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Crítica | Familia sumergida
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Marcela de los espíritus

Uno podría pasarse una eternidad contemplando a Mercedes Morán a través de los ojos de María Alche

Mercedes Morán, en 'Familia sumergida'.
Mercedes Morán, en 'Familia sumergida'.

Una crisis de mediana edad y la sospecha de una infidelidad rasgaban el velo que separa lo cotidiano de lo sobrenatural en Giulietta de los espíritus (1965), película que quizá Fellini construyó para exorcizar su propio sentimiento de culpa. Si para el italiano el inconsciente podría parecerse a un circo de tres pistas, o a un cabaret extravagante, María Alche apuesta por registros más sutiles al abordar una crisis personal en su ópera prima, la mucho más marteliana que felliniana Familia sumergida, dominada por la presencia de una Mercedes Morán que se presenta al espectador entre visillos antes de desvelar que en sus ojos se contiene toda la tristeza del mundo. O, por lo menos, de su mundo que se resquebraja.

FAMILIA SUMERGIDA

Dirección: María Alche.

Intérpretes: Mercedes Morán, Esteban Bigliardi, Ia Arteta, Marcelo Subiotto.

Género: drama. Argentina, 2018.

Duración: 91 minutos.

Si en su debut como actriz en La niña santa (2004), la mirada de María Alche parecía oscilar entre la santidad redentora y el matiz demoníaco del deseo, Familia sumergida evidencia una no menos asombrosa fluidez tras la cámara a la hora de encontrar una secreta armonía entre lo aparentemente irreconciliable: lo cotidiano y lo fantasmagórico. Mercedes Morán da vida a Marcela, madre de tres hijos postadolescentes con marido periódicamente ausente que lidia con el duelo por la reciente muerte de su hermana. Marcela emprenderá un transformador viaje interior, mientras las cortinas del hogar de la difunta, cada vez más vacío, envuelven como crisálidas espectrales presencias del pasado familiar. La secuencia en la que el personaje rompe en llanto mientras repasa una lección con su hijo o el melancólico baile final ilustran la inquebrantable compenetración entre la actriz y una directora capaz de hacer malabares en la cuerda floja que separa realidad y ensoñación mediante sus sonámbulos y elegantes planos en continuidad. Uno podría pasarse una eternidad contemplando a Mercedes Morán a través de los ojos de María Alche.

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