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“En Guadalajara siguen mandando los mismos desde hace 500 años”

El escritor fabula en su última novela, ‘Olinka’, sobre la especulación inmobiliaria, el crimen y las guerras de poder entre la clase alta mexicana

David Marcial Pérez
Antonio Ortuño en la Feria del Libro de Guadalajara de 2017
Antonio Ortuño en la Feria del Libro de Guadalajara de 2017FIL

Antonio Ortuño está viviendo desde el verano pasado a casi 10.000 kilómetros de Guadalajara, pero acaba de publicar su novela más cercana a su hogar de siempre, la más tapatía. Olinka (Seix Barral) es una historia entre el thriller, los enredos de la mafia y las ansias de venganza, aunque el verdadero protagonista es el retrato deformante y satirizado de la ciudad de Guadalajara.

El corazón de Jalisco, un símbolo mexicano, donde se promulgó el fin de la esclavitud, una potencia económica y cultural, la sede de multinacionales tecnológicas, la cuna del primer gran cartel del narcotráfico. Una ciudad donde a pesar de todo, “500 años después siguen mandando los mismos de una manera muy retorcida y casi zombi porque se han adaptado a todo: al virreinato, la independencia, la reforma, la revolución, a guerra cristera, el priísmo y el post priísmo. Se saben trepar a todos los árboles” cuenta por teléfono desde Berlín, donde está realizando una residencia artística de un año por la que han pasado gigantes como Susan Sontag o Jim Jarmusch.

Ortuño, uno de los escritores más pujantes e internacionales de México, ha situado la trama de la novela concretamente en Zapopan, el municipio donde nació en 1976, del que se mudó un tiempo para vivir en el centro de Guadalajara y al que ha vuelto hace un par de años. “Al regresar, me sorprendió el crecimiento desmesurado de proyectos inmobiliarios que no parecen tener una correlación el ciclo económico, más allá del dinero sucio. Porque Guadalajara también es la capital del lavado de dinero en México”. Y específicamente Zapopan, uno de los 10 municipios mexicanos con más PIB per cápita y parque de atracciones para las empresas vinculadas al narcotráfico.

Como vehículo de su propia incredulidad el autor utiliza al protagonista de la novela. Aureliano Blanco, un pusilánime contable que nunca conoció a su padre y que acaba de salir de la cárcel después de 15 años purgando un fraude inmobiliario, un delito que no cometió pero que aceptó como chivo expiatorio para salvar a su suegro, el oscuro dueño de un gigante complejo residencial. Todo le sorprende a Blanco fuera de las rejas: los celulares, los coches, los zapatos puntiagudos, “los puentes vehiculares de doble piso, las torres, las grúas. Un mundo entero de andamios”.

El relato fluye macizo, sin casi cortes de párrafo, a través de una voz en tercera persona, rompiendo la coralidad presente en sus últimas novelas, como El Rastro. “Esta vez quería que hubiera una homogeneidad en la narración. Aunque de alguna manera es un falso narrador único porque entra mucho en la intimidad de los personajes y se entremezcla con los diálogos. Me interesaba crear esa especie de efecto estereofónico, envolvente que hiciera sentir que la voz llega de todas partes y de ninguna”. Todas esas voces son las que van componiendo la Guadalajara de Ortuño: “esa comunidad terrible, altanera, hipócrita y sentimental a la vez”.

Acostumbrado a trabajar con los materiales de la realidad por su pasado como periodista y por voluntad –“me interesan los debates contemporáneos”–, niega en todo caso que su novela sea un espejo. “No creo que el narrador tenga que reproducir la realidad sino interpretarla, potenciarla y obligarla a mediante muchos procedimientos a confesar su secretos”. Ente sus técnicas de manipulación literaria destacan la ironía, la caricatura, la exageración o el humor negro como fuertes señas de identidad.

“El humor –explica el autor, columnista semanal de este diario– es una manera de abordar las relaciones de poder, una constante en mis obras, sin dejar de ser agudo y tener una perspectiva ética. En este caso, las guerras y purgas de la aristocracia. Así es como actúa tradicionalmente contra sus enemigos para dominar, seguir ganando y ordeñando el dinero, que es lo que les caracteriza como clase”.

Su retrato de la clase alta tapatía destila también frivolidad y un uso instrumental y superficial de la cultura. Olinka, el nombre de la urbanización de lujo en la novela, fue un proyecto del excéntrico intelectual mexicano Dr. Atl, que pretendió levantar una comunidad utópica de artistas y creadores. En la novela, los constructores la bautizaron así porque les gustó el guiño intelectual del asunto, “pero en vez de científicos y artistas, las casas se las vendieron a una bola de zapopanos ricos y pendejos”.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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