Ver series para entender el futuro
Con las series demostramos menos prejuicios que al leer libros o ir al cine, porque la élite cultural solo se detiene en las más famosas
Soy adicta a Bob Pop y a esos brillantes soliloquios en Late Motiv ante su colega Andreu Buenafuente. Hace unos días dedicó su sección a las series, a las que considera redes sociales en sí mismas. Para Pop, las series nos enseñan a ver series, y con ellas demostramos menos prejuicios que al leer libros o ir al cine, porque la élite cultural solo se detiene en las más famosas. Eso, inconscientemente, nos da más libertad a la hora de disfrutar de la inabarcable oferta actual. Pop echó mano de una reflexión del editor y crítico Constantino Bértolo (“escribir bien es ampliar el campo de lo verosímil”) para llevarla al terreno del fenómeno popular. “Las series nos han enseñado a hacer verosímil el futuro. El ala oeste de la Casa Blanca nos preparó para Obama; House of Cards para Trump, y Cuéntame para la exhumación de Franco”, dijo, antes de añadir: “A veces, lo único que queremos es compañía, alguien que nos hable desde la televisión”.
Lo mejor de todo es que Pop se presentó en el plató con un broche dedicado a Joan Collins, y eso sí que fue toda una declaración de intenciones. Nadie representa el poder de las series en la cultura popular como desde hace décadas la actriz británica (por cierto, la única verdaderamente camp en el último circo del Met Gala). Para mí, tanto Dinastía como Flamingo Road, y en menor medida Dallas, fueron (como la Coca-Cola) manzanas prohibidas que mordí en secreto ante el riesgo de una buena bronca familiar por intoxicar el paladar con basura. Daba igual, aquel despliegue de mal gusto, tramas folletinescas y pésimas actuaciones abrió mi campo de visión y me preparó para saborear en el futuro las delicias del mundo petardo.
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