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¿Es la felicidad verdugo de la libertad?

El escritor y periodista Amin Maalouf alerta en este ensayo del fracaso de la civilización frente a la oleada identitaria y culpa a los líderes políticos, cuyo egoísmo sume a la humanidad en una orfandad frente al porvenir

Juan Luis Cebrián
Amin Maalouf, visto por Sciammarella.
Amin Maalouf, visto por Sciammarella.

"Las tempestades identitarias han emponzoñado el ambiente del planeta entero y de todas y cada una de las sociedades (…) las palabras que subyacen en ellas ‘despistan’ (…) hablan constantemente de solidaridad, de fraternidad o de reparación de las injusticias y no siempre resuelta fácil reconocer, más allá de esas palabras de unión, sus efectos perversos”.

Este podría ser un buen resumen, escrito por él mismo, del último libro de Amin Maalouf, sobre el naufragio de las civilizaciones. El autor de la celebrada novela León el Africano nos lega en este ensayo recién publicado en español una especie de testamento intelectual al que incorpora su visión del futuro de la humanidad. Un futuro ciertamente oscuro, casi aterrador en algunas de sus facetas, sobre el que apenas es capaz de esbozar cierto optimismo en las páginas finales, cuando parece encomendar al proyecto de la Unión Europea, por desflecado que hoy esté, la difícil tarea de liderar el salvamento del planeta.

El libro debería ser lectura obligada para cuantos sientan sus responsables posaderas en los escaños del Congreso

Maalouf, laureado escritor, enviado especial como periodista a zonas de conflicto, libanés de origen y francés de adopción y devoción, hasta el punto de figurar en las filas de la Academia, continúa en su nueva obra analizando el devenir del mundo después del final de la Guerra Fría. Como en ocasiones anteriores (es famoso su ensayo Las identidades que matan), marca el comienzo del declive que padecemos en el éxito de las revoluciones conservadoras: Reagan y Thatcher en Occidente, pero también los mulás en Irán, el Likud en Israel, los talibanes en Afganistán o los ultranacionalistas en la India. Todos estos movimientos, diferentes en contenido e intensidad, pero caracterizados siempre por una manipulación interesada de las identidades, religiosas, espirituales, patrióticas o de clase, constituyeron por lo demás una respuesta atribulada al fracaso del socialismo real y las recetas marxistas. La década de los setenta marca para el autor el comienzo de todos los desastres, posteriormente identificados en el choque entre civilizaciones que Huntington profetizara, pero sobre todo en la fragmentación interna de cada una de ellas. Emprendemos así un retorno al mundo de las tribus, hoy demasiado evidente en países tan cercanos a la Europa desarrollada como la Libia de después de Gadafi. El islam es la principal víctima de esta fragmentación, no solo en el sentido metafórico, sino como la comunidad que más devastadora violencia padece en su interior.

Al final de su relato, repleto de datos históricos, Maalouf incoa un explícito homenaje a George Orwell y su inolvidable 1984, cuyas profecías considera no solo cumplidas, sino incluso rebasadas por la atosigante realidad que padecemos. Pareciera como si, efectivamente, los hombres y mujeres del mundo en que vivimos, obligados a elegir entre la libertad y la felicidad, se hubieran decidido definitivamente por esta última. Las crecientes desigualdades son así el caldo de cultivo de la renuncia a la Ilustración y el declive de la democracia. Se trata de una enfermedad que nos aqueja sin apenas distinción de ideologías hasta el punto de que fuerzas tradicionalmente situadas a la izquierda que “tiempo atrás enarbolaban la bandera del humanismo y el universalismo, en la actualidad prefieren preconizar luchas de cariz identitario”, con lo que contribuyen a la fragmentación y la desintegración. Formaciones supuestamente progresistas se apresuran a convertirse en portavoces de minorías étnicas, de comunidades o de categorías, renunciando “ a construir un proyecto para la sociedad entera”. No es difícil inferir que entre las categorías que Maalouf menciona debemos contabilizar las ideologías mismas que enseñorean ahora el debate político, en nuestro país como en tantos otros. La tendencia al mesianismo de los líderes, sus ubicuas promesas siempre incumplidas, los comportamientos sectarios y el desprecio a las instituciones democráticas tienen una misma raíz. Los sueños de unidad son compartidos por la inmensa mayoría de las gentes, pero el egoísmo y la ignorancia de los líderes están sumiendo a la humanidad en general en una especie de orfandad frente al porvenir.

El análisis no puede ser más acertado y si algún pero puede oponérsele es el cariz un poco apocalíptico que adquiere en la brillante pluma de un escritor de ficción. Es imposible negar, por ejemplo, que la humanidad en su conjunto vive hoy mejor que hace 50 o 100 años, aunque también resulta evidente que el miedo al porvenir, la falta de perspectivas de las jóvenes generaciones y el colapso de las élites, singularmente las intelectuales, dificultan enormemente el ejercicio de la esperanza salvo que esté basado únicamente en un acto de fe.

El resultado de todo ello es que pierden los moderados; la derecha se vuelve extrema, arrogante y estúpida, y se abraza a los señuelos patrióticos; el socialismo reniega de sus apellidos democráticos, se rinde al nacionalismo identitario y al disfrute de los símbolos del poder, toda vez que el poder mismo ha cambiado de residencia. La lectura de El naufragio de las civilizaciones debería ser de obligado cumplimiento para cuantos sientan sus respetables posaderas en los escaños del Congreso y de manera muy especial para quienes lo hacen en la bancada del Gobierno. Les podría ayudar a entender que los malabarismos en los que se hallan enredados responden a un mismo síndrome ya casi universal: el del fracaso de la civilización frente a la oleada identitaria. Y es fruto de la ignorancia de quienes piensan que puede existir felicidad alguna sin el disfrute de la libertad.

El naufragio de las civilizaciones. Amin Maalouf. Traducción de María Teresa Gallego. Alianza, 2019. 280 páginas. 18 euros.

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