Carta a Paulo en una pizarra
El pueblo cacereño de Barrado recibe 15 siglos después la piedra visigoda en la que se habla de la próxima cosecha de aceitunas
Hace 15 siglos, cuando uno tenía necesidad de escribir una nota o hacer unas cuentas echaba mano de un trozo de pizarra que hubiera por ahí y algo punzante para rayarla. Más o menos como la servilleta del bar de la que nos servimos ahora para garabatear lo que sea. Pero entonces, en Hispania, estaban los visigodos, que llegaron después de los romanos y antes que los árabes, cientos de guerras mediante, por resumir. Y Faustino le escribía así al señor Paulo en una de aquellas piedras: “Saludo a tu gravedad y te ruego, señor, que como es costumbre hacer, recojas tú mismo la aceituna. Trata de obligar a tus siervos mediante juramento para que no cometan fraude contra ti. Coge las copas, las varas de toza y séllalas con tu anillo y comprueba si las tejas están engastadas con la grapa, tal como las fijé…”.
Nadie sabe si la carta llegó a su destino, pero la piedra rodó lo suyo. En 1889, un tal Vicente Paredes Guillén la donó a la Real Academia de Historia. La pizarra la habían encontrado en Barrado, una localidad del norte de Cáceres, de esas que estos días pierden la flor para dar paso a las cerezas en el Valle del Jerte. Y poco más se sabe de aquel hallazgo. Pero quieren ahora los pueblos recuperar su cultura y es así como la pizarra ha dado un último revolcón. Vuelve a casa 15 siglos después, no la auténtica, que sigue en la academia, sino una réplica de resina resistente que ha encargado el Ayuntamiento para exponerla allí.
Esta pizarra de finales del siglo VI es única entre las varias decenas que se han hallado en España procedentes de aquellos tiempos que parieron reyes para amargar la vida a varias generaciones de estudiantes de Historia. Es de cuando los Leovigildos, Recaredos, Teodoricos y Sisebutos se sucedían y se asesinaban en cualquier orden. Pero su interés radica en que no es un escrito de monarcas, ni un texto legal, sino una epístola para resolver asuntos cotidianos. “Refleja el estadio vivo de la lengua de entonces. Un testimonio directo de cómo se hablaba, cuando el latín se trocaba en castellano. Ya hay elementos que recuerdan al castellano antiguo, es un latín vivo pero evolucionando”, explica la catedrática de Filología Latina de la Universidad Complutense Isabel Velázquez Soriano, gran estudiosa de esta materia.
Desde un punto de vista paleográfico documenta la evolución de la lengua, pero para el alcalde de Barrado significa algo más: “Es un trozo de historia, pequeños cimientos para saber qué fuimos y cómo hemos llegado a lo que somos ahora. Seguimos recogiendo la aceituna, felizmente ya sin siervos ni esclavos, pero sí hemos mantenido nuestros campos productivos. Seguramente en buena medida con algunos rudimentos que aquellas gentes nos enseñaron. Eso es riqueza cultural”, afirma el socialista Jaime Díaz.
Alguna herencia de los visigodos se muestra también en los nombres con los que han bautizado a los paisanos de aquellos parajes, que algunos no hallan acomodo en el calendario. Crótido se llamaba el bisabuelo del alcalde, “a saber de qué tribu sería…”, bromea Díaz.
Estas pizarras de la Hispania visigoda, cuyo uso para la escritura ha dado nombre a los encerados escolares de nuestros días, encierran otro misterio. ¿Por qué se han encontrado en su mayoría en la zona del oeste, Extremadura, Salamanca, Ávila? Isabel Velázquez no encuentra razón. Pero sí se sabe que el papiro, por entonces, salía carísimo. Y tener que matar un choto para hacer pergamino ni pensarlo. Así que Faustino cogió aquella pizarra, que mide lo que la palma de una mano, y talló su carta por ambos lados, que proseguía así las instrucciones para la recolección: “Manda venir al tal Meriacio desde Tiliata para que te ayude [...] Y concluía: “Así Cristo te guarde”. Por el tratamiento que se le da al tal Paulo, la experta de la Complutense sabe que el hombre no era un cualquiera. Y afirma: “Es tentador pensar que Tiliata se refiere a Tejeda, un pueblo de al lado”.
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