Paco Ureña, una vuelta a lo grande, con la entrega y sinceridad de antes
El torero murciano y Ponce cortan sendas orejas en una tarde de espadas romas
DOMECQ / PONCE, UREÑA
Toros de Juan Pedro Domecq, de correcta presentación excepto el anovillado segundo, con las fuerzas justas, nobles, y de buen juego en general, aunque pasaron por varas como un simple trámite.
Enrique Ponce: pinchazo y media caída (silencio); estocada baja (oreja); metisaca, cuatro pinchazos y media (saludos).
Paco Ureña: dos pinchazos —aviso—, pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada (oreja); dos pinchazos —aviso— y descabello (ovación).
Plaza de Valencia, 16 de marzo. 7ª de Fallas. Lleno.
La primera gran ovación de la tarde surgió al romper el paseíllo en honor a Paco Ureña, que reaparecía tras aquel gravísimo percance en Albacete, en septiembre pasado, por el que ha perdido el ojo izquierdo. Por su vuelta a los ruedos y porque Valencia se ha convertido en feudo propio para este torero murciano. La ovación, compartida después con Ponce, fue de gala, de esas que solo se dedican a los grandes. Regresó Ureña y lo hizo con la misma entrega y la misma verdad de antes del percance. A lo grande…
La corrida, convertida en mano a mano por la ausencia de Manzanares —no recuperado de una dolencia muscular—, pudo terminar en apoteosis y acabó con empate a oreja por coleta. La culpa hay que buscarla en la espada, que para ambos diestros fue en esta tarde fallera como una cruz a cuestas. Sobre todo, en los dos últimos toros, en los que tanto Ponce como Ureña habían hecho méritos con la muleta como para darse un baño de éxito.
De las tres faenas de Ponce, la del quinto destacó sobre las otras dos. El toro, que pasó plano por varas, enseñó sus cartas ya en banderillas: son, galope y alegría. Y en la muleta, desde los primeros doblones de Ponce, recibidos en el tendido con rendida y sonora admiración, fue un fiel cómplice del valenciano. Ponce, que dejó lucir al toro en cada embestida, se recreó. De lo más virtuoso de esta labor, los cambios de mano, de derecha a izquierda, para ligar las series de naturales. Una faena que no tuvo aristas, con un toro que solo muy al final pareció retener su celo en la muleta. Las poncinas finales se recibieron como un regalo añadido, pero a la hora de matar llegó el calvario. A un feo metisaca le siguieron cuatro pinchazos y una media que dejó la cosa sin premio, aunque la gente reconoció la obra.
Al toro que abrió la corrida, brindado a Ureña, Ponce le consintió para sacar partido. Con la muleta siempre pegada al hocico del toro para evitar su despiste, logró sacar series cortas porque el toro no daba para mucho más. Mientras el tercero aguantó sin rechistar, Ponce lo trató a cuerpo de rey. Sin molestarlo, sin obligarlo demasiado para que no perdiera confianza, Ponce moldeó una faena sutil, que tuvo también sus momentos brillantes cuando ligaba en un mismo racimo el derechazo, el cambio de mano y el de pecho. Faena muy trabajada a toro que acabó por embestir a media altura, aunque sin ofrecer problemas. La espada cayó baja y hubo premio, aunque algún sector de público se mostrara disconforme.
Antes de entrar en su turno, Ureña dejó ver sus intenciones en un quite al primero de la corrida: de frente por detrás, dejando que los pitones del toro le rozaran la taleguilla y la plaza en pie. Y también de las tres faenas de Paco Ureña, solo una tuvo premio: la del cuarto de la tarde. Muy torero el inicio, con doblones de mando para enseñarle el camino a un buen toro que entendió lo que se le hacía. Muy ajustados los muletazos, pasándose muy cerca al toro, muy quieto y firme de planta. Y si en algún momento el toro quiso hacer hilo, Ureña corrigió sobre la marcha el trance sin dejarse comer terreno. Faena, en fin, con mucha verdad.
La del sexto fue otra faena de premio, de gran llegada al tendido en los compases finales. Con un toro algo remolón, al que le costaba ir, Ureña le provocó muy de cerca sin dejar que se despistara. Los muletazos, conquistados a base de desafiar, resonaron en un tendido que acabó siendo un estadillo en el vibrante final de faena. Un valiente epílogo, con un Ureña entregado y un público que respondió sin reservas a la sinceridad y verdad del murciano. Pero la espada se cruzó en el camino del éxito y el marcador de trofeos no se movió.
El segundo de la tarde, muy anovillado, pareció colarse de rondón en una corrida de muy digna presentación. Fue toro que no terminó de humillar, algo defensivo y con un cierto calamocheo molesto, nunca tuvo entrega. Ureña, que le consintió de cerca, se dejó querer, pero el toro no correspondió a la sinceridad del torero.
Babelia
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