La exageración solidaria
Se acumulan instantes de tosca comedia física y dialogada, y los apuntes de interés quedan devaluados por la trama elegida apara ahondar en su tema principal
Una de las claves de la comedia está en los excesos. De cualquier tipo: el físico, lo que lleva al slapstick; el de la conducta o del propio arte, lo que lleva a la burla, a la caricatura y a la parodia; el del ditirambo, lo que da lugar a la sátira. Las buenas intenciones, película francesa dirigida por Gilles Legrand, se adentra en uno de estos excesos, el de la exageración vital hasta rozar el ridículo, y lo hace con un tema muy atrevido: la solidaridad.
LAS BUENAS INTENCIONES
Dirección: Gilles Legrand.
Intérpretes: Agnès Jaoui, Tim Seyfi, Claire Sermonne, Eric Viellard.
Género: comedia. Francia, 2018.
Duración: 103 minutos.
¿Se puede ser excesivamente solidario? Es posible que no en el fondo pero quizá sí en las formas, en el método. Y ahí entra Legrand con una comedia interesante en su punto de partida, que, sin embargo, se queda en terreno de nadie. Le falta crueldad, por un extremo, como para llegar a convertirse en una comedia negra. Y carece también de brillo y profundidad, al menos para que los complejísimos temas abordados, la inmigración, la integración, la fraternidad, no se queden en la superficie. Todo ello, en cuanto a la calidad intrínsecamente artística. En lo relativo a la comercialidad, más de lo mismo, pues tiene hechuras formales, fotográficas y de puesta en escena de cine social de autor, pero ciertos contenidos de cine popular vulgar y corriente. Y eso puede que no guste demasiado ni a los unos ni a los otros.
Hasta ahora prototipo de realizador francés academicista, de producción de época de cierto empaque pero sin demasiado fuste narrativo ni dramático, en películas como Malabar princess (2004) y L’odeur de la mandarine (2015), Legrand adopta esta vez perfil de autor con una imagen de tonos ocres y crudos, lejos de esa horrenda claridad televisiva de demasiadas comedias populares francesas. Sin embargo, en su guion también se acumulan instantes de tosca comedia física y dialogada, y los apuntes de interés, tanto en su protagonista como en el retrato del grupo de inmigrantes (magrebíes, orientales, de la Europa del Este, los Balcanes y Oriente Medio), quedan devaluados por la trama elegida para su integración social y las secuencias que se derivan de ella: un examen para el carnet de conducir que solo da pie a situaciones bochornosas.
De modo que únicamente se eleva, y a cuentagotas, con el reconocible dibujo de la activista a machamartillo que interpreta sin la gracia ni el carisma de antaño Agnès Jaoui. Esos momentos de sátira social donde sus buenas intenciones se tornan ridículas a fuerza de exceso y exageración. Cuando sus loables propósitos resultan risibles a causa de sus insólitos métodos. Cuando, más que altruismo, lo que se está desvelando es una peligrosa adicción.
Babelia
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