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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El virus nazi

‘Hunters’, la nueva propuesta de Amazon Prime Video, hace méritos para aspirar a la peor serie del año

Al Pacino en 'Hunters'.
Al Pacino en 'Hunters'.
Diego A. Manrique

En tiempos no muy lejanos, se ofrecerán cursos universitarios sobre la Edad de Oro de las Series, a comienzos del siglo XXI. Lo que a buen seguro no mencionarán es cómo la abundancia de la oferta multiplicó la ficción basura. Con más dinero que sentido común, algunas productoras pretenden especializarse en el lanzamiento de asombrosos bodrios.

Lanzamientos a lo grande, además. Se supone que Hunters es la principal apuesta de Amazon Prime Video para esta temporada. Solo la relativa bisoñez del estudio puede disculpar semejante engendro: intenten imaginar un cruce entre las películas de superhéroes y el cine del Holocausto. Los cazadores del título son judíos con algunos simpatizantes goyim que, en los años setenta y desde Nueva York, persiguen, torturan, matan a antiguos nazis ocultos en Estados Unidos. Un grupo tan heterogéneo como cualquier pandilla de la Marvel, desde a un actor de serie B a una monja católica.

Y sí, tendrán ocasionales espasmos de dudas sobre la validez moral de la revancha pero ya el inicio del primer capítulo revela que se enfrentan a enemigos implacables: en segundos, un alto funcionario de Washington mata a ocho personas –incluyendo su esposa e hijos- al destaparse que, en la Segunda Guerra Mundial, era conocido como El Carnicero.

Y todo así. Adoptar el universo del cómic no resulta necesariamente tóxico, como ha demostrado Quentin Tarantino con sus fantasías de venganza. El problema reside en que David Weil, director novato, se siente obligado a intercalar flashbacks de los campos de exterminio y extensas secuencias de la vida emocional de los judíos supervivientes: entierros, velatorios, bodas. El menú de violencia extrema y paletadas de sentimentalismo se hace intragable.

En vídeo, tráiler de 'Hunters'.Vídeo: Amazon Prime Video

Los intentos de aliviar el mejunje con humor tienden hacia lo ramplón. Los justicieros asaltan la mansión de un productor discográfico, antes conocido como el Flautista de Buchenwald. Para sugerirnos su sexualidad, uno de los invasores mira sus fotos particulares y comenta: “Esto parece la fiesta de la vaselina de Freddie Mercury.” No acaban ahí las groserías: el productor, amante de Chopin, es atormentado con un disco de Little Richard al máximo volumen.

La selección musical tiene toda la pinta de ser obra de algún algoritmo poco afinado. Eso sí, sin limitaciones para adquirir derechos de sincronización. Suena Psycho killer, de los Talking Heads, lo que sugiere que los asesinos del Tercer Reich podrían alegar alguna eximente psiquiátrica. Las imágenes de saqueos en Nueva York, durante el apagón de 1977, vienen acompañadas por Paint it black, de los Rolling Stones. Para lo que aparenta ser el final de la búsqueda, se recurre a… The end, de los Doors.

Los guionistas y realizadores parecen ignorar el concepto “bochorno”. Para que se hagan una idea del nivel: los malos quieren instaurar el Cuarto Reich en Estados Unidos tras, vaya, la eliminación del sector más pobre de la población mediante la introducción de un patógeno mortal en alimentos baratos. Pero Hunters aún puede empeorar: bondadosos muertos reaparecen para confortar a sus parientes y el director intercala parodias de otros formatos audiovisuales. Lo más terrible: Hunters está diseñada para justificar una segunda temporada

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