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Javier Castillo, o cómo presentar un libro confinado

El escritor malagueño se convierte en primero que presenta un libro en cuarentena compartiendo pantalla en un directo de Instagram con su presentadora, María Gómez

Javier Castillo en casa de sus suegros, horas antes de la presentación 'online' de 'La chica de nieve', rodeado de las cajas de los ejemplares de sus libros que se pasó la tarde firmando.
Javier Castillo en casa de sus suegros, horas antes de la presentación 'online' de 'La chica de nieve', rodeado de las cajas de los ejemplares de sus libros que se pasó la tarde firmando.

Es domingo por la noche. Nadie puede salir de casa. Está a punto de culminar el tercer día de la cuarentena impuesta por el coronavirus. Pero está presentándose un libro en alguna parte. Esa alguna parte no existe, está en realidad en todas partes. Cualquiera con acceso a Instagram puede ver al escritor, Javier Castillo, y a la presentadora, María Gómez, desentrañar su última novela, La chica de nieve (Suma de Letras), como si en vez de cada uno en su casa, estuviesen en una librería. El dato importante es que, cuando la cosa arranca, hay cerca de 6.800 personas al otro lado, y teniendo en cuenta que a la presentación de un libro, con suerte, acuden unas decenas de personas, el formato ya es todo un éxito.

El asistente tiene a su alrededor lo que sea que tenga alrededor de su teléfono móvil. En mi caso, tazas con bolígrafos, un diminuto oso de peluche, una calculadora, una bola de nieve con un robot dentro. Estoy sola pero tan acompañada virtualmente como Gómez y Castillo. La pantalla de mi teléfono móvil está partida en dos. La cara de la presentadora, que ocupa la parte inferior, está cubierta, casi todo el tiempo, de corazones. Hay corazones de colores emergiendo también del extremo izquierdo de la misma, y, a cada rato, se superponen sobre ella mensajes de los instagramers que acceden al directo. “Hola”, dicen casi todos. “Guapos”, dicen algunos. Hay quien simplemente manda una carita sonriente. Un aplauso. Una carita enamorada. Alguien dice: “¿Algo mejor que esto?”.

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Javier Castillo (Málaga, 33 años) tiene 315.000 seguidores en Instagram. Si el coronavirus no lo hubiera impedido, habría presentado su cuarta novela en un teatro con capacidad para 1.200 personas. Bromean, él y Gómez, sobre lo complicado de llenar un teatro de tamañas características aún siendo Javier Castillo. “¡Y mira, ahora mismo hay 6.476 personas viéndonos!”, se alegra ella. Recuerdan que la idea surgió chateando, que, cuando vieron que todo iba a estar cerrado, se dijeron que por qué no probar. “Estoy seguro de que es la primera presentación de un libro en cuarentena”, dice Javier antes de empezar. “¡A grandes confinamientos y grandes virus, grandes presentaciones online!”, dice María. Antes de empezar a hablar de la novela, entra una tercera persona: su editor.

Gonzalo Albert, director literario de Aguilar y Suma de Letras, está también en su casa, y en la pantalla del móvil de Gómez, que lo muestra a la cámara. Su speech tiene algo de spot publicitario – “Javier vuelve a romper moldes con esta novela”, dice, y también que de las tres anteriores se han vendido “650.000 ejemplares” –, y es corto y escueto. Cuando termina, Gómez hace referencia a que el formato está permitiendo que gente de todo el mundo acceda a la presentación. Se habla de alguien que acaba de postear desde Nicaragua, y sobre la pantalla se imprime un “hola desde uruguay”. Más tarde alguien de Chile preguntará cuándo llega La chica de nieve a su país. Bienvenidos a la aldea global virtual en la que todo lo que vemos son caras.

Javier Castillo tiene 315.000 seguidores en Instagram. La presentación ‘on-line’ la siguen más de 6.000

Lo que sigue tiene aspecto de presentación convencional. La presentadora lanza preguntas – “¿Por qué Nueva York?”; “¿Cómo ha sido ponerse en la piel de una mujer?”; “¿Ha llegado el personaje de Miren, la periodista, para quedarse?”; “¿Podría ser tu Miss Marple?” – y el escritor las responde – “He estado un par de veces en Nueva York, pero utilizo el Google Street View, que incluso tiene una aplicación para ver el pasado”; “Me he centrado en la carga emocional”; “Siempre he admirado a los buenos periodistas”; “Miren tiene poder para diez novelas más, pero no sé lo que haré” –, y lo único que no se parece a una presentación convencional es el contexto. En ningún momento puedes levantarte e ir a comprar el libro para que luego te lo firme. Pero puede hacer un clic en la web de cualquier librería y esperar a que se descargue o a que pase todo esto para que te llegue a casa.

Los conectados van cayendo a medida que la charla avanza. Porque la cosa ha empezado a las ocho y media de la tarde, y a las nueve lo más probable es que muchos la abandonen por el telediario. Porque es a las nueve cuando se produce la primera caída. Se baja de los alrededor de 5.000 que se mantenían más o menos fijos, a los 3.272, aunque cuando la cosa termina, una hora y media después, alrededor de las diez de la noche, aún hay más de 2.000 almas observando. El doble de las que hubiera habido en el teatro en el que pensaban presentar la novela si nada de esto estuviera pasando. Durante la última hora se responden preguntas de los lectores, y Javier recuerda cómo escribió sus primeras dos novelas en el tren, y explica que ahora escribe en la biblioteca de Fuengirola escuchando la banda sonora de la serie Dark.

También, que empezó a escribir imitando a Agatha Christie. “Yo podía leerme Diez negritos y escribir luego un relato que se llamase Cuatro Negritos y que era mi versión de la novela”, explica. Bromean sobre la posibilidad de que ambos, nacidos en 1987, sean considerados millennials puretas, porque en la novela aparece un VHS. Explican lo que es. Se hacen un test para comprobar qué clase de millennial son. Les sale tirando a viejo, pero no del todo viejo. Bien, se dicen. Les gusta. A todo esto, en la novela, desaparece una niña en el desfile del día de Acción de Gracias de 1998 en Nueva York, idea que se cruzó en la mente del escritor un día cualquiera en que su hija Gala le soltó la mano por la calle, ¿y si no volvía a poder cogérsela?, se preguntó.

A las 21.25 de la noche ocurre algo que no podría haber ocurrido de ninguna otra manera en una presentación convencional. La hija del escritor, Gala, se acerca a la pared de libros que hay detrás de su padre y le dice algo fuera de cámara. Él se la acerca, la niña saluda ligeramente adormilada, él le dice que la quiere, y luego informa a María y al resto de sus espectadores de que ella y su hermano se van a la cama. Siguen las preguntas. Las hay de todo tipo. Desde cuándo van a llegar sus novelas a la televisión – ya hay un proyecto en marcha para las dos primeras, dice – hasta qué personaje de Los Simpson pondría en una novela. Siguen goteando holas y hay hasta quien asegura que está esperando a que acabe el directo para ponerse con la novela.

El autor sigue en casa de sus suegros, como ha contado por la tarde en uno de sus stories. Ha pasado la tarde firmando la pared de libros que tiene detrás, que se venderán en las webs de Fnac, El Corte Inglés y Casa del Libro, y llegarán “cuando puedan llegar” a todo aquel que se esté animando a comprarlos en ese mismo momento. Los demás, tendrán la oportunidad de que les firme personalmente su ejemplar “cuando pase todo esto”. “Cuando pase todo esto”, dice el escritor, “lo celebraremos, y ese día voy a llorar un montón, volveremos todos a la luz de nuevo”. Volveremos al orden, como dice que ocurre con la novela negra que practica. “En la novela negra hay un desorden al principio, ha pasado algo no previsto, y el lector busca que vuelva a imponerse el orden”, dice. Un poco como ahora, solo que pudiendo pisar la calle, la de papel y la real.

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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

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