El otro sonido de Chicago
A finales de los 60, la discográfica Chess se abrió a la psicodelia, con pasmosos resultados
Lo saben hasta los turistas: la música que identifica a Chicago es el blues, el blues eléctrico facturado por refugiados del delta del Misisipi. Para los exquisitos, Chicago también suena a soul. Refinado soul orquestal que sugiere la asimilación de los afroamericanos en la cultura empresarial de la ciudad.
Paseando por el downtown de Chicago, con sus intimidantes rascacielos y sus edificios corporativos, uno se siente en la capital mundial del capitalismo. Efectivamente, el desarrollo del soul de Chicago se entiende estudiando la estrategia de media docena de discográficas locales y las sucursales de sellos neoyorquinos.
Sus peculiaridades empresariales explican el surgimiento de esa variedad que algunos denominamos chicadelia, para referirnos a la Chicago psychedelia. Dado el clima de la Ciudad de los Vientos, uno podría imaginar que aquellas latitudes no eran apropiadas para el flower power. Pero en toda familia hay un rebelde y eso ocurrió en Chess Records.
El imperio Chess se construyó sobre el blues y el rock and roll aunque, en los sesenta, su facturación pivotaba sobre el soul (Etta James, The Dells) y el jazz (Ramsey Lewis). Sin embargo, Marshall Chess, hijo de uno de los fundadores de la compañía, se empeñó en sumarse a la contracultura. Sus mayores le abrieron Cadet Concept, para que experimentara.
Marshall era un veinteañero, si eso sirve como atenuante de lo que hizo: psicodelizó a dos de los colosos de Chess, Muddy Waters y Howlin’ Wolf. Los resultados, piensan muchos, merecen un puesto en La historia universal de la infamia. Cierto que, en tiempos recientes, esos discos han sido reivindicados por los sampleadores pero ese amor necrófilo llega tarde; ignora además otras referencias de Cadet Concept, como las entregas del saxofonista John Klemmer.
En complicidad con el productor-arreglador Charles Stepney, Marshall decidió crear psicodelia de estudio. Nació así Rotary Connection, un combinado de chavales jóvenes y veteranos del negocio, blancos y negros, con una chica entre las voces: la celestial Minnie Riperton.
No hay muchos estudios sobre la psicodelia orquestal pero Rotary Connection fue posiblemente el proyecto de más amplio desarrollo: seis elepés entre 1968 y 1971. Más extraño aún: actuaba en directo, aunque eso supusiera prescindir de los suntuosos arreglos de Stepney. Es leyenda que Rotary Connection renunció a aparecer en Woodstock, prefiriendo un bolo mejor pagado en Canadá.
Sus discos muestran al grupo en un laberinto. Tenían piezas corales que no les alejaban mucho de The Fifth Dimension junto a temas aromatizados por el sitar y otros modismos orientales. En algún momento, hay ecos de Arthur Lee y Love. Se especializaron en desmontar éxitos del rock y el soul, con fantasía y descaro, aunque su canción más universal sea creación propia, la celebración de la negritud I Am the Black Gold of the Sun.
Rotary Connection no sobrevivió a la marcha de Marshall Chess, que reaparecería como director del sello de los Rolling Stones. Stepney participaría en el despegue del grupo Earth Wind & Fire. Y Minnie Riperton triunfaría como solista, con un cruel desenlace: moriría en 1979, con 31 años.
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