El planeo carroñero de costumbre
El periodismo nunca ha tenido muchos motivos para sacar pecho por respetar los duelos ajenos, pero eso no es excusa para alardear cuando se actúa bien
En un viaje por las aldeas judías del Este de Europa, pocos años antes del Holocausto que las barrió del mundo, el escritor austriaco Joseph Roth documentó un ritual de duelo muy sencillo. La familia se encerraba en casa con el difunto y los hombres formaban un círculo en torno a la vivienda. Nadie salía ni entraba de ella, y los deudos se alimentaban con huevos duros que les entregaban los miembros del círculo. Los huevos eran un mensaje ritual: su forma simbolizaba el infinito, y con su entrega, la comunidad expresaba que el dolor de esa casa no tenía fin. Manteniéndose fuera, pero cerca, escenificaban dos cosas: que la comunidad les protegía del daño exterior y que respetaban su intimidad y su silencio.
Hace unos días, varios periodistas deportivos celebraron la discreción y el tacto con los que habían cubierto la muerte de la hija de Luis Enrique. Actuaron como los aldeanos judíos de Joseph Roth, lo cual es muy elegante y digno, pero perdieron toda su nobleza en cuanto presumieron de ella. El periodismo nunca ha tenido muchos motivos para sacar pecho por respetar los duelos ajenos, pero eso no es excusa para alardear cuando se actúa bien. Los judíos de la historia de Roth no celebraban en la taberna su altura moral.
El caso de Blanca Fernández Ochoa ha devuelto las cosas a la normalidad. Horas de programación con colas en bucle y parloteo tertulianil con hipótesis impertinentes sobre una vida de la que nadie sabe nada. Reporteros que preguntan a los amigos cómo se sienten. El planeo carroñero de costumbre. Por eso no hay que apresurarse en celebrar: a la vuelta de la esquina espera otra tragedia en la que el círculo de reporteros ofrece a los deudos la incomestible espumilla de los micrófonos, en vez de aquellos huevos duros tan elegantes y expresivos.
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