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Michael McKinnell, icono de la arquitectura brutalista

El Ayuntamiento de Boston fue su primer y mejor proyecto

El Ayuntamiento de Boston, obra de Michael McKinnell.
El Ayuntamiento de Boston, obra de Michael McKinnell.Boston Globe (EL PAÍS)
Anatxu Zabalbeascoa

El Ayuntamiento de Boston es un edificio brutalista con forma de zigurat invertido, un monumento de hormigón levantado frente a una gran plaza escalonada que recuerda la del Campo, en Siena. Han sido muchos los candidatos a alcalde en esa ciudad que proponían demoler el inmueble, pero el actual responsable del Consistorio, Marty Walsh, cambió de táctica y el 10 de febrero de 2019 organizó la fiesta de su 50º aniversario. El arquitecto Michael McKinnell —que nació en Mánchester en 1935 y el viernes añadió su nombre a la lista de fallecidos por el coronavirus— fue el encargado de cortar una monumental tarta gris con la forma de su famoso icono.

McKinnell recordó entonces su hazaña vital. Corría el año 1962 y todavía estudiaba en la Universidad de Columbia cuando decidió presentarse al concurso para levantar el Ayuntamiento. Lo ganó. Tenía 26 años y, si bien es cierto que acababa de llegar del Reino Unido —donde triunfaba el brutalismo—, su relato evocó una época en la que los arquitectos seguían las modas más por una ideología —que relacionaba el hormigón con la modernidad— que por un capricho estético. Habló de un tiempo en el que el talento no tenía que ir acompañado de un currículo para conseguir cambiar las ciudades y recreó años en los que los edificios monumentales terminaban por ser más conocidos que sus autores.

McKinnell firmó, en su primera obra, su mejor edificio. El Ayuntamiento es, junto con el antiguo Whitney de Nueva York —que Marcel Breuer levantó en 1966—, junto al Banco de Londres que Clorindo Testa concluyó en Buenos Aires el mismo año y al lado de las intervenciones de Le Corbusier y Pierre Jeanneret en Chandigarh, uno de los máximos exponentes del brutalismo fuera del Reino Unido. Amparado en la idea de que el arte ya no tenía por qué ser hermoso, ese estilo fue una oda al feísmo que exprimió la ruda expresividad del hormigón y asoció el cemento con una paradoja: la rapidez constructiva para la permanencia en el tiempo.

Con todo, McKinnell solo fue excepcionalmente brutalista. Con sus sucesivos socios y empleados firmó una arquitectura atenta a las modas. En Boston quiso desparecer en un contexto historicista con la American Academy of Arts and Science (1981). Fue posmoderno en el Centro de Convenciones Hynes (1988), cerca de la Universidad de Harvard, donde dio clase. Y eligió ser monumental hasta para construir una estación de metro como la de Back Bay (1987).

Su arquitectura, que mezclaba ladrillo y muro cortina, fue la de las grandes empresas con docenas de empleados: resolutiva, impecablemente acabada y más monumental por la escala que por la ambición cultural. Más cómoda que culta, la suya fue la solvente arquitectura americana que facilita el mantenimiento de los edificios. pero hace que todas las ciudades tengan un aire de familia.

Su mujer, la arquitecta Stephanie Mallis, ha declarado al Boston Globe que McKinnell había sembrado de rosales blancos la parte trasera de su vivienda en Rockport. Quería que depositaran allí sus cenizas. También con ese gesto podría marcar una época: la de los arquitectos que, diseñando su propia tumba, la hacen desaparecer.

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