Me olvidé de vivir
Esta obra gana conforme avanza en el relato, desde un primer tercio estimable pero nunca brillante hasta un último tramo magnífico, cada vez más simbólico y procaz
Ensortijada, piel fina, clase infinita, mirada altiva, olor a millonaria, sabor a no haber conocido más que el triunfo desde que dijo por primera vez mamá. La protagonista de Las niñas bien, segunda película como directora de la mexicana Alejandra Márquez Abella, utiliza la tarjeta de crédito con la naturalidad del que respira. Pero ya no funciona: “Lo siento, señora”. Ser rico, haber sido rico desde siempre, y ahora no serlo. Un sarpullido físico y emocional.
Por fuera, empiezan los picores, una extraña sensación que sale del cuello. Desde dentro, un subidón de intranquilidad desconocido hasta entonces, que se expulsa y que se pretende controlar con unas uñas largas, cuidadas a la perfección, sexis, que rascan y rascan una tez que a este paso pronto será pellejo. Qué bien narrado el proceso de derrumbamiento de un ser humano desde la cúspide social y económica hasta el charco de las dificultades. Con los más pequeños detalles. Incluso con Julio Iglesias.
LAS NIÑAS BIEN
Dirección: Alejandra Márquez Abella.
Intérpretes: Ilse Salas, Flavio Medina, Cassandra Ciangherotti, Paulina Gaitán.
Género: drama. México, 2019.
Duración: 93 minutos.
“Me olvidé de vivir…”, léase cantando, arrastrando la última i latina, con el (in)imitable deje del artista español, ídolo de la clase alta de los años ochenta. De cualquier lugar, también de México, en tiempos del sexenio como presidente de José López Portillo, de 1976 a 1982. “De tanto correr la vida sin freno / me olvidé que la vida se vive un momento”, cantaba Julio, y las mujeres de la alta sociedad mexicana la escuchaban sin querer entender. Hasta que López Portillo verbalizó el caos, 1 de septiembre de 1982, y las esposas de los ricos, a las que está dedicada la película, comenzaron a rascarse el cuello, a apretar cada vez más la boca, labio sobre labio, rictus de plomo, a fumar con nerviosismo y sin el desparpajo de antaño, dedos temblorosos. Y Márquez Abella, a través de músicas y sonidos, de ralentís y primerísimos planos de mujer con hombre al fondo, lo muestra con estilo, incluyendo un par de miradas a cámara, escrutadoras del espectador, de sus sensaciones. La nacionalización de la banca, el embargo económico. El embargo de un modo de ser, de respirar, de vivir. De un clasismo de clubes deportivos, cocktails, fiestas y relax.
Más conceptual que narrativa, Las niñas bien, premios a la mejor película iberoamericana, guion y montaje del Festival de Málaga, es una obra que gana conforme avanza en el relato, desde un primer tercio estimable pero nunca brillante hasta un último tramo magnífico, cada vez más simbólico y procaz. Guadalupe Loaeza había publicado la novela en 1985, pero sus sensaciones siguen vigentes. Niñas bien las hay en todos lados, y siempre las habrá. Novela de mujer, película de mujer, acerca de una mujer. Un bravo retrato de la arrogancia, el machismo, el clasismo, el racismo y la desolación de descubrir que, a veces, la vida se vive un momento.
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