'Capriccio', la música final de Strauss con la palabra de Stefan Zweig
El testamento operístico del compositor alemán, con libreto del autor de 'El mundo de ayer', se estrena en Madrid con un montaje de Christof Loy
La idea original de Capriccio, el testamento operístico del compositor bávaro Richard Strauss, fue en realidad sugerencia de Stefan Zweig. El autor austríaco se inspiró en una obra breve de Antonio Salieri y Battista Casti, en torno a qué debería predominar más en la ópera, si la palabra o la música. Zweig debió esbozar el libreto en los años 30, una década antes de escribir su nota de suicidio, firmada en febrero de 1942, en la que pedía disculpas por las molestias que iba a ocasionarle a la dueña de la casa brasileña donde se encontraba exiliado tras huir de los nazis. Zweig y Strauss ya habían colaborado anteriormente en La mujer silenciosa, que fue perseguida y censurada por el régimen. Por tanto, al escritor judío "le debió parecer absurdo reclamar la autoría de una obra que iban a prohibir por el hecho de haberla firmado él", explica Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, donde el 27 de mayo se estrenará por primera vez en el escenario madrileño esta última partitura para escena de Strauss.
"Zweig está detrás de Capricho; es quien le dio la idea al compositor y puso en marcha un poco el proyecto", explica. Sin embargo, y aunque Strauss le insistiera en una carta, se negó a firmar el texto. "Él era partidario del pseudónimo". El libreto pasó por hasta ocho manos —entre ellas la del escritor Joseph Gregor— antes de ser terminado y firmado, finalmente, por el director Clemens Krauss, en 1941. El Capriccio de Strauss se estrenó por primera vez en el teatro Nacional de Múnich el 28 de octubre del año siguiente. Zweig nunca vería su obra terminada y, aún hoy, no se sabe exactamente cuál fue la contribución de cada uno de los nombres.
"Esta pieza no se programa a menudo fuera de las fronteras alemanas y menos en el sur de Europa, así que creo que es una excelente tarjeta de visita para el Teatro Real", manifiesta el director de escena alemán Christof Loy, gran conocedor de la obra de Strauss, que estrena por primera vez en la producción de esta obra, una coprodución con la Opernhaus de Zürich. Debutan también en sus respectivos papeles la soprano Malin Byström (condesa Madeleine), el barítono Josef Wagner (conde), el tener Norman Reinhardt (Flamand), el barítono André Schuen (Olivier) y el bajo Christof Fischesser (La Roche). "Se trata de un acontecimiento mayúsculo", interpreta Matabosch, quien ha querido poner el foco de atención en el carácter filosófico y dialógico de la obra. "Ambos, Zweig y Strauss concibieron Capriccio a la manera de los diálogos platónicos, como reflexión meta-operística".
En colaboración con Krauss, el director de orquesta alemán se adentra en esta aventura y elabora un libreto ingenioso, cargado de ironía. En clave de comedia, propone reflexionar sobre cómo logra la música subrayar el subtexto de la poesía o qué aporta a la obra la dramaturgia, la interpretación, la danza, etcétera. "Es una ópera sobre la ópera", apunta Matabosch. Así, mientras el mundo occidental se sumergía en los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en el corazón de la Alemania nazi, Strauss se aleja de la realidad.
No en vano, esta obra se traslada hasta 1715, a un castillo parisino, donde habita la condesa Madeleine. La culta y refinada aristócrata se encuentra incapaz de elegir entre el amor de sus dos pretendientes, un poeta y un compositor. Esta dicotomía abre camino a un debate intelectual y filosófico, no exento de humor, alrededor de la cuestión de la predominancia de la música sobre la palabra en el teatro musical, o viceversa. Pero, ¿cuál es la visión de Strauss? "Él sabe que se trata de una pregunta sin respuesta. No desea responder a esta pregunta. Por ello, Strauss exorcita a la condesa y dirá: "si hay que elegir entre dos, siempre se pierde", asegura el director musical Asher Fisch.
Babelia
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