La niña que amaba a Dickens
“Recuerdo mirar por la ventana, contemplar la horrible y pequeña ciudad de Reikiavik y pensar: ‘Si así son los libros, quiero ser escritora”
Escribe Siri Hustvedt rodeada de máquinas de escribir. No son máquinas de escribir de verdad, solo representaciones de montones de teclas enmarcadas. Están por todas partes en su casa de Brooklyn. Su rutina es feroz. Se levanta cada mañana a las cinco y media, medita durante algo más de una hora y luego se sienta a escribir. El cerebro matutino, dice, es el más despierto. Las tardes las dedica a leer, sobre todo, ensayos relacionados con la neurociencia, disciplina que la obsesiona desde niña, cuando ya padecía terribles migrañas, y que se convirtió en una riquísima vertiente de su obra ensayística a partir de 2006, cuando, tras la muerte de su padre, y mientras impartía una conferencia en la universidad de Minnesota, empezó a temblar sin explicación aparente.
Niña era Hustvedt, prácticamente una adolescente, cuando decidió que no haría otra cosa que escribir. Tenía 13 años. Acababa de volver de un viaje familiar a Reikiavik. Durante el viaje había leído un puñado de clásicos. Habían ido a todas partes en un pequeño Volkswagen. Su padre estaba estudiando las sagas islandesas. Hablaba de cosas que ni ella ni sus tres hermanas entendían. Decía cosas como: “Aquí fue donde murió Snorri”. Snorri debía ser Snorri Sturluson, el autor de una de aquellas sagas. A Siri le traía sin cuidado. Siri acababa de dejar los libros para niños, y estaba entusiasmada con los clásicos. Con uno en particular: David Copperfield, de Charles Dickens, el libro que la hizo escritora.
“Recuerdo mirar por la ventana, contemplar la horrible y pequeña ciudad de Reikiavik y pensar: ‘Si así son los libros, quiero ser escritora”. Y así fue. No es casualidad, pues, que todo, en sus manos, juegue con la ilusión biográfica. Aunque su primer amor literario fueron, admite, los poemas de Emily Dickinson, el estallido lo provocó la novela más personal de Dickens, en la que el escritor se escribía a sí mismo, como dice ella que hace; en eso consiste la sola idea de escribir, ella misma.
Babelia
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