El editor que pudo ser muchas otras cosas
Fue Julián quien tuvo el impulso de montar una asociación de editores independientes a la que llamó Contexto
Julián Rodríguez fue muchas cosas. Destacó como editor, galerista y escritor, pero fue muchas más: cocinero, llegó a tener un restaurante en Cáceres, o constructor, siempre presumía de que el regalo de bodas a su hermano había sido la reforma de un piso y que la había hecho él, con sus herramientas traídas desde Cáceres. Y diseñador gráfico. Cuando descubríamos cosas de su pasado y nos hablaba del bar que puso de moda en Cáceres, de sus viajes a vendimiar a Francia, o de los fanzines que había editado siendo adolescente, nos dábamos cuenta de que podría haber sido muchas más cosas; en realidad, cualquiera que se hubiera propuesto.
Del Barça y de izquierdas pero no dogmático, era también una enciclopedia andante, sabía de música, de los Planetas o los Punsetes a Glenn Gould o Juliane Banse, de cine y sobre todo de literatura. Julián lo había leído todo, literalmente, y exhaustivamente, y los libros que le gustaban, varias veces. Siempre tenía un comentario atinado sobre tal o cual escritor, del que era capaz de ponderar tal o cual libro, tal o cual edición. Nos daba mucha envidia esa capacidad enciclopédica de Julián, pero sospechábamos que se debía a su pertinaz insomnio y nos consolábamos pensando que por lo menos nosotros dormíamos bien.
Fue Julián quien tuvo el impulso de montar una asociación de editores independientes a la que llamó Contexto; fue él quien nos agrupó y quien se preocupó siempre de que los lazos de la asociación fueran tanto profesionales como afectivos. Expansivo y generoso, en las primeras reuniones de Contexto aparecía siempre cargado de regalos para todos: libros de Periférica y, sobre todo, delicadezas extremeñas recién traídas de Cáceres. Su presencia física imponía respeto: corpulento, vestía siempre de riguroso negro y ya hace quince años gastaba unas gafas de pasta negras que hoy envidiaría cualquier hípster.
Esa imponente apariencia le servía para camuflar una timidez que se traslucía sólo en un tono de voz muy comedido; huía de lo grandilocuente, se conducía de manera discreta, haciendo gala de una especie de autoridad tranquila. Y sin embargo, cuando se trataba de aportar ideas, de hacer planes conjuntos o de ayudar a los que venían en busca de consejo, era tremendamente abierto y comunicativo. Resulta difícil encontrar a alguien tan generoso con los demás, en la edición y en la vida. Y tan divertido: Julián tenía siempre en la punta de la lengua la anécdota chispeante, en la mayoría de las ocasiones rabiosamente autobiográfica, o el apodo perfecto, nunca maledicente o cruel. Nos hacía reír sin freno, y a la vez tenía una rara capacidad para la emoción, para implicar a la gente en sus historias.
Su joie de vivre, que conocimos en sus manifestaciones más festivas, la comida y la bebida, se había transformado en los últimos años en una vuelta a los orígenes: fines de semana largos en el campo segoviano, paseos con su perra Zama, lecturas, cocina. Veíamos con envidia de hermanos menores esa vuelta a la vida sencilla igual que habíamos envidiado antes su vida más sofisticada y aventurera.
De su labor como editor deja en manos de su socia, Paca Flores, uno de los proyectos editoriales más sólidos surgidos en los últimos veinte años en España y un catálogo colmado de autores que seguro se seguirán leyendo por mucho tiempo. Muy pocos editores que hayamos conocido han tenido el rigor, la capacidad de trabajo y el entusiasmo que tenía Julián y que sigue vivo en Periférica. Lo verdaderamente triste es que no sólo perdemos al colega del que hemos aprendido tanto sino sobre todo al amigo con el que hemos compartido los momentos más importantes de la vida de nuestras editoriales, y con el que hemos reído y disfrutado de su pasión por la vida. Su recuerdo nos acompañará siempre.
Diego Moreno es editor de Nórdica, Enrique Redel, de Impedimenta, Luis Solano, de Asteroide y Santiago Tobón, de Sexto Piso.
Babelia
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