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Feria de Albacete

Mucho valor para tan poco enemigo

José Fernando Molina abre la puerta grande y Diego San Román escucha los tres avisos

Diego San Román, ante uno de sus novillos.
Diego San Román, ante uno de sus novillos.Maria Vázquez

Diego San Román, un novillero mexicano de figura estilizada y buenas maneras que se presentaba en la plaza de toros de Albacete, demostró que tiene valor. Más del habitual. Y eso llamó la atención del público.

Con expectación, emoción y casi temor vio cómo el joven se dejaba llegar los pitones de sus oponentes a los muslos y al pecho, y cómo los pasaba con la muleta para acá y para allá. Tanto les entusiasmó aquello a los presentes que, por momentos, se pusieron de pie para aplaudir.

CRIADO, ENCINAGRANDE / SAN ROMÁN, MOLINA

Novillos de Juan Manuel Criado (1º, 4º y 6º) y Encinagrande (2º, 3º y 5º bis), correctamente presentados, aunque sospechosos de pitones, mansos, muy nobles y justos de fuerza y casta.

Diego San Román: pinchazo y estocada trasera _aviso_ (saludos); estocada corta desprendida y contraria (oreja); media estocada desprendida y atravesada al encuentro _aviso_ _segundo aviso_, ocho descabellos _tercer aviso_ (división al saludar).

José Fernando Molina: media estocada trasera y tendida _aviso_ (oreja); estocada corta muy tendida y atravesada que escupe y estocada trasera, caída y contraria _aviso_ (oreja); pinchazo y estocada trasera _aviso_ (silencio).

Plaza de toros de Albacete. Jueves, 12 de septiembre. Quinta de feria. Casi media plaza.

Cabe pensar que reaccionaron de esa forma por la cercanía entre el torero y el animal. Y, sí, es verdad que San Román pisó unos terrenos comprometidos, pero ¿y el toro -novillo en este caso-? Frente a él, aunque se hallaba un astado perteneciente a la raza de lidia con dos pitones como defensas, no había ni rastro del toro bravo -entiéndase toro bravo como ese animal fiero y encastado que pelea con poder y agresividad hasta el final-.

Un bando provisto de tanques y misiles; el otro, armado con palos y piedras. La lidia convertida en una lucha desigual. ¿Valor? Sí, pero no tanto.

Los tres ejemplares que le correspondieron, bien hechos y cuajados, pero sospechosos de pitones, tuvieron tanta nobleza y bondad como escasez de fuerza y casta. Sobrado de oficio y seguridad, el mexicano ligó muletazos largos sobre ambas manos, pero acabó fracasando al no ser capaz de acabar con su último oponente. Aun así, tras escuchar los tres avisos, no tuvo reparos en salir a saludar una ovación. ¿Dónde quedó la vergüenza torera?

Más feliz fue el desenlace de la actuación de José Fernando Molina. Un año después de su ilusionante debut, la gran esperanza de la tauromaquia manchega volvió a abrir la puerta grande. Dos orejas cortó, una del segundo y otra del cuarto, los dos mejores utreros del encierro de Juan Manuel Criado y Encinagrande, divisa propiedad de su apoderado y empresario de la plaza, Manuel Caballero (la separación de poderes en todo su esplendor).

Pero, pese a los trofeos y a su triunfal salida en hombros, la tarde de Molina no fue nada afortunada. Aunque anduvo templado y entregado y dejó detalles de calidad, casi nunca se colocó en el sitio y toreó muy despegado.

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