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Muere Izzy Young, el gran propagandista de la música folk

A través de su Folklore Center, lanzó a Bob Dylan, John Sebastian, Phil Ochs o Tim Buckley

Izzy Young (a la izquierda) y el cantante Tim Buckley, en el Folklore Center en 1969.
Izzy Young (a la izquierda) y el cantante Tim Buckley, en el Folklore Center en 1969.GETTY IMAGES
Diego A. Manrique

Israel Goodman Young, más conocido como Izzy Young, murió el lunes 4 de febrero en su casa de Estocolmo (Suecia), con 90 años. Young fue el más ferviente publicista de la música folk en la ciudad de Nueva York, con sus programas de radio en la emisora WBAI, sus escritos en la revista Sing Out! y su famoso Folklore Center, imitado en numerosas ciudades. En su faceta de promotor de conciertos, organizó el primer recital de Bob Dylan en una sala del Carnegie Hall. Como solía ocurrir con sus iniciativas, fue una ruina: “Apenas vendimos unas docenas de entradas, pero a lo largo de los años me he encontrado con miles de personas que me aseguraban que estuvieron allí.”

Izzy nació en 1928 en el Lower East Side neoyorquino, en el seno de una familia de judíos polacos. Probó con diferentes oficios hasta que en 1957 abrió el Folklore Center en el número 110 de MacDougal Street, en Greenwich Village, el afamado barrio bohemio neoyorquino. Fue el punto de encuentro de la creciente comunidad de folkies, a los que se ofrecía una combinación de biblioteca y tienda donde se vendían libros, revistas, discos, instrumentos y accesorios. Un espacio libérrimo, con pocas reglas: estaba la prohibición de consumir marihuana, aunque los más rebeldes fumaban en el retrete.

Cartel del primer recital de Bob Dylan en Nueva York, en 1961, organizado por Izzy Young.
Cartel del primer recital de Bob Dylan en Nueva York, en 1961, organizado por Izzy Young.

En el Folklore Center se desarrollaban presentaciones informales y jam sessions. Young también montó actuaciones en el cercano Gerde’s Folk City y otros espacios, aunque nunca logró rentabilizar su papel de, hoy diríamos, influencer. Su vocación de activista le llevó a organizar el llamado beatnik riot, una ruidosa manifestación en 1961 contra el veto a la música que gente anónima hacía en Washington Square (tras una larga batalla en los tribunales, Izzy consiguió la derogación de aquella ordenanza municipal). También se enorgullecía de ser el responsable del primer concierto contra la guerra del Vietnam que se celebró en Manhattan.

Estéticamente, era un purista, radicalmente opuesto a la entrada de instrumentos eléctricos. A pesar de que Bob Dylan le regaló canciones, incluyendo un simpático talking blues sobre el Folklore Center, rompieron relaciones cuando el de Minnesota se pasó al rock y arrastró al resto del movimiento. Con el tiempo, hubo un acercamiento. Dylan le retrató cálidamente en su libro de memorias, Crónicas. Y Young aplaudió la concesión del Nobel, aunque típicamente recriminó a la Academia que lo hiciera demasiado tarde, superadas ya sus cumbres creativas. 

El boom del folk comercial le sentó muy mal: sufrió efectos indeseados, como la invasión de desconocidos que robaban en su tienda. Trasladó el Folklore Center a la menos peligrosa Sexta Avenida y, en lo personal, se dedicó a explorar otras tradiciones musicales. Fascinado por el folk sueco, provocó la consternación de sus amigos cuando, a principios de los años setenta, abandonó su apartamento neoyorquino (un chollo envidiable, con un alquiler mensual de 75 dólares) y se instaló en Suecia, abriendo en Estocolmo el Folklore Centrum, con las mismas premisas del local original.

Aunque tarde, llegarían los reconocimientos por su labor. Se reunieron sus escritos, bajo el título de La conciencia del folk revival. La televisión sueca rodó un documental, Talking Folklore Center, que le presentaba visitando Nueva York y planteándose si sería posible en los años de Reagan una iniciativa similar. Aparte de músicos, hablaba en cámara con antiguos clientes del Folklore Center, desde el poeta Allen Ginsberg a Ed Koch, entonces alcalde de la ciudad. Este último reconocía la gentrificación del Greenwich Village, aunque atribuía parte de la responsabilidad a los cantantes, pintores y escritores que, cuando se convirtieron en millonarios, no invirtieron nada en preservar el espíritu de comunidad creativa.

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