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Universos paralelos
Columna
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El año de la liberación

Cuatro décadas después de su publicación, 'London Calling' todavía deslumbra por su eclecticismo y su espíritu inquisitivo

The Clash, en una imagen sin datar.
The Clash, en una imagen sin datar. Cortesía de Sony Music
Diego A. Manrique

Joe Strummer solía explicar que 1976 fue el Año Cero del punk rock. Disculpen los ecos polpotianos del término: se refería a una ruptura con el sonido anterior, un rechazo de las convenciones del negocio musical, incluso la negación de una biografía que –en su caso- incluía el dato inconveniente de ser hijo de diplomático.

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Siguiendo ese cronograma, podríamos deducir que 1979 fue el año de su emancipación. Se despojaron de un dogma poderoso pero hipócrita: The Clash, como el resto de la primera oleada del punk británico, buscaba más el éxito pop que cualquier idea de revolución. No olviden que, esencialmente, todos los grupos de 1976-1977 ficharon por multinacionales y jugaron a colocar singles en las listas de éxitos, cuidando vestimentas y peinados.

Para The Clash, la caída del caballo sobrevino en Estados Unidos. Como testimonia su I’m So Bored with the USA (1977), Strummer y compañía eran tan antiamericanos como todos sus compañeros de generación. Sin embargo, quedaron deslumbrados por la realidad musical estadounidense: todavía no se había producido la concentración en la propiedad de las radios de la era Reagan; aún podían respirar comercialmente las variedades sonoras regionales. Fuera de las giras, en plan on the road, el viaje continental de Strummer en una camioneta le reveló que, en general, los nativos resultaban hospitalarios.

Esbozo de la portada de 'London Calling', de Ray Lowry.
Esbozo de la portada de 'London Calling', de Ray Lowry.Sony Music

De esas experiencias surgieron grabaciones que reflejaban el descubrimiento del gozoso soul de Nueva Orleans, la recuperación del rockabilly, la atracción por ciertos aires de jazz (el hip-hop neoyorquino o el sonido Motown quedarían para la siguiente entrega, Sandinista!). No se pueden hacer idea de la audacia de semejante aggiornamento: hasta entonces, en el mundillo punk británico, la única derivación estilística permitida era el acercamiento puntual al reggae, que fue precisamente una de las mejores bazas de The Clash.

Tuvieron la inmensa fortuna de contar con un productor atípico pero entusiasta, el antiguo disquero Guy Stevens, un veterano de la primera generación mod que supo aportar brillo y profundidad al repertorio, con remedios tan poco punkis como sumar teclados y metales: comparen las maquetas del local de ensayo, The Vanilla Tapes, con el resultado final.

Esto, aviso, no tendrá sentido para el personal actual, acostumbrado a consumir música sin (aparentemente) pasar por caja. The Clash renunció a buena parte de sus regalías para que London Calling, un doble, se vendiera prácticamente al precio de un elepé sencillo. Y repitieron tan ruinosa jugada con el triple Sandinista!. Se trataba de sincronizar su idealismo con las decisiones prácticas.

London Calling permitió a The Clash subir al siguiente nivel comercial. En 1982, el cuarteto ejerció de telonero de The Who en el Shea Stadium neoyorquino. Y vieron lo que el estrellato podía hacer con el espíritu de un grupo: cada miembro de The Who llegó en una limusina y se encerró en su camerino. Aparte de Pete Townshend, ninguno mostró la menor curiosidad por la propuesta de The Clash.

Se dijeron: “Esto no nos debe pasar nunca”. Pero la vida tiende a burlarse de los mejores propósitos. Con un ardor estalinista, Strummer se dedicó a las purgas. Despidió al batería Topper Headon, adicto a la heroína, a pesar de ser el instrumentista más fiable del cuarteto. En verdad, todos ellos consumían sustancias peligrosas, pero lo de Headon resultaba más evidente.

Y luego la emprendió contra el colíder del grupo, Mick Jones. Podía escudarse en decisiones musicales: su elepé sencillo Combat rock resultaba más contundente que Rat Patrol from Fort Bragg, el doble concebido por Mick Jones. Funcionaba el instinto pop de Strummer, que se alió con un productor de la vieja escuela –Glyn Johns- para adelgazar el doble disco original. Tal vez descontento con los mayores éxitos del grupo, Should I Stay or Should I Go y Rock the Casbah, creaciones respectivamente de Jones y Headon, Strummer conspiró para quedarse solo al frente del proyecto. Cuando lo logró, contrató a músicos anónimos para elaborar el peor álbum de su carrera, Cut the crap. El grupo desaparecería ignominiosamente en 1986, lejos de cualquier épica. Joe lo lamentaría el resto de su vida.

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