Zombis
Con una violencia brutal y seca, pasada por cierta estética militar-chic de guerrilla suburbana, 'Black Summer' nos mete en una extenuante huida hacia ninguna parte
En su última película, dicen las crónicas de Cannes, Jim Jarmusch presenta a los zombis (seres por regla general poco comunes en el cine de autor) como una metáfora del abismo consumista al que nos dirigimos los humanos. No es la primera vez que Jarmusch echa mano de los muertos vivientes para hablar de la alienación contemporánea, ya lo hizo en la maravillosa Solo los amantes sobreviven, donde el cineasta estadounidense contraponía la moral amorfa de los zombis con la de unos cultos y decadentes vampiros. La aristocracia de los frágiles y eternos chupasangres frente a esa masa sin cerebro que solo sabe tragar.
El caso es que los zombis, al menos en la tele, nunca mueren. Cuando The Walking Dead ha cerrado ya su novena temporada y aún estamos con la resaca del fin de los caminantes blancos en Juego de Tronos, una nueva serie de Netflix, Black Summer, está despertando entusiasmo por su forma de abordar el género. Alguien tan cualificado sobre estos temas como Stephen King mostraba en Twitter su asombro ante la serie, que califica de “infierno existencial en los suburbios, desnuda hasta los huesos”.
Apocalíptica desde su inicio, con una violencia brutal y seca, pasada por cierta estética militar-chic de guerrilla suburbana, la serie nos mete en una extenuante huida hacia ninguna parte desde la óptica de varios personajes. No resulta gratuito que la hayan definido como un híbrido entre mundos tan aparentemente divergentes como el del cineasta ruso Andrei Tarkovsky y el de un clásico del género de terror, John Carpenter. En definitiva, una pesadilla que circula por las vías de lo cotidiano, entre casas blancas de madera y césped salpicado en sangre, donde un terror abstracto amenaza una vez más nuestro falso orden.
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