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El hombre que fue jueves
Tribuna
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El derecho a la contradicción

También el análisis arquitectónico de Lucía Carballal en 'Las bárbaras' es la destilación de una mirada rebosante de ironía

Marcos Ordóñez
Lucía Carballal en un retrato de David Sagasta.
Lucía Carballal en un retrato de David Sagasta.

El 16 de octubre llega a la sala Nieva (CDN) Las bárbaras, la nueva y esperada obra de Lucía Carballal, que dirigirá Carol López. Tres amigas maduras se reencuentran en un hotel (irónicamente llamado Juventud) fronterizo con Portugal. Cada cual a su manera, las tres han querido a Bárbara, una joven y enigmática arquitecta, que poco antes de desaparecer encargó a Encarna (Amparo Fernández), madre de tres hijos, el rol de la oficiante del duelo y que con la primera luz del día comunique a las otras sus voluntades.

La función tiene mucho de comedia caleidoscópica o, como decía la gran Robin Rose en Una vida americana, “de drama en pijama”. Las tres protagonistas no se cuentan milongas. Son lúcidas, irónicas, amargas y apasionadas. Carmen (Mona Martínez), también arquitecta, fue la mentora profesional de Bárbara. Susi (Ana Wagener), pianista y tía de la muchacha perdida, saltó de joven todas las vallas que se cruzaban en su camino, y sigue ironizando (en una línea ácida que puede recordar a Maruja Torres) sobre lo que considera pomposidades verbales como “herida patriarcal”.

También el análisis arquitectónico de Carmen es la destilación de una mirada rebosante de ironía. “En Las bárbaras”, dice la autora, “he intentado hacer un ejercicio de observación sin imponer mi juicio a una generación de mujeres distinta a la que las mira. Quise escucharla y de alguna manera tender un puente con la de mi madre, pasando por encima de todas nuestras diferencias, que son muchas. Una generación que me conmueve a un nivel muy profundo: crecidas en el franquismo, experimentaron una ruptura histórica y salvaje con respecto a sus madres y padres, y otros patrones de su educación. Las primeras mujeres que se divorciaron, las primeras que destacaron en muchos ámbitos profesionales…”.

Carballal ha buscado acercarse un poco al tono “entre doloroso y liviano” de Apegos feroces, de Vivian Gornick; “quise asomarme a ese balcón”, dice. De su mirada me seduce la valentía de defender distintos puntos de vista al mismo tiempo. “Intuyo que recibiré algún que otro mandoble por reírme de mí misma. La única forma de evitar las controversias es dibujar mujeres sin grietas, sin contradicciones. Pero no puedo hacerlo porque no las conozco. Por otro lado, quizás Bárbara se acerque simplemente a un alter ego mío tomado con humor. Y el teatro tal vez acabe siendo una forma de acercarse al próximo”.

Otra cosa que me gusta de Las bárbaras es que sea feminista pero no proclamática; que exhale, como decía Von Horváth, fe pero sin religión. Y cuando digo “sin religión” quiero decir con creencias pero con dudas, poniéndose siempre un tanto en cuestión, es decir, cuestionándose. Actitud formidable aunque un poco peligrosa para los tiempos que corren: la mezcla de inteligencia y humor siempre ha hecho enarcar más de una ceja. Al final, despidiéndonos, atrapo al vuelo una formidable frase de la comediógrafa (y guionista): “Tal vez uno de los temas de Las bárbaras sea el derecho a la contradicción: contradicciones que me parecen tremendamente inspiradoras para tratar de desentrañar la realidad”.

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