Llega la ‘Teoría King Kong’ masculina
Víctor Parkas ha elaborado un contestatario artefacto post-feminista que anima al hombre a abandonar su “cómoda” posición de simple aliado y lanzarse a una “dolorosa” refundación
El año 1977, los Sex Pistols derribaron la puerta que había que derribar para que el punk saliese despedido en todas direcciones. Hasta entonces, el deseo de libertad había estado contenido, a la espera de una señal. Algo parecido está ocurriendo con la masculinidad en la era del #MeToo y el #MeQueer, dice Víctor Parkas (Sant Boi de Llobregat, 1990), hasta ahora crítico musical, articulista de revista millenial, desde Game Boy (Caballo de Troya), artefacto que mezcla lo confesional con una vibrante y descolocante ficción y cápsulas ensayísticas con aspecto de puñetazo. Parkas es un lúcido pensador del feminismo en masculino, de un masculinismo que abandona la posición “cómoda” de la etiqueta nuevas masculinidades para lanzarse a la destrucción y reconstrucción de la idea “vacía” de hombre. “Si es el hombre es una performance, que alguien encienda las luces y active la alarma de incendios”, escribe Parkas. Y que ese alguien sea, por una vez, un hombre.
“¿Cómo se explica que, en 30 años, ningún hombre haya producido el más mínimo texto innovador sobre la masculinidad?”, se preguntaba Virginie Despentes en su famosa y fundacional Teoría King Kong, más que un manual de feminismo, un manual de estado de la cuestión en lo que a desigualdad de género se refiere, publicado en 2006. La pregunta, dice Parkas, sigue vigente hoy, casi década y media más tarde. Karl Ove Knausgard, desde la ficción confesional, se lanza al relato doméstico de lo incómodo que resulta no ajustarse a la idea de hombre “que tiene más que ver con el Marlon Brando de Salvaje que con el que se ausentó en la ceremonia de los Óscars en 1973 para ceder su espacio a la nativo-americana Sacheen Littlefeather”, por el mero hecho de no poder tirar abajo una puerta de una patada o no entender por qué gorro de piscina de su madre no es adecuado para él, y se le considera un explorador de esas nuevas masculinidades.
Pero ¿qué son las nuevas masculinidades, insiste Parkas, si no un intento de escurrir el bulto? “Ser feminista es un mínimo, hay que ir más allá. Revisar privilegios. No podemos dedicarnos a observar y a sentirnos perdonados por repartir tareas, tener únicamente relaciones consensuadas y terminar con la invisibilización del talento femenino. El hombre nuevo solo puede serlo si acepta adoptar gestos que no le den réditos de cara a la galería, si controla su apetito por acumular marcadores feministas, si detiene la propaganda de sí mismo”, dice Parkas, y escribe: “Lo que sería nuevo es que los hombres, tan ansiosos de refundarse, desistieran para alivio del resto. Que entregasen las armas y se disolvieran”. Porque, insiste, “al hombre, ser un aliado feminista no le reporta nada negativo, al contrario. “Las nuevas masculinidades, para ser realmente nuevas, tienen que estar dispuestas no solo a levantar la bota del cuello ajeno, sino a plantarla sobre el suyo propio o el de alguien que esté por encima”, añade.
Quería encontrar mi propio discurso, un sitio desde el que empezar a trabajar
Arrimar el hombro, “empezar a trabajar” por llenar “un espacio vacío” desde el que ensayar “probaturas”. La propia idea de un artefacto como Game Boy, que se abre con un obús de página y media que machaca la idea del bloqueo del escritor – blanco, hetero, hombre – que solo puede concebirse desde el privilegio – y que va ligado a la irrelevancia de su propia condición de hombre, blanco, hetero –, y se cierra con una reflexión sobre los genitales de los bebés – desde una nueva, también por refundar, paternidad –, nació de la necesidad de entender qué había hecho con él la educación, no solo paterna sino también sentimental – “todos esos tebeos de Robert Crumb y Joe Matt, Mallrats, las novelas de Frédéric Beigbeder” –, “y por qué tenía derecho a estar enfadado”. “Quería encontrar mi propio discurso, un sitio desde el que empezar a trabajar”, una Teoría King Kong propia, “una teoría Game Boy”, o, quizá, teniendo en cuenta la necesidad de acabar con “los privilegios”, game over.
Si hacemos caso de la analogía punk, ya no existe ninguna puerta que contenga la necesaria atomización activista del hombre. Y es cierto que Parkas no está solo. Hay, en opinión de Iván Repila, autor de una novela que apunta en la línea de lo que habla Parkas, El aliado, “una inmensa mayoría de hombres deseando cambiar”, y para hacerlo, “primero van a tener que mirarse al espejo y tomar conciencia de hasta qué punto han sido y siguen siendo machistas, y empezar a corregirse” lo que dará lugar a un proceso “de deconstrucción de la identidad doloroso, triste, y vergonzoso, en el sentido de que te hará consciente de hasta qué punto has sido un mal compañero en una batalla que nos afecta a todos”. ¿Y luego? “Luego tendrán que mirar alrededor y revolucionar a aquellos que aún no se hayan revolucionado, y no dejar pasar ni una al machismo mainstream, claro”. Hacer frente a lo que Parkas llama “la Contrarreforma”, la respuesta “reaccionaria ante cualquier intento de cuestionamiento de sus privilegios" que el machismo está articulando. Lo que sea que está en marcha, no ha hecho más que empezar.
La conexión Solanas
En su famoso y pisoteado Manifiesto SCUM, Valerie Solanas, la activista que intentó (y casi consiguió) matar a Andy Warhol, esboza la idea de hombre nuevo que defiende Parkas en la teoría, y, en la batalla que presentan las mujeres contra la vieja idea de hombre, los incluye en un pequeño ejército aliado llamado Cuerpo Auxiliar Masculino, integrado por, dice Solanas, "hombres que se emplean, metódicamente, en su propia eliminación". Lo que, desde la teoría, podría consistir en hombres teorizando, como Parkas, contra la idea de hombre con sus propia ideas porque, como apunta él mismo en uno de los ensayos de Game Boy, "muchos de los libros de no ficción sobre masculinidades firmados por hombres, o bien construyen un discurso a través de la cita feminista, entrecomillando a pensadoras como Judith Butler, Rebecca Solnit y Caitlin Moran, o bien articulan el pensamiento desde la siempre preclara trinchera queer". La sensación es la de que "el hombre no piensa dedicar ni un minuto de su tiempo a teorizar sobre algo que atañe al hombre", añade. Y eso va a empezar a tener que acabarse.
Babelia
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