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Un puñetazo por el clima

El planeta inhóspito, título de referencia sobre el tema, no habla de los motivos del calentamiento global, sino de sus consecuencias: inundaciones, incendios, hambrunas

Un bombero lucha contra el fuego en un área rural amazónica, en el norte de Brasil, a principios de septiembre.
Un bombero lucha contra el fuego en un área rural amazónica, en el norte de Brasil, a principios de septiembre.GUSTAVO BASSO (GETTY IMAGES)

Este libro es un puñetazo. Pero no un ­puñetazo encima de la mesa, un puñetazo en la mitad de las conciencias. Un ya está bien que, probablemente, será desoído. Desde el punto de vista de la ciencia no se puede llegar más lejos. Sabemos las causas y las consecuencias, y conocemos las incertidumbres, pero están en el lado de las decisiones políticas. Porque que el cambio climático es una amenaza real está fuera de toda duda; es una crisis mundial en la que “no hace falta considerar los escenarios más pesimistas para alarmarse”. Este no es un libro sobre el cambio climático, sino sobre sus consecuencias.

David Wallace-Wells, en su contundente El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento reúne años de investigaciones climatológicas destiladas en 254 páginas destinadas a eliminar tibiezas y en 100 páginas de notas que las sustentan. No, no estamos ante un pequeño problema que se acabará resolviendo por sí mismo. No, ya no es posible que una desconocida y maravillosa tecnología resuelva la catástrofe en dos décadas. No, ya nada será igual. “No volverá a haber normalidad”.

Así de radical presenta este periodista lo que se nos viene encima. Sin medias tintas, porque esto es algo que sabemos hace tiempo y sobre lo que nos llamamos reiteradamente andana: “Ya hemos causado tanta devastación a sabiendas como en nuestra ignorancia”, dice al anotar que desde 1992 —el año que Al Gore publicó su libro— hemos vertido tantos gases de efecto invernadero debido a la quema de combustible fósiles como desde el principio de la revolución industrial. El 85% del total lo hemos producido desde el final de la II Guerra Mundial.

Wallace-Wells plantea una pregunta “que es política, no científica”: ¿cuánto aumentarán las temperaturas? Es algo imposible de saber ahora, pero no por falta de conocimiento, sino por falta de datos. La respuesta depende solo de cuándo empecemos a actuar y de la intensidad con la que lo hagamos. Se trata, en esencia, de “cuánto CO2 más decidimos emitir, que no es una pregunta para las ciencias naturales, sino para las ciencias humanas.”

Como las ranas en la olla que se va calentando lentamente, no parecemos ser conscientes de que nos acercamos al punto de ebullición. Y Wallace-Wells nos muestra en su libro lo que denomina “los elementos del caos”, la manera en la que el calor acabará con la vida de millones de personas, que padecerán hambrunas, incendios y desastres “ya no naturales”.

“Que el mar se volverá mortífero se da por descontado”, dice al hablar de la acidificación de los océanos. La subida de nivel del mar depende también del momento en que decidamos tomarnos esto en serio, pero, aun en mejor de los casos, supondrá unos dos metros para fin de siglo. Y, si no detenemos las emisiones, en 2100 “hasta el 5% de la población mundial será víctima de inundaciones cada año”. Entre 2014 y 2019 el mar ha subido 5 milímetros al año, frente a 4 entre 2007 y 2016 y los 3,2 en periodos anteriores. “No lo vemos porque no queremos verlo”.

Otro de los problemas venideros, que ya está presente en nuestras ciudades, se reconozca o no, es la irrespirabilidad del aire que nos rodea: “Ya hoy mueren a diario más de 10.000 personas debido a la contaminación atmosférica” en todo el mundo. Y a todo ello hay que añadir las notables repercusiones económicas, que supondrán “una media de reducción de los ingresos per capita del 23% a escala mundial para finales de este siglo en comparación con la trayectoria de desarrollo económico en ausencia de cambio climático”.

El cúmulo de datos y de cifras, la aparente lentitud del cambio, la dificultad humana para comprender y asumir las consecuencias a largo plazo de nuestros actos hacen que no nos tomemos en serio esta emergencia climática. Porque “nadie quiere ver venir el desastre, pero quienes miran lo ven”. Sabemos positivamente que “ningún humano ha vivido nunca en un planeta tan caliente”, así que esa puede ser, dice el autor, la solución de la paradoja de Fermi, cuando hablando de vida inteligente extraterrestre se preguntaba ¿dónde están? Quizá su planeta sucumbió al clima. Cada dato, cada afirmación del autor, apoyada en una potente bibliografía, es un aldabonazo cuyo máximo riesgo es que resuene en el vacío.

La opulencia en la que hemos vivido juega en contra de la acción. Nuestro pensamiento está anclado en una cierta vaga idea de progreso que, de haber sido real, ha dejado de serlo. Se dice con frecuencia que, a partir de ahora, cada generación sucesiva vivirá peor que la anterior, pero no somos capaces de entender qué significa eso. Y por eso, dice el autor, no hacemos frente como debiéramos a la emergencia climática.

Como los terraplanistas de hace 500 años menos tres, al regreso de Elcano del viaje de Magallanes, los negacionistas del cambio climático, francotiradores o agrupados, pretenden negar la evidencia. Siempre los ha habido, lo malo es si determinan las políticas, si su arrastrar de pies nos lastra a todos, como acabamos de ver en la reunión convocada por António Guterres en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York. Porque “cada uno de nosotros impone algo de sufrimiento sobre nuestros yos futuros cada vez que pulsamos el interruptor de la luz, compramos un billete de avión o nos abstenemos en unas elecciones”.

El planeta inhóspito. David Wallace-Wells. Traducción de Marcos Pérez Sánchez. Debate, 2019. 348 páginas. 22,90 euros.

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