Muere el tenor Peter Schreier a los 84 años
Fue el principal y más reconocido cantante lírico alemán, desde Fritz Wunderlich hasta el ascenso de Jonas Kaufmann
El tenor y director de orquesta alemán Peter Schreier murió a los 84 años, el pasado 25 de diciembre, en el hospital universitario de Dresde. La noticia fue difundida este jueves en la web del tabloide alemán Bild por el periodista Jürgen Helfricht, amigo personal y autor de su única biografía (Peter Schreier - Melodien eines Lebens, 2008). El cantante había pasado la Nochebuena en familia, en su casa campestre de Lungkwitz, pero su delicada salud se deterioró bruscamente la mañana de Navidad. Una festividad tan vinculada, paradójicamente, a su carrera como cantante.
Schreier fue uno de los grandes evangelistas en el Oratorio de Navidad, de Bach. Registró la obra con Karl Richter y la filmó con Nikolaus Harnoncourt, pero también hizo una excelente grabación para Philips, en 1987, como director y cantante. En 2005, eligió esta misma composición de Bach para su retirada como tenor de los escenarios. Además, su voz se asociaba con la Navidad por otras razones. En 1974 grabó el disco de villancicos navideños más famoso en la antigua RDA, Peter Schreier singt Weihnachtslieder, con casi millón y medio de copias vendidas. También destacó como evangelista en las dos pasiones de Bach, que grabó igualmente como cantante y director, en el lied romántico y en las óperas de Mozart hasta conformar una discografía que supera las doscientas grabaciones. Hablamos del principal y más reconocido tenor lírico alemán, desde Fritz Wunderlich hasta el ascenso de Jonas Kaufmann.
Precisamente, la prematura muerte de Wunderlich, en 1966, a los 35 años, catapultó la carrera operística de Schreier. Debutó, al año siguiente, en el Festival de Salzburgo, como Tamino en La flauta mágica, de Mozart. Y no faltó a esa cita veraniega durante los próximos veinticinco años. En realidad, su voz no tenía ni la belleza de timbre ni tampoco la técnica y calidad de Wunderlich, pero la compensó con una férrea disciplina y una exquisita musicalidad. “Mozart es el más musical de todos los compositores. Su estilo es natural, enérgico y noblemente lírico”, reconocía Schreier en su libro de memorias Im Rückspiegel: Erinnerungen und Ansichten (2005). En Salzburgo cantó los papeles para tenor de todas las principales óperas de Mozart, desde Idamante en Idomeneo hasta Tito en La clemenza di Tito. Y los grabó en los setenta bajo la dirección de Karl Böhm, en Deutsche Grammophon, a excepción de Tamino que registró para Philips con Colin Davis; alguno de ellos, como Belmonte de Rapto en el serrallo, lo volvió a registrar en los noventa con Nikolaus Harnoncourt.
Natural de Meissen e hijo de un director de coro, Schreier ingresó con ocho años en el Dresdner Kreuzchor. Su director, Rudolf Mauersberger, descubrió su excelente voz de contralto. Y grabó, ya entonces, varios discos como solista. Con ese coro tuvo su primera experiencia escénica, en 1944, como uno de los Tres muchachos de La flauta mágica. Pero el joven Schreier siguió formándose, tras su cambio de voz. Ingresó en la Hochschule für Musik Carl Maria von Weber, en 1956. Y debutó, tres años más tarde, como Primer prisionero, en Fidelio, de Beethoven, en la Ópera de Dresde. En 1961 ya formaba parte de la compañía. Entonces empezó una ascendente carrera como tenor mozartiano, tras debutar como Belmonte en la Ópera Estatal de Berlín, en 1963. La Scala de Milán, la Metropolitan Opera de Nueva York, la Ópera Estatal de Viena o el Teatro Colón de Buenos Aires, además de Salzburgo, disfrutaron de sus encarnaciones de Tamino y Belmonte o de Ferrando en Così fan tutte.
Schreier hizo también alguna esporádica incursión en Wagner, que le permitió debutar en el Festival de Bayreuth, en 1966, como Joven marinero en Tristán e Isolda. Después, en los setenta, grabó David de Los maestros cantores y Loge de El oro del Rin bajo la dirección de Herbert von Karajan. Y fue Max en la mítica grabación de El cazador furtivo, de Weber, bajo la dirección de Carlos Kleiber. También grabó Jacquino de Fidelio y el papel de Flamand en Capriccio, de Strauss, con Böhm. Y cumplió, en 1988, su sueño de registrar el papel protagonista de Palestrina, de Pfitzner, que era su ópera favorita.
Pero este tenor alemán siempre consideró central en su carrera la música de Bach y los lieder de Beethoven, Schubert y Schumann. En este repertorio no solo exhibió la claridad de su dicción, sino también la sencillez de su línea de canto y el brillo plateado de su pianissimo. Aparte de las pasiones y el oratorio navideño de Bach, realizó grabaciones inolvidables de ciclos de Schubert con András Schiff, aunque quizá el hito de toda su carrera fue el famoso Winterreise que grabó en riguroso directo, en la reconstruida Ópera Semper de Dresde, en febrero de 1985, y con Sviatoslav Richter al piano (Philips). En España pudimos disfrutar poco de su arte, aunque algunos recordarán todavía su magnífico recital en la primera edición del Ciclo del Lied, en el Teatro de la Zarzuela, en abril de 1995.
El normal declive de la voz de Schreier intensificó poco a poco su carrera como director de orquesta, que había iniciado en los setenta. Siempre relacionó sus actuaciones en el podio con su experiencia previa como cantante. Pero resulta interesante constatar la influencia, especialmente en Bach, que ejerció sobre él Nikolaus Harnoncourt; y no tanto en relación con el uso de instrumentos de época, que nunca le interesaron, como en la articulación.
En 2015, el sello Berlin Classics publicó un recopilatorio en ocho discos con grabaciones poco conocidas de Peter Schreier para celebrar su ochenta cumpleaños. Su contenido ilumina rincones recónditos de su inmenso repertorio tanto de música eclesiástica (Hasse, Fux, Scarlatti y Zelenka), como de lieder de otros compositores (Mendelssohn, Wolf, Dvořák y Mahler), operetas (Lehár y Künnecke) y música del siglo XX (Hindemith, Weill, Shostakóvich, Britten y Mittergradnegger). En el libreto, Karsten Blüthgen pregunta a Schreier por el más allá, pero también por lo que haría si volviera a nacer. El tenor ríe a carcajadas, aunque responde con sinceridad: “Mi fe está más orientada hacia personas reales como Bach y Brahms”. Y concluye: “No estoy seguro de querer volver a ser cantante. He padecido mucho estrés, ya que todos esperaban siempre lo mejor de mí. No pude evitar la más mínima debilidad y mi cuerpo no siempre cooperó”. Habla el hombre modesto, pero en sus discos escuchamos a un artista colosal.
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