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Crecer en Chicago, triunfar en el soul

El hijo del cantante Curtis Mayfield publica una biografía de su padre, un artista de talento y un ser humano complejo

Curtis Mayfield, uno de los mejores artistas soul de la historia y fundador de Curtom Records, en los años sesenta.
Curtis Mayfield, uno de los mejores artistas soul de la historia y fundador de Curtom Records, en los años sesenta.Getty
Diego A. Manrique

Si repasan el santoral del soul de los 60, encontraran a Curtis Mayfield al lado de Otis, Aretha, Marvin, Sly Stone. Sin embargo, Curtis tiende a ser minusvalorado a partir del tópico de que hacía música de clase media: confortable, opulenta y, en la jerga de hoy, aspiracional. Una paradoja, si sabemos que creció en Chicago, entonces una ciudad cruel con su población negra, y en condiciones de extrema pobreza.

Transformó a The Impressions en el más sofisticado grupo vocal de los sesenta, a la vez que componía suculento soul orquestal

Cierto, se trata de un tópico en la biografía de cualquier estrella afroamericana pero resulta especialmente desgarrador cuando se desmenuzan los detalles, tal como hace Todd Mayfield en Alma vagabunda. La vida de Curtis Mayfield (Es Pop). El hijo de Curtis recuerda haber oído hablar de meses en que el único ingreso era el subsidio de 25 dólares, insuficiente para una familia numerosa con padre ausente. Dependían de la caprichosa caridad de la abuela de Curtis, dama formidable que dirigía una iglesia donde mezclaba el espiritualismo (comunicación con los difuntos) y el cristianismo.

Para Todd, las incertidumbres de esos años terribles marcaron a su padre y explican su obsesión por “el dinero, el poder y el control”. Necesitaba borrar las humillaciones escolares, cuando era insultado por su ropa remendada, sus dientes de conejo, el oscuro color de su piel (“darker than blue”, más oscuro que el azul, cantaría años después).

Abundan los ejemplos de la ingratitud de Curtis respecto a sus socios musicales, sus mujeres e incluso sus hijos. En el otro lado de la balanza, la consecución de una autonomía personal que le permitió desarrollar sus proyectos creativos. Transformó a The Impressions en el más sofisticado grupo vocal de los sesenta, a la vez que componía suculento soul orquestal para Jerry Butler o Major Lance. En 1970, ya convertido en solista, elaboró un funk esbelto, personalizado por su falsete; el paradigma es la banda sonora para Super fly (1972), que funcionaba como coro griego, discretamente crítico con los personajes y la acción de la película.

Alma vagabunda fuerza el paralelismo entre la lucha por los derechos civiles de la minoría afroamericana y la tormentosa biografía de Curtis. Es verdad que Mayfield facturó uno de los verdaderos himnos del movimiento, “People get ready” (1965) y que trató con perspicacia las barreras raciales pero la suya es la voz de un observador sensible más que la de un militante: sus propuestas tendían a lo conciliador, en tiempos dominados por la estridencia. Cuestión de carácter: Curtis nunca votó ni se implicó directamente en las campañas de las organizaciones negras.

En realidad, las páginas de Alma vagabunda dedicadas a Martin Luther King, Malcolm X o los Panteras Negras hubieran servido mejor para esbozar la poco conocida evolución del capitalismo negro, tal como se manifestaba en una ciudad económicamente dinámica. Curtis no escondía que aspiraba a transformar su sello, Curtom Records, en la Motown de Chicago.

En el verano de 1990, participaba en un concierto al aire libre cuando una ventolera derribó una torre de iluminación que le cayó encima y le quebró la médula

Una misión imposible, y no por escasez de talento. La ética de trabajo de Curtis no le predisponía a delegar. Su tacañería le hizo perder los servicios del arreglador Johnny Pate o el genial Donny Hathaway. A mediados de los setenta, se le atragantó la disco music, aunque Curtom tuvo éxitos en esa vena con la vocalista Linda Clifford; el propio Curtis terminaría cediendo y grabando discos que eran la antítesis de su soul concienciado. Esos años de vacas flacas se complicaron con decisiones discutibles, como su dedicación a las bandas sonoras. El desinterés de Curtis por la música ajena le impidió apreciar que estaban triunfando unos discípulos jamaicanos: los Wailers de Bob Marley.

El libro de Todd Mayfield aporta información no disponible sobre las glorias y miserias del personaje, incluyendo cartas íntimas y referencias a explosiones de violencia. Se muestra más reticente a la hora de explicar su eclipse durante buena parte de los ochenta, aunque sugiere como causa el consumo de cocaína en solitario. Le rescató la demanda exterior: venerado en el Reino Unido por figuras como Paul Weller, volvió de gira por Europa y Japón.

Pero fue en Brooklyn donde ocurrió la tragedia. En el verano de 1990, Mayfield participaba en un concierto al aire libre cuando una ventolera derribó una torre de iluminación que, con sus focos, le cayó encima. Le quebró la médula espinal y, con 48 años, quedó tetrapléjico. El hombre que vivía por y para la música perdía su razón de ser.

Sus nueve años finales fueron agridulces. Su obcecación por conservar el copyright de su obra le permitió recibir considerables ingresos regulares: el hip-hop recicló muchos de sus aciertos, la publicidad y el cine recurrieron a sus luminosas grabaciones. También le llovieron los homenajes y la devoción de sus alumnos se plasmó en un disco final, New world order (1996): jóvenes productores crearon bases instrumentales para que cantara desde la cama; no podía interpretar una estrofa entera pero, mediante infinidad de tomas, se lograron grabaciones más que aceptables.

Vendrían días peores. Sobrevivió a un incendio en el que se perdieron muchos de sus masters, sufrió la amputación de una pierna por diabetes, no hizo demasiado por evitar las rencillas entre sus diez hijos de tres madres diferentes. Falleció en las Navidades de 1999, con 57 años.

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