La ilusión es una luz en una plaza
“El éxito no es lo más guay del mundo. El brillo atrae, pero es mejor la profundidad que el deslumbramiento”
Lo que anima sus caras es el reflejo intermitente del móvil. Noticias de vidas ajenas, distracciones, mensajes contra la monotonía del viaje. Vargas Llosa inicia su Conversación en La Catedral con la imagen de un joven que mira, “sin amor”, la triste silueta de una calle en Lima. En determinadas circunstancias, ni la belleza aparta de tu cara el rastro de la desgracia. En la cola del paro, en la sucesiva respuesta “aún no” de las listas de espera, en el hosco acontecer del rostro que te recibe, “sin amor”, detrás de las oficinas del no. Cuando te toca, el argumento de la desilusión estrena su intensidad individual, su viejo aire de fracaso. Todo conspira para que no sonrías.
Delante de la casa de Julio Cortázar, en Saignon, Francia, había un cartel que decía: “Y ahora, ¿quién me saca de aquí?”. ¿Qué nos saca de esa penumbra?, Lecina Fernández, psicóloga, autora de Ilusión positiva. Una herramienta casi mágica para construir tu vida (Desclée de Brouwer) viene a la conversación con algunas respuestas, y deja al fin una burbuja de cristal, metáfora de donde se esconde la ilusión. La burbuja contiene aire y preguntas.
Julián Marías escribió que la sucesión de desilusiones es lo que nos pone, dice Lecina, en el camino de la depresión. Es como si todas las moscas se juntaran hasta nublar la visión, las moscas de Machado, las de Sartre, las del puente de Munch. El grito de la desilusión. “La ilusión se recupera imaginando historias en las que somos capaces de hacerlas realidad. Esa es la semilla de la ilusión… Se puede conseguir también en el ala más difícil de los hospitales. Ahí estuve yo, con enfermos de cáncer. ¿Cómo vas a hablar de ilusión tal como estamos?, decían los enfermos. ¡Por eso mismo, tienen que recuperarla los que no la tienen! Y no es que ahora tengan ilusión, es que viven con ella, y eso es emocionante”.
Cuando no puedes recuperarla, “la ilusión supone un peso enorme, se cae porque tú no puedes arrastrarla, con respirar ya tienes bastante… Hay una manera de rehacerla, preguntando por algún momento en que la hubo. Entonces se produce un resplandor, y a veces hasta brillan los ojos. Desde ahí ya se puede empezar a trabajar”. Kafka decía que despertar es el momento más arriesgado del día. “Pero si despiertas y encuentras razones para seguir despierto, por ejemplo, que funciona tu cuerpo, entonces el riesgo va disminuyendo”.
Rompen la ilusión los fracasos, las pérdidas, las rupturas. “Todo lo que significa perder. La ilusión sería el antídoto”. ¿Y usted la ha perdido, Lecina? “Alguna vez. Hace mucho tiempo perdí a una hija recién nacida. No tenía entonces ninguna noción de las que he aprendido trabajando en esto. Y fue un momento muy duro”.
Le pregunté por una ilusión que la anime. Entonces, la mirada dice más que sus palabras. “Mi hija, arquitecta en Copenhague. Hace escultura para espacios infantiles, con Rosan Bosch. Y mi madre. Noventa años. Le celebramos un cumpleaños enorme… La ilusión tiene que ver con las personas. El éxito no es lo más guay del mundo. El brillo atrae, pero es mejor la profundidad que el deslumbramiento”. La ilusión es una luz humilde esperándote en una plaza. Y a la plaza se va la psicóloga, con su burbuja en la mano, sonriendo.
Babelia
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