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Peter Handke, el Nobel de la discordia

La entrega del premio el próximo martes al escritor austriaco que defendió la causa serbia en las guerras balcánicas relanza el viejo debate sobre la separación entre las obras de los creadores y sus posiciones políticas

Peter Handke, visto por Juan Colombato.
Peter Handke, visto por Juan Colombato.
Marc Bassets

El escritor austriaco Peter Handke bautizó la región de bosques inmensos y pueblos anodinos en la periferia suroccidental de París como la “bahía de Nadie”. Pero la “bahía de Nadie”, según como se mire, tiene algo de “triángulo de las Bermudas”, un espacio magnético donde se extravían los genios de la literatura universal.

Al final de un camino sin asfaltar, en una casa con jardín en Chaville, uno de los pueblos de la “bahía”, o el “triángulo”, vive Handke desde hace 30 años. En la otra punta del bosque de Meudon, a una parada en tren de cercanías, residió en los últimos años de su vida otro hombre de letras: Louis-Ferdinand Céline. En el buzón de entrada todavía se lee su apellido real: Destouches.

Céline es el venerado autor de Viaje al fin de la noche. Al mismo tiempo, sus panfletos antisemitas y las posiciones filonazis durante la ocupación alemana le convirtieron en un maldito. Céline representa, desde entonces, la referencia ineludible al abordar la conveniencia de juzgar a un escritor, o a cualquier artista, solo por sus obras y no por su vida.

Handke, premio Nobel de Literatura en 2019, no es Céline. No son iguales los pecados que se les atribuyen, ni los dictadores a los que escribieron, ni su genio quizá. La cercanía, más allá de la coincidente vecindad geográfica, reside en otro aspecto. Sus posiciones políticas han arrojado una sombra sobre sus escritos. Ambos casos abren un debate no nuevo, pero cada vez más recurrente. ¿Podemos o debemos juzgar las obras de arte con independencia de las ideas y las actitudes, los vicios y las virtudes del creador?

A Hankde se le reprochan sus escritos sobre las guerras balcánicas y su defensa de Milosevic

El 10 de octubre, la Academia Sueca anunció que, con un año de retraso, concedía el Nobel de 2018, suspendido en su momento por el escándalo de abusos sexuales que golpeó a la institución, a la escritora polaca Olga Tokarczuk. El mismo día concedió el galardón de 2019 a Handke “por su trabajo influyente en el que el genio lingüístico ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana”. La Academia reivindicaba el valor literario del autor por encima de las consideraciones políticas o morales. La elección desató la indignación, entre otros, de autores como Salman Rushdie, de organizaciones de escritores como PEN-International y de víctimas del genocidio en Bosnia-Herzegovina.

A Handke, que debe recoger el galardón este 10 de diciembre, se le reprochan sus escritos y declaraciones sobre las guerras balcánicas en los años noventa y sus gestos hacia Slobodan Milosevic, presidente de Serbia y fallecido en una celda de La Haya mientras era juzgado por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio.

“Me chocó que se premiase a alguien que fue amigo de Slobodan Milosevic y que ha dedicado su carrera a defender a un asesino de masas”, dice desde Bosnia Emir Suljagic, director del Memorial de Srebrenica, donde en julio de 1995 las tropas del general serbobosnio Ratko Mladic asesinaron a 8.372 varones musulmanes. “Es un signo de los tiempos. Si hubiese negado cualquier otro crimen, ni siquiera se le habría tomado en consideración como candidato. Pero como Bosnia no se considera parte de Europa, como nuestra historia no se considera parte de la historia europea, les parece natural darle el Nobel a alguien que unos días antes se refirió a los bosniacos, es decir, a los musulmanes bosnios, como serbios de origen musulmán. Esto es racismo”.

Peter Handke, en su casa en las afueras de París en 2017.
Peter Handke, en su casa en las afueras de París en 2017.LAURA STEVENS (CAMERAPRESS / CONTACTOPHOTO)

En una carta dirigida a la Comunidad de Editores de Bosnia, Anders Olsson, presidente del Comité Nobel en la Academia Sueca, defiende que “haya espacio para diferentes opiniones sobre los autores y margen para diferentes interpretaciones razonables de sus obras literarias”. Suljagic responde: “Si Srebrenica y el sitio de Sarajevo son debatibles, ¿también dirían que Anders Breivik [el terrorista de extrema derecha que en 2011 asesinó a 77 personas en Noruega] debería ser debatible? ¿El 11-S? ¿El Holocausto? ¿Qué es debatible y qué no? Me encantaría conocer la respuesta de la Academia”.

Gun-Britt Sundström, miembro del Comité Nobel, dio una respuesta al dimitir el 2 de diciembre de este organismo responsable de seleccionar a los candidatos. “La elección del laureado de 2019 no se ha limitado a recompensar una obra literaria sino que se ha interpretado igualmente, tanto dentro como fuera de la academia, como una toma de posición que coloca la literatura por encima de la política”, escribió en el diario sueco Dagens Nyheter, según informó la agencia France Presse. “Esta ideología no es la mía”. Ayer se conoció otra deserción: el escritor e historiador sueco Peter Englund, uno de los miembros más destacados de la Academia, dijo que no asistiría a la ceremonia de entrega del premio.

Alfred Nobel dejó escrito que el premio debía recaer en “la obra más destacable de una tendencia idealista”

Alfred Nobel dejó escrito en su testamento que el premio debía recaer en “quien haya producido en el terreno literario la obra más destacable de una tendencia idealista”. Desde hace 118 años, cuando el Nobel se entregó por primera vez, los académicos no han dejado de dar vueltas al significado de “idealista”. ¿Significa literariamente puro? ¿O señala a una literatura comprometida, política?

Una polémica de 1979 entre el poeta Karl Vennberg y el académico Artur Lundkvist, citada por el académico Kjell Espmark en El premio Nobel de literatura: Cien años con la misión, ilumina el debate. Vennberg se pregunta si autores de simpatías totalitarias como Ezra Pound o Céline no habrían merecido el Nobel. Y añade: “Las ideas políticas personales de un escritor, ¿no son divagaciones que mueren con su época histórica? Ni siquiera los peores marxistas condenan ya a Balzac por haber sido un sucio reaccionario”. Lundkvist desaprueba el “liberalismo falsamente radical” de Vennberg. Y replica que “es inaceptable decir que los méritos” de las obras de Pound y Céline “compensan sus escandalosas efusiones de odio y de perversidad, dignas de psicópatas”, según Espmark.

Que el talento literario no garantiza el buen criterio cívico, ni la finura estilística se traduce siempre en el rigor en el comentario político, es casi una obviedad. Entre la lucidez poética y la ingenuidad analítica, la línea puede ser fina. El Nobel lo han recibido, para ceñirnos al ámbito de las letras hispanas, un censor franquista (Cela), un amigo de Fidel Castro (García Márquez) y un apologista de Stalin (Neruda). ¿Resta esto valor a su obra?

El corpus balcánico de Handke ocupa un lugar más que anecdótico en una bibliografía que consta de decenas de títulos desde que en los años sesenta irrumpió en escena como un niño prodigio de las letras alemanas. El núcleo son los libros Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia y Apéndice de verano a un viaje de invierno, ambos publicados por Alianza en 1996 y en 1997, respectivamente. Como en muchos de sus textos, la obsesión es el lenguaje y su capacidad para captar la realidad más allá de los lugares comunes y los relatos fabricados de antemano. Pero lanza afirmaciones como mínimo cuestionables. En Un viaje de invierno… sugiere que las fotografías “cuidadosamente encuadradas, pensadas y precisamente como arregladas” de bosnios musulmanes en campos de concentración son fruto de una escenificación del fotógrafo para realzar el efecto dramático. También siembra dudas sobre la responsabilidad serbia en los bombardeos del mercado de Sarajevo. En Apéndice de verano… visita Srebrenica. Y se interroga sobre si hubo “una causa, o quizás la gran causa, de todos modos imperdonable” que llevó al “supuesto (en estos momentos, mediados de julio de 1996, sigue siendo el adjetivo correcto y conforme a derecho) genocidio de S.”. Después, en un movimiento típico suyo, matiza las matizaciones: rechaza cualquier “relativización”, “suavización” o “circunstancias atenuantes”, y acaba admitiendo que él “no [es] la persona competente”.

Otro autor habría rectificado tras la reacción que merecieron los libros, pero la respuesta de Handke a las críticas consistió en redoblar su apuesta. Se reunió con el criminal de guerra Radovan Karadzic, negó legitimidad al Tribunal Penal Internacional para los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia y pronunció un discurso en el entierro de Milosevic. De repente, dejó ser el escritor cool que un día fue: el enfant terrible de Insultos al público, el poeta de los paisajes americanos de Carta breve para un largo adiós, el guionista de Falso movimiento o El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders. Sí, matizó y se explicó. Escribió que Srebrenica es “de lejos el peor ‘crimen contra la humanidad’ cometido en Europa desde la guerra”, aunque no sin antes defender que se trató de una “venganza abominable de las fuerzas serbias” por un “crimen al que conviene el término de genocidio” perpetrado antes, según su argumento, por las fuerzas musulmanas. Su reputación quedó abollada. Desapareció de las quinielas del Nobel. La imagen de “escritor de Milosevic” es imborrable.

El día que se anunció el premio parecía entre sorprendido y aliviado, en paz consigo mismo y con el mundo. “Me siento libre”, nos dijo a los periodistas que fuimos a entrevistarlo. Era como si se cerrase una etapa. Pero ha ocurrido lo contrario. De nuevo se le acusa de negar el genocidio o de ser su apologista. Vuelven a citarse declaraciones ambiguas o directamente ofensivas, como una entrevista de 2011 en la que decía no creer “ni una palabra” de las madres de las víctimas de Srebrenica, declaración que ha desautorizado afirmando que “sin duda el genocidio causó un dolor infinito, que nunca he puesto en duda”.

El debate no se circunscribe a la literatura. El MeToo ha propiciado la reevaluación de creadores como Polanski

El debate no se circunscribe al Nobel, ni a la literatura. El movimiento MeToo ha propiciado una reevaluación de las obras de creadores como Roman Polanski. “Hicieron o dijeron algo horrible, crearon algo maravilloso. Lo horrible perturba la obra maravillosa; no podemos mirar o escuchar o leer la obra maravillosa sin recordar lo horrible”, ha resumido en la revista Paris Review Claire Dederer, que prepara un libro titulado Monsters (monstruos). “¿Qué hacer con los monstruos? ¿Podemos y deberíamos amar sus obras? ¿Son monstruos todos los artistas ambiciosos?”.

El biógrafo de Handke, Malte Herwig, recuerda que “Thomas Mann también recibió el Premio Nobel en los años veinte, y unos años antes había escrito Consideraciones de un apolítico, que era un horrible trabajo de propaganda política y cultural”. “No era el único escritor que en la Primera Guerra Mundial justificaba la supremacía alemana sobre los franceses. Había escritores franceses que hacían lo mismo en el otro lado. Pero 10 años después recibió el premio”, subraya Herwig, autor de Meister der Dämmerung (maestro del crepúsculo).

Una diferencia entre Mann y Handke es que el primero corrigió sus posiciones. Herwig cita a otro Nobel controvertido: el noruego Knut Hamsun, que lo recibió en 1920. “Cuando le comparamos con Hamsun, hay diferencias. Su apoyo a Serbia, de entrada, no puede situarse al mismo nivel que el de Hamsun a los nazis. Otra es que Hamsun ganó el Nobel antes de apoyar públicamente a los nazis y a Hitler. Y otra es que Hamsun coqueteó con el poder, con los vencedores, mientras que Handke se puso del lado de la parte universalmente condenada en Europa. Él sabía que no sería bueno para sus intereses. Sus propios amigos le dijeron que se metería en problemas”.

El 10 de octubre, en su jardín, tras un paseo por el bosque de Meudon, en la “bahía de Nadie”, Handke parecía contento, pero desconcertado. “No sé cómo celebrarlo. Me gustaría beber, pero no he comido nada hoy”, declaró. “Por los problemas que tuve hace años nunca pensé que me eligieran. Hubo mucho ruido cuando escribí de un modo distinto sobre la guerra civil en Yugoslavia, y puedo entenderlo”. Al despedirse, contó que había recogido champiñones aquella mañana. Un periodista le preguntó a quién le daría el Nobel. “A Georges Simenon”, respondió.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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