Antonio Ferrera, el artista total
El torero cortó tres orejas, salió por la Puerta Grande y firmó una tarde histórica
Zalduendo /Ferrera, Díaz, Luis David
Toros de Zalduendo, bien presentados, mansones y muy nobles; destacó el primero por su encastada nobleza y acometividad.
Antonio Ferrera: estocada en la suerte de recibir (oreja, gran petición de la segunda, dos vueltas al ruedo y unánime bronca al presidente); -aviso- estocada desprendida (dos orejas). Salió a hombros por la puerta grande.
Curro Díaz: estocada (ovación); estocada caída (ovación).
Luis David: estocada (ovación); dos pinchazos -aviso- media estocada y dos descabellos (silencio). En el sexto toro, sufrió dos heridas, una en la región perineal izquierda con una trayectoria ascendente de cinco centímetros que contusiona la uretra, y otra en región perianal de otros cinco centímetros. Contusiones y erosiones múltiples. Fue intervenido bajo anestesia general y trasladado a la clínica de la Fraternidad. Pronóstico reservado.
Plaza de Las Ventas. 1 de junio. Decimonovena corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada (16.977 espectadores según la empresa).
Inenarrable; absolutamente inenarrable. La lidia del primer toro de la tarde fue uno de los acontecimientos más emotivos y emocionantes que puedan verse en una plaza de toros. Sus autores, Antonio Ferrera, un torero inspiradísimo, transfigurado y reconvertido en el artista total, y un toro de Zalduendo, precioso de lámina y astifino, nobilísimo y encastado.
Fueron unos minutos que supieron a eternidad; una plaza arrobada e íntimamente conmovida ante una tauromaquia nueva, clásica, innovadora toda ella de un hombre desbordante de gracia y torería.
¿Qué pasó? El arte hay que verlo para sentirlo. Benditos aquellos que tuvieron la fortuna de presenciar la gesta, porque ni la narración ni el vídeo serán capaces de transmitir la grandeza palpitante del misterio del toreo.
El primer indicio lo transmitió Ferrera al dejar en suerte al toro ante el caballo con una larga airosa y personalísima; después, lo sacó del picador, capote a la espalda, con el llamado quite de oro, original del mexicano Pepe Ortiz, esperó que Montoliú se luciera con las banderillas, tomó la espada y la muleta y se dirigió al centro del anillo. Una vez allí, hincó la rodilla derecha en la arena, brindó al cielo y se santiguó. Algo extraño estaba pasando…
Citó de lejos con la mano zurda y comenzó una sinfonía torera que perdurará en el recuerdo. Los primeros cuatro o cinco naturales brotaron de una exquisita textura, templadísimos, hermosos, crujientes… Y el torero soltó el estoque simulado.
Dos naturales más, el toro se despista con la montera yacente en el suelo, la muleta pasa a la mano diestra y surgen trazos desmayados, que cierra con un pase de pecho brillante.
Otro cite largo por naturales, uno, dos, tres, enormes, y un cambio de manos preciosista.
Se aleja Ferrera del toro -reconocido ya por su encastada nobleza, ritmo, prontitud, fijeza y transmisión-, dibuja cuatro derechazos pletóricos de naturalidad y se vuelve a separar del terreno de su oponente. Vuelven las pinceladas de toreo henchido de embrujo y empaque y se hace otra vez presente el grandioso toreo al natural, emotivo e inquietante por misterioso y hondo. Aún quedaban trincherillas, un pase del desprecio y un paseo del torero con la muleta sobre los hombros.
Toma Ferrera la espada de verdad, busca la mejor posición del toro y cuando lo considera en la postura idónea sorprende de nuevo. Se retira unos ocho metros, monta el estoque, cita a recibir, obedece el animal y deja una estocada hasta la empuñadura. La plaza explota de emoción, se inunda de pañuelos y solo la incomprensible intransigencia del presidente deja el premio en una sola oreja, por lo que se gana una de las más sonoras broncas del año.
Se esperaba con ansiedad la salida del cuarto, otro toro bonachón, de menos recorrido y codicia que el primero, con el que el artista extremeño corroboró una actuación que puede y deber ser calificada como histórica para su trayectoria personal y para esta plaza. Fue una labor trabajada, de menos a más, cocida a fuego lento.
En el inicio de muleta no se aventura faena meritoria por la escasa fortaleza del animal, pero una tanda -la tercera- de enjundiosos naturales hizo renacer la esperanza y, a partir de entonces, un manojo de pinceladas de toreo grande por ambas manos, enormes pases de pecho, una trincherilla espectacular, un circular conmovedor y un espadazo final, algo desprendido, pero cobrado con el alma, pusieron en las manos del torero la dos orejas que lo encumbraron a la gloria.
Antonio Ferrera fue recibido con una ovación al romperse el paseíllo para animarlo, quizá, por el misterioso suceso de su caída desde un puente al río Guadiana, el pasado 14 de mayo. Y lo despidieron con los merecidos honores de un artista total. Cosas de la vida…
Curro Díaz dejó retazos de su innata elegancia en detalles torerísimos ante sus dos toros, tan nobles como sosos; y Luis David se esforzó por no ser el convidado de piedra la tarde de los artistas. Dispuesto y valeroso en todo momento, estuvo a la altura de sus oponentes; sufrió una aparatosa voltereta en el sexto; desmadejado, ingresó en la enfermería y cuando Ferrera se disponía a matar el toro, recibió indicaciones de la cuadrilla del mexicano de que Luis David estaba dispuesto a salir y cumplir con su contrato. Y así fue. Se deshizo de la chaquetilla, tomó aire, hizo gala de sus 21 años y volvió a la cara del toro para continuar la lidia. Mató mal, emborronó una más que aseada faena y todo quedó reducido al silencio. Quede constancia, no obstante, de su vergüenza torera.
La corrida del domingo
Espectáculo de rejoneo. Toros de María Guiomar Cortes de Moura, para Diego Ventura, Leonardo Hernández y José Manuel Munera.
Babelia
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