En Argentina se dice castellano
La polémica por la denominación del idioma marca la clausura del Congreso de la Lengua de Córdoba
El Congreso de la Lengua Española tuvo el último día un visitante inesperado: el castellano. En sus respectivas charlas del jueves, los escritores argentinos Mempo Giardinelli y Claudia Piñeiro habían defendido con vehemencia que tanto la lengua como los congresos dedicados a ella debían cambiaran de nombre para evitar lo que consideran el monopolio -con tintes neocolonialistas- de la denominación de un idioma al que España aporta menos del 10% de los hablantes. Si Giardinelli aseguró que el español no existe –“existe el castellano de América”-, Piñeiro propuso bautizar como Congreso Internacional de la Lengua Hispanoamericana al que dentro de tres años debe celebrarse en Arequipa (Perú) si se cumple el anuncio que hizo Mario Vargas Llosa el día de la inauguración y corroboró Luis García Montero, director del Instituto Cervantes. Horas antes de la clausura de la edición cordobesa, Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, afirmó que la decisión debe todavía pasar por la Asociación de Academias de la Lengua (ASALE), organizadora de la cita trienal junto al Cervantes y a la Academia española.
Claudia Piñeiro propuso bautizar como Congreso de la Lengua Hispanoamericana al que dentro de tres años debe celebrarse en Arequipa
Muñoz Machado hizo esa afirmación al final de una sesión a la que había acudido como parte del público que abarrotaba los dos pisos del barroco auditorio de la Facultad de Ciencias Exactas, Física y Ciencias Naturales. Su tema era la corrección política y resultó ser una de las más encendidas de un encuentro que acostumbra a transcurrir entre la lírica y la retórica. Uno de los ponentes, Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la RAE y coordinador de la última edición del diccionario académico, sonrió cuando el poeta y traductor argentino Jorge Fondebrider se refirió con ironía a ese diccionario como “abstracto y poco eficiente” a la hora de definir qué es un eufemismo. No lo hizo cuando el mismo Fondebrider se preguntó si no serían también eufemismos la palabra panhispanismo y lengua española, tan repetidas estos días: “Yo no hablo español”, afirmó. “Hablo la variante rioplatense del castellano”. Luego criticó lo que en su opinión es un intento de las instituciones y empresas españolas de hacerse con los beneficios simbólicos (y por ende económicos) de un idioma con cerca de 500 millones de hablantes, es decir, de potenciales clientes.
Fondebrider mezcló argumentos de política lingüística con críticas a la hegemonía editorial europea (discriminatoria, dijo, con los traductores que no usan la variante peninsular); el subtitulado de la película Roma, de Alfonso Cuarón, a cargo de Netflix (que él –desconocedor de la indignación que despertó en los espectadores de Madrid y Barcelona- atribuyó al desprecio de los españoles por el habla de México); el hispanocentrismo del diccionario; la presencia del Rey en la inauguración de CILE y hasta el sentimiento de los catalanes respecto a España. La mezcla no favoreció sus argumentos más certeros –Muñoz Machado reconoció luego que el diccionario lleva años actualizándose desde una perspectiva global- pero su intervención ilustra bien el malestar de varios de los ponentes argentinos, que, como el resto de sus compatriotas, utiliza mayoritariamente la fórmula castellano.
Horas más tarde, la escritora cordobesa María Teresa Andruetto se expresaba en términos parecidos en la última sesión de trabajo del congreso, una intervención que muchos presentes aplaudieron en pie. Como antes Álvarez de MIranda, esta vez fue Luis García Montero quien explicó la reacción española ante, de nuevo, los subtítulos de Roma y quien aclaró que los certificados de capacitación que extiende el Cervantes a los estudiantes extranjeros cuenta con la colaboración de tres universidades: la de Salamanca, la UNAM de México y la de Buenos Aires. Minutos después José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, abría en el Teatro San Martín el “solemne” acto de clausura con un discurso lleno de ironía en el que, conocedor de la polémica, se refería al idioma en el que lo pronunció como “castellano o español, igual me da”. El día de la inauguración del congreso ese mismo escenario estaba decorado con las banderas de los países de los 250 ponentes –Corea del Sur incluida-. Este sábado solo quedaban dos: la de Argentina y la de España.
Babelia
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