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El eslabón perdido entre Kinks y Blur

The Claim reedita uno de los grandes discos del pop británico de los ochenta: ‘Boomy Tella’, grabado en 1988. Tristeza morrisseyana, fotogramas ‘free cinema’ y cielos gris moratón

Los miembros de la banda inglesa The Claim, en 1991.
Los miembros de la banda inglesa The Claim, en 1991.

Los ingleses tienen una expresión vívida para el hecho de pasar inadvertido: Fall between the cracks. El sentido literal sería “caer por entre las grietas”, como el agua que se escabulle por los resquicios de las baldosas en La gran evasión . Cuando pienso en el grupo británico The Claim, los visualizo agarrados a las rejas del alcantarillado, luchando (infructuosamente) por no hundirse en las cloacas del rock and roll. Decir que The Claim no triunfaron es quedarse corto: no llegaron ni a lamer el chusco granítico del pan de ayer de la gloria pop. Pero sobre el papel, si uno desatiende su batacazo comercial, podrían haberlo hecho. Eso es lo importante.

El eje de coordenadas de The Claim se antoja similar al de Brad­ford, otro grupo inglés que se escurrió por dichas grietas: Kinks-Jam-Smiths. Neoclasicismo. Pop con cimientos. Barullo y baladas, fervor y melancolía. The Claim tenían un cantante de voz única (David Read) y una cartuchera de criptohits . Y no padecían ningún tipo de deformidad facial.

Se formaron en 1980 en Cliffe, en mitad de Kent, delta del Medway, hogar de grupos como The Prisoners o The Milkshakes. Ninguno de esos grupos rozaría el éxito mainstream, pero The Claim se las apañaron para caer más bajo. Tenían un talento irritante para ser siempre demasiado algo para alguien: demasiado sensibles para los garajeros, demasiado indies para los mods, demasiado mods para los indies, demasiado amargos para los twees inmaduros del C-86, demasiado ingleses para la hornada escocesa (enamorada de Norteamérica), demasiado tradicionales para los modernos, y viceversa. Quizás su destino era inevitable.

Encajaban, al menos, con la escena Creation de Alan McGee: eran amigos y aliados de The Dentists (otros rarotes del Medway) y de The Jasmine Minks. Una cruzada de modismo lógico y punk rock elegante. A pesar de que The Claim lucían como chupatintas de Billy Liar mezclados con Beatles etapa Hamburgo (camisetas bretonas, tupés, brogues, tweed), su pecado era la normalidad. Tenían convicción y visión, pero no resortes de rockstar en ciernes.

Su guitarrista David Arnold afirma que se quedaron pasmados al presenciar el conocimiento exhaustivo del que hacían gala Manic Street Preachers (teloneros de The Claim en su primer show londinense) sobre quién molaba en Londres y qué periodistas manejaban el cotarro. A The Jasmine Minks les sucedía lo mismo: los teloneros eran The Jesus & Mary Chain, pero quienes se llevaban la fama eran los segundos, con sus muecas de hastío y vaqueros divide-escroto.

Bob Stanley le dio al álbum un 8 sobre 10 en el 'New Musical Express'; Everett True se hizo fan; John Peel los pinchaba a menudo

The Claim no eran nada así, pero picaron piedra y tallaron algún diamante. Grabaron el single ‘Wait and See’ con Vic Coppersmith-Heaven, productor de los Jam. Bob Stanley, de Saint Etienne, les editó un single clásico en su sello Caff (‘Birth of a Teenager’ / ‘Mike the Bike’). Kevin Pearce, sabio del pop underground, los fichó para su sello, Esurient Records. Un regalo fatídico. Fue como si The Who hubiesen jurado fidelidad eterna a Pete Meaden, el mod pasado de vueltas que les consiguió los primeros conciertos.

El pacto con Esurient los enterraría vivos. Pearce, purista y paranoico, ensamblaba los discos en su dormitorio y capeaba un pleito de Kitchenware (sello de Prefab Sprout) por el directo “pirata” de Hurrah! Y sin embargo, esa alianza maldita entregaría al mundo el álbum que ahora reedita el sello alemán A Turntable Friend, Boomy Tella (1988), así como dos grandes sencillos (‘Losers Corner’ / ‘Picking Up the Bitter Little Pieces’ y ‘Sunday’ / ‘Sporting Life’, en 1990 y 1991). Melodrama kitchen sink, localismo, atención al detalle, clase obrera sin panfleto. Si Albert Finney hubiese cantado, sonaría así.

“Historias de vida ordinaria llenas de gozo, pena y lo incomprensible”, como afirma Arnold. Pop áspero como un Bitter Kas, magullado por la tristeza pero de estribillo indeleble. Unos pocos genios supieron verlo: Bob Stanley le dio a Boomy Tella un 8 sobre 10 en el New Musical Express; Everett True se hizo fan; ­John Peel los pinchaba a menudo; yo canto desde siempre ‘Not So Simple Sharon Says’.

Al final, Alan McGee nunca los fichó para Creation. Los Manic Street Preachers les adelantaron por la izquierda. Culpemos a la época: la nueva ola de pop clásico inglés (1978-1985) había pasado cuando The Claim subían. En 1988 los escoceses miraban a Seattle y los ingleses al acid house . The Claim acabarían disolviéndose en 1993, hartos de que el mundo se saltara la vez. Su historia acaba igual de mal que la de Bradford. Incluso quienes mearon en su tumba son los mismos: en 1993, un escuálido grupo de rufianes llamado Blur, que hasta entonces solo había firmado un flojo elepé, decidió cambiar de carril y pasar con Modern Life Is Rubbish al sintagma pop Kinks-Jam, las pintas de cerveza cenagosa y la inglesidad decaída. Damon Albarn conseguiría a base de brincos y monerías lo que The Claim no consiguieron con tesón y talento. Nadie dijo que este negocio fuese justo.

The Claim. Boomy Tella. A Turntable Friend Records.

La banda inglesa lanza además el próximo 24 de mayo su primer disco en 26 años: The New Industrial Ballads.

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