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Columna
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Ruanda

En la serie ‘Black Earth Rising’ la codicia y el poder son los amos de la casa, la herencia recibida de un colonialismo occidental implacable

En vídeo, el tráiler de la serie.
Ángel S. Harguindey

El mejor resumen de la espléndida serie Black Earth Rising (Netflix) lo escribió sin saberlo el poeta Ángel González: “Cierro los ojos para ver más hondo / y siento / que me apuñalan fría, / justamente, / con ese hierro viejo: la memoria”, pues se trata de un largo y doloroso viaje de la protagonista, una hipnótica Michaela Coel, en busca de sus orígenes en la maltratada Ruanda, escenario de uno de los genocidios africanos más terribles, el de los hutus contra los tutsis en 1994 y su cerca de un millón de muertos en tres meses de exterminio étnico.

Coel trabaja en Londres en el bufete de un defensor de los derechos humanos, un extraordinario John Goodman, amigo de su madre adoptiva, la también abogada Eve Ashby, que la rescató de niña de la masacre ruandesa y que persigue judicialmente en la Corte Internacional de La Haya a los responsables de las matanzas.

Un largo viaje en el que una serie de acontecimientos dramáticos irán desvelando diversas tramas de corrupción en las que la codicia y el poder son los amos de la casa, la herencia recibida de un colonialismo occidental implacable al que hacen frente un grupo de abogados y voluntarios de ONGs, tan denostados habitualmente por quienes “cierran los ojos”, pero no para ver más hondo.

La serie —ocho capítulos de una hora cada uno— muestra sin tapujos la terrible realidad de un país que trata de superar su dramático pasado. pero lo hace con talento y sensibilidad, sin regodearse morbosamente en las tragedias, es decir, lo contrario de los informativos televisivos españoles capaces de alargar hasta lo inimaginable las miserias de la condición humana en aras de una anhelada audiencia.

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