Merecimiento
Cuando entro en según qué sitios con mis camisas compradas por diez euros me da un vuelco el corazón. Y si lo notan
Muy poca gente en este mundo puede comprarse la ropa y las joyas que exhiben los grandes artistas de cine en los festivales internacionales. A los relojes caros, los perfumes y los pañuelos se les llama “complementos”. La ropa lo ha acabado siendo todo en este momento de la historia. Ves una película en donde el protagonista es un perdedor, un alcohólico, un loco, un pobre hombre, un Vicent van Gogh cualquiera, y luego, al tiempo, ves al actor que encarna a ese personaje, vestido de gala, bien peinado, zapatos brillando en la noche perfecta, caminando por la alfombra roja de un festival en una ciudad maravillosa, vestido con un traje que cuesta diez mil euros, sentado al lado de un ministro, o de una reina, o de un gran empresario, o del presidente de algo, y de inmediato el personaje que interpretaba en la película se desvanece.
La vida de la gente que sale en las películas es pobretona y sórdida, pero la vida de quienes la interpretan en la pantalla es lujosa. La verosimilitud se resquebraja. ¿No podría existir un glamour de la humildad? ¿Un glamour de la pobreza, de la renuncia, del adiós al éxito o el dinero, que es lo mismo? Ir todos con harapos, con camisetas de cinco euros, con sandalias franciscanas, con ropa de segunda mano, con pajaritas rotas, con relojes de tres euros, y ellas sin pintar, sin peinar, sin adornos, sin joyas, sin perfumes, descalzas. Así todos los actores, las actrices, así los políticos, así los grandes empresarios, los dueños de las corporaciones internacionales, los presidentes de gobierno, los presidentes de las repúblicas, los reyes, las reinas, los dueños de todo esto que se llama la civilización occidental. Un gran homenaje a la pobreza universal. Una gran fraternidad con todos los que no tienen “complementos”.
Porque el lujo es uno de los grandes reductos del capitalismo. Cuando entro en según qué sitios con mis camisas compradas por diez euros me da un vuelco el corazón. Y si lo notan. Y si se dan cuenta de que mi camisa apesta a ropa barata. Pero es difícil notarlo, si le echas un poco de estilo.
El otro día lo hablaba con el escritor José Ovejero, a quien le pasa lo mismo que a mí. Pensamos que no merecemos una camisa que exceda de los diez euros. Demasiados hombres y mujeres sobre el planeta. No todos pueden ir bien vestidos. Vete al Museo del Prado. Te darás cuenta de que hace cuatrocientos años pasaba lo mismo. Mira la ropa de los retratos de los duques, de los generales, de los reyes. ¿Cuánto vale la camisa que llevas?, puede que esa sea la pregunta definitiva. ¿Cuánto mide el armario donde guardas tu ropa? Nunca podré usar ropa de lujo, porque no la merezco. La palabra es merecimiento. ¿Cuántos zapatos tienes en tu armario zapatero? ¿Cuántos zapatos tuvieron tus abuelos? ¿Cuántas generaciones te separan del hambre? ¿Qué has hecho para merecerlo?
Babelia
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