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El misterio de las 88 teclas blancas y negras

Teddy Bautista, inmerso en un proceso judicial por su gestión en la SGAE, vuelve a la música con un disco para septiembre

Juan Cruz
El músico Teddy Bautista, este julio en un hotel de Madrid.
El músico Teddy Bautista, este julio en un hotel de Madrid.SAMUEL SÁNCHEZ

Llega de blanco. Sobre el sillón rojo del hotel abandona el sombrero, el iPad. Ahora acaba de terminar un disco que resume su corazón, atravesado por estos versos del Dante: "El amor que tranquiliza este cielo acoge, siempre con semejante saludo, al que entra en él a fin de disponer al cirio para recibir su llama". Se impone, pues, preguntarle cómo lo ha salvado el arte durante los ocho años que han pasado desde que, un día de julio como este, se abrió causa contra él por su trabajo en la SGAE [está acusado de un presunto desvío de fondos de 20 millones por el que la Fiscalía Anticorrupción le pide siete años de cárcel, en un caso pendiente de juicio en la Audiencia Nacional].

“El arte”, dice Teddy Bautista (Las Palmas de Gran Canaria, de 76 años), ya confundido el rojo con el blanco de su ropa, "nos salva de la muerte prematura". A él el arte lo ha salvado “de la depresión y sobre todo de mirarme el ombligo”. Es un nutriente. "Si cada día no tengo una ración voy, como los coches, con la gasolina en reserva y me puedo quedar parado en la carretera en cualquier momento". 

Pero resurgió, como pasó en aquel Jesucristo Superstar del que él fue Judas cuando aún se mantenía el rescoldo de Los Canarios. Sergiu Celibidache dijo, y él lo oyó, que “un arte es hacer un buen par de zapatos, pero la música es más que un arte”. Es, decía el maestro, “el único arte que te permite hablar con los dioses”. Teddy es agnóstico, no entiende la Santísima Trinidad, cree que la geometría es la perfección, “no hay nada más perfecto que un triángulo equilátero, así que me interesa más la simbología masónica que la cristiana”.

La solución a la depresión volvieron a ser “las 88 teclas blancas y negras”. Son un misterio: “El piano es el único instrumento en el que están absolutamente todos los sonidos; te sientas, tocas y surge la selva amazónica”. Es el arte, la defensa que le quita el nudo a la soga del ahorcado. “Tengo amigos que han sucumbido y eran más inteligentes e ilustrados que yo”. El 1 de julio de 2011, entró la policía por él a la SGAE. A esas horas, “desgraciadamente”, no cabe el arte. Pero luego fue cuando redescubrió las 88 teclas y nació Ciclos 4.0, que es el disco que saldrá en septiembre y que es con el que músico canario resurge.

Quiso fijar, por escrito, lo que había pasado; en un momento determinado entró en bucle su escritura, vio cerca el piano abierto, acarició las teclas como si les quitara el polvo: “Y, ¡coño!, vi que escribir y hacer música se podían compaginar. Hasta que la música ganó". En ese momento, dice, "me di cuenta de que estaba resucitando el alter ego que aparqué".

El alter ego “era un músico por decreto maternal”, que organizó Los Canarios y produjo, hace recuento, “a Aute, a Miguel Ríos, a Ana Belén, a Leño, a Nacha Pop, canciones para Camilo Sesto y para un montón de gente, y más musicales que nadie en este país, que había dirigido orquestas y hecho arreglos para todo el mundo, y que ya me parecía muy difícil de recuperar". ¿Estaba muerto?, le pregunto. ¿Estaba de parranda?, pues, le digo de broma. Y él se ríe. “Era una parranda fuera de control. Tuve que inventarme a otro, el que soy ahora, un nativo de la música contemporánea, que bebe de la fuente de donde viene todo lo que hoy constituye la música contemporánea”.

En las 88 teclas buscó el equilibro, “entre armonía, melodía y ritmo”. La música transporta y a él lo ha llevado a ser otro, “que ahora tiene completamente sometidas las deudas pendientes, no tengo ninguna con nadie y no quiero despreciar ni un minuto de mi vida haciendo otra cosa que creando”.

En este tiempo, ocho años ya que desembocan en su reencuentro con las 88 teclas, algunos libros lo ayudaron a centrar el foco. Gay Talese, por ejemplo, y sus historias lo ayudaron a salir de sí mismo. “Y gracias a Mater Dolorosa, de Álvarez Junco, supe interpretar las claves de mi país y de mi tiempo”. Hubo otros libros que ahora están en el iPad que reposa sobre su chaqueta blanca. Está La divina comedia, del Dante, “ese viaje al inframundo, esa panorámica a la que te da miedo acudir si eres malo y que me causó tanto pavor en la adolescencia”. Y están El Quijote y los Episodios de su paisano Don Benito. “Tienes los datos de este país, los perfiles de la gente con la que convives. Pero cuando lees a Don Benito [Pérez Galdós] es cuando te das cuenta de que queda mucho recorrido para saber quién eres”. Con el sombrero blanco se diluye en el calor como un indiano que vuelve a su tierra.

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