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Santero y Los Muchachos baja los decibelios del rock

El segundo disco del grupo valenciano, ‘Rioflorido’, se queda con lo “austero y artesanal” del género

Andrea Nogueira Calvar
Soni Artal, Miguel y Josemán Escrivá, miembros de Santero y los muchachos.
Soni Artal, Miguel y Josemán Escrivá, miembros de Santero y los muchachos. Jaime Villanueva

Después de pasar por diferentes bandas rock, Miguel Ángel Escrivá, Josemán Escrivá y Soni Artal se unieron para tocar lo que de verdad les gustaba: rock reposado más parecido a los clásicos de los años cincuenta y sesenta que a lo que ellos mismos habían tocado hasta el momento. La asociación cristalizó en la banda Santero y Los Muchachos, que presenta su segundo disco, Rioflorido, como un ramo de canciones “que funcionan con sencillez para llegar a la gente”.

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Los valencianos han formado parte de grupos como Absenta o La Pulquería, más cerca del hard rock y los decibelios que la década del 2000 imponía a las bandas de este género. “Ahora estamos haciendo lo que antes no nos atrevíamos”, sentencia Artal, guitarrista. Ya habían coqueteado con los clásicos, pero no se decidían a lanzarse al estilo “austero y artesanal” que ahora defienden. Hasta que Escrivá, el vocalista, tuvo “un puñado de canciones de corte personal que tenía sentido acercar a los clásicos”. 

Así que, desnudaron a los rockeros que habían sido hasta ese momento y se quedaron solo con la esencia. “Lo más compartible de la creatividad es lo más sencillo y, paradójicamente, eso es complicado: dar con algo que conecte, que tenga nutrientes y resulte masticable es difícil”, abunda el cantante.

Se dieron a conocer con Ventura, un disco cuya única pretensión era la de “poder tocar en algunas salas y que la gente conociese nuestra música”. El contacto funcionó muy bien y ahora vuelven con Rioflorido, agradecidos del camino recorrido. “Si no hubiese tocado con La Pulquería no estaría hoy aquí, nos gusta hacer lo que llamamos rock reposado y eso con 20 años probablemente no es posible”, enfatiza el vocalista.

Su concepto de rock se traduce en canciones de escucha atenta y directos donde la euforia prototípica del género se transforma en sentimientos íntimos. Miguel Escrivá reconoce que les ha costado entender el hecho de que “la gente no se manifieste en una canción no significa que les ha llegado menos”, solo que han bajado la intensidad de la descarga musical. En los directos configuran el repertorio con las canciones “que están más arriba”, para que sean dinámicas y “cojan vuelo”, pero saben que algunos temas de los que atraviesan a su público son los más pausados.

La grabación

Santero y Los Muchachos ha elegido un escenario de grabación peculiar: un palacete deshabitado del siglo XVIII en la propia ciudad de Valencia. Un seguidor del grupo se lo enseñó y decidieron instalarse allí un año, sin luz ni agua, para ensayar y trabajar en el disco. La acústica les pareció "interesante" y también se decidieron a registrar las canciones en tan singular estudio. “Es lo bonito del mundo underground, que está lleno de filantropía y se producen estas cosas”, destacan. Ese marco se ha plasmado en la imagen del disco e incluso en su nombre, pues Rioflorido fue el primer marqués dueño del palacio.

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Sobre la firma

Andrea Nogueira Calvar
Redactora en EL PAÍS desde 2015. Escribe sobre temas de corporativo, cultura y sociedad. Ha trabajado para Faro de Vigo y la editorial Lonely Planet, entre otros. Es licenciada en Filología Hispánica y máster en Periodismo por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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