenzó a sentir celos de sus colegas que podían permitirse yates y casas caras en el centro de Londres, y sospechaba que obtenían ingresos extra mediante tratos paralelos u otros pagos que no figuraban en la contabilidad oficial. También había iniciado una aventura con Detelina Subeva, una compañera de trabajo casada y de menor rango, lo que violaba la política del banco.
En 2012, Pearse decidió fundar su propia empresa de asesoría financiera y renunció. Pero antes de que venciera su preaviso, entabló una relación con un cliente que le cambiaría la vida: la empresa de construcción naval Privinvest, que había acordado con el Gobierno de Mozambique construir una flota atunera y una infraestructura portuaria para la expansión de la industria energética marina del país. Privinvest era propiedad de Iskandar Safa, un magnate franco-libanés con conexiones políticas; uno de sus principales colaboradores, el empresario Jean Boustani, había contactado con Credit Suisse para financiar las obras. La investigación inicial del banco sobre la empresa advirtió sobre posibles incumplimientos legales y sobornos, pero Credit Suisse decidió seguir adelante. Privinvest se convirtió en cliente de Pearse. Su trabajo consistía en gestionar cientos de millones de dólares en préstamos para Privinvest, que se financiarían mediante la venta de deuda —los llamados tuna bonds— a clientes de Credit Suisse.
En febrero de 2013, semanas antes de que Pearse dejara Credit Suisse, Boustani le hizo una oferta junto a la piscina de un hotel en Maputo, capital de Mozambique: si Pearse conseguía reducir la comisión de Credit Suisse de 49 a 38 millones de dólares, le pagarían unos 5,5 millones de dólares para financiar su nueva empresa. Pearse aceptó el dinero.
En septiembre de 2013 dejó el banco y, financiado por Boustani, fundó una empresa en Emiratos Árabes Unidos llamada Palomar. Durante los dos años siguientes, Privinvest canalizó alrededor de 45 millones de dólares a Pearse, mientras que Subeva, que también había dejado Credit Suisse para unirse a Palomar, y Surjan Singh, un empleado más joven del banco, también recibieron sobornos. Privinvest finalmente consiguió alrededor de 2.000 millones de dólares de Credit Suisse y del banco ruso VTB para proyectos en Mozambique.
La vida de Pearse se volvía cada vez más lujosa: coches caros y viajes en yate por las Maldivas. Incluso compró un viñedo en Sudáfrica y financió la renovación de las instalaciones deportivas del colegio de sus hijos. Su casa en Kent, a 90 minutos al sureste de Londres, tenía establos, piscina y varias hectáreas de terreno.
Pero en 2016 todo empezó a desmoronarse. Mozambique se vio afectado por la caída de los precios de materias primas clave y tuvo dificultades para cumplir con los pagos de los bonos del atún. Los rumores de corrupción relacionados con la deuda de Privinvest inundaron los medios de comunicación del país, con acusaciones de que, en lugar de invertir en pesca y otros equipos, gran parte del dinero se había gastado en material militar, incluyendo helicópteros de combate de alta velocidad. Los investigadores enviados a África por Credit Suisse confirmaron que cientos de millones de dólares parecían haber sido malversados. El Departamento de Justicia de EE UU declaró posteriormente que hasta 200 millones de dólares del dinero que Privinvest había tomado prestado para proyectos de infraestructura se pagaron en realidad como sobornos a banqueros y funcionarios gubernamentales, entre otros. Cuando los patrocinadores internacionales del país, incluidos el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, descubrieron la magnitud de las deudas, congelaron su financiación y el Gobierno colapsó. Junto con una fuerte caída en los precios del petróleo, el escándalo contribuyó a un rápido deterioro de la economía del país que, según una estimación del Centro de Integridad Pública (CIP) de Mozambique y del Instituto Chr. Michelsen de Noruega, provocó la pérdida de un año completo de producción económica y el empobrecimiento de dos millones de personas.
Aunque ninguna de las operaciones se realizó en Estados Unidos, el Departamento de Justicia creía que, dado que las inversiones vinculadas a los préstamos se comercializaban allí, las autoridades estadounidenses podían iniciar un proceso. El 19 de diciembre de 2018, sin que Pearse lo supiera, un gran jurado de Nueva York presentó una acusación contra Boustani, Subeva, Pearse y otras personas presuntamente involucradas.
Antes del amanecer del 3 de enero de 2019, tres miembros de la Policía Metropolitana del Reino Unido se detuvieron en un coche frente a la lujosa casa de campo de los Pearse, en Kent. La noche anterior, el abogado de Pearse había llamado con noticias inquietantes: Boustani había sido detenido por las autoridades del Caribe y trasladado a Estados Unidos, donde se encontraba bajo arresto. El abogado creía que Pearse probablemente sería el siguiente, y la posibilidad de una acusación formal en Estados Unidos significaba que podría enfrentarse a la extradición y a una larga pena de prisión.
A la mañana siguiente, Pearse dejó entrar a los agentes y escuchó mientras uno de ellos leía la acusación. Las autoridades estadounidenses lo creían culpable de conspiración y fraude electrónico a gran escala. “Nunca pensé que esto pasaría. Que la policía llamaría a la puerta”, dice Pearse. “A partir de ese momento, siento como si le estuviera pasando a otra persona”. Pearse se declara culpable en verano de 2019 a cambio de una sentencia más indulgente. Como testigo estrella enseñó a los fiscales los entresijos de las finanzas globales y la emisión de bonos de mercados emergentes. Explicó cómo funcionan los comités de riesgo de los bancos y cómo entender el seguro de crédito. Entregó una gran cantidad de correos electrónicos y documentos de Palomar.
Cuando comenzó el juicio a Boustani en Nueva York, el empresario libanés admitió haber realizado pagos a funcionarios mozambiqueños, aunque afirmó que se trataba de honorarios legítimos de consultoría o contribuciones de campaña. A pesar de toda la información proporcionada por Pearse, el Departamento de Justicia perdió el caso y un jurado dejó a Boustani en libertad en diciembre de 2019. Pearse, por otro lado, permaneció prisionero del acuerdo de culpabilidad.
Durante los años siguientes, Pearse recorrió varias casas y durante un tiempo se mudó a una caravana cerca de su familia y se dedicó a la jardinería. Reunió el dinero para comprar una camioneta y emprendió un nuevo negocio: recolectaba basura doméstica para llevarla a un centro de reciclaje o al vertedero local. También se hizo tatuajes y aprendió krav magá, el brutal arte marcial desarrollado por el ejército israelí.
Daño reputacional
A finales de 2021, gracias en parte a la cooperación de Pearse, las autoridades estadounidenses impusieron a Credit Suisse una multa de 475 millones de dólares como parte de un acuerdo global, tras admitir el banco haber defraudado a inversores. El banco también acordó condonar 200 millones de dólares de deuda que Mozambique aún adeudaba. En marzo de 2023, Credit Suisse quebró, obligado a fusionarse con UBS. El detonante fue una retirada masiva de depósitos del banco, pero el contexto fue una serie de escándalos, incluido el caso tuna bonds, que destrozó la reputación del banco ante reguladores, políticos y clientes. El enero siguiente, Safa, propietario de Privinvest, falleció de cáncer. Y ese verano, el testimonio de Pearse volvió a cobrar relevancia cuando la fiscalía estadounidense logró un veredicto de culpabilidad para el exministro de Finanzas de Mozambique, Manuel Chang.
La fecha de la sentencia de Pearse fue pospuesta por una u otra razón. Su delito —había admitido fraude electrónico, lavado de dinero y haber recibido sobornos por valor de más de 45 millones de dólares por su participación en la organización de préstamos corruptos por valor de 2.000 millones de dólares— conllevaba una pena máxima de 13 años de cárcel. Una complicación adicional fue que Pearse nunca había obtenido la ciudadanía británica. Viajó con un pasaporte de Nueva Zelanda, su país de nacimiento. Gran Bretaña había endurecido las normas de inmigración en 2020, de modo que los extranjeros con penas de prisión perderían su derecho a vivir en el Reino Unido.
Cuando llegó el día del juicio, en Brooklyn, Pearse se temió lo peor. El juez de distrito Nicholas Garaufis tenía reputación de imponer sentencias severas. Había criticado antes a banqueros codiciosos y mostrado simpatía por las víctimas de la crisis de deuda de Mozambique. Durante su turno de palabra, Pearse dijo: “Debería haber protegido al pueblo de Mozambique. Espero que algún día me recuerden no como el ejemplo de banqueros codiciosos e inmorales, sino por decir la verdad”.
El juez Garaufis parecía visiblemente conmovido por las palabras de Pearse: “Cometemos errores. Algunos errores son más graves que otros”, dijo. “Debería llegar el momento de reconciliarnos y aceptarnos. Y para el señor Pearse y su familia, este es el momento. Y la sentencia que le voy a imponer le brindará la oportunidad de hacerlo”. Segundos después, confirmó que Pearse no cumpliría más pena de prisión.
En cuestión de horas, estaba en un avión de regreso a Londres, cortesía del Departamento de Justicia. Una década después de que se revelara el escándalo de los tuna bonds, las repercusiones legales, políticas y económicas persisten. En Mozambique, exlíderes políticos han sido encarcelados y el país aún se recupera económica y políticamente. Credit Suisse ya no existe como entidad independiente. A Pearse le cuesta comprender por momentos cómo se vio envuelto en un caso de fraude multimillonario. Aunque aún está sujeto a varios procesos judiciales en diversas jurisdicciones, ahora puede empezar a planificar el futuro. Sigue recogiendo basura y aspira a crear un negocio de reciclaje de residuos. Pero el exbanquero estrella aún no puede acceder a servicios bancarios ni tiene domicilio fijo. Pearse había imaginado que la sentencia sería un nuevo amanecer. “Pensé que sería una oportunidad para que todos dijeran: dejemos esto atrás y sigamos adelante”, dice Pearse. “No ha sido así. Tendré que seguir adelante con mi vida”.
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