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Reportaje:MÚSICA

El ángel ansioso

Diego A. Manrique

Aun a riesgo de caer en la más pringosa necrofilia, debe recordarse: la historia oficial de Jeff Buckley (1966-1997) parece materia precocinada para elaborar una tragedia estadounidense; la suya es una de esas tragedias que inspiran tantas novelas, memorias, dramas, películas "made in USA". Resumiendo: Jeff descendía de Tim Buckley (1947-1975), seguramente el más experimentador de los cantautores de los sesenta. Tim era un vocalista inquieto y vigoroso, cargado de testosterona. Murió estúpidamente, víctima de una sobredosis al consumir heroína cuando creía que le ofrecían cocaína.

Jeff tenía entonces ocho años, apenas trató a su progenitor. Pero creció entre música -"estaba magnetizado por Van Morrison"- y terminó en grupos de rock vulgares, como parte de un periodo de aprendizaje y humillación que creía necesario antes de volar con ruta propia. Su California natal no se prestaba a sus sueños, el nombre de Tim Buckley no significaba mucho allí (nunca consiguió ni un disco de oro). Fue diferente en Nueva York, donde hay memoria larga y respeto por el talento ambicioso. Además, Jeff era guapo como un pecado, cantaba todo lo que le apetecía y se hacía querer por su sensual vulnerabilidad.

Fichó por Sony y lo que explica la actual edición ampliada de Grace es la lucha por hacer un disco vendible y representativo. Jeff podía haber grabado a capricho -un tema con éste, otro con aquél- pero prefirió integrarse en un grupo, "necesito el contacto humano". Él y sus tres compañeros se enclaustraron en un estudio de Woodstock, montado de manera que Jeff podía tocar acústico o eléctrico, lo que le pidiera el cuerpo. En el DVD The making of Grace, se confiesa como alguien que se distraía fácilmente, incapaz de centrarse en una única línea musical, un problema exacerbado por la multiplicidad de opciones que permite el proceso de mezclas. Grace era un disco grandioso, a veces desmedido, con opulentas orquestaciones. Sus canciones estaban ancladas por lecturas escalofriantes de Leonard Cohen (el erotismo bíblico de Hallelujah), Benjamin Britten (Corpus Christi carol) y Lilac wine, un standard identificado con Nina Simone. Grace tenía una extravagante gravedad que impidió que se convirtiera en el pelotazo esperado, aunque tal vez influyó la disonancia entre lo registrado y el Buckley de directo.

El segundo CD del nuevo Grace junta grabaciones inéditas con temas dispersos en discos varios. Aun sin contar con ejemplos de lo que hacía con el espinoso guitarrista Gary Lucas, la recopilación despliega una asombrosa panorámica de sus tentaciones sonoras. Jeff tenía el don de la imitación: se transformaba en Nina Simone para cantar The other woman, se mostraba tan truculento como Screamin' Jay Hawkins en Alligator wine, parecía un recogedor de algodón en Parchman farm blues, cantaba soul del sello Stax en I want someone badly. Hacía un Hank Williams fantasmal en Lost highway y un Dylan serio en Mama, you been on my mind. Sin olvidar los homenajes a Edith Piaf o Billie Holiday, puntos álgidos de sus arrebatados primeros conciertos, resumidos en la versión Legacy de Live at Sin-é, que fue en 1993 el primer disco editado bajo su nombre. Generacionalmente, Jeff pertenecía a la quinta del grunge. Compensaba su tendencia a la angustia angelical con ásperas descargas de decibelios. Con sus agudos, podía reconvertir su grupo en Led Zeppelin II pero también atacaba el brutal Kick out the jams, de MC5, y alargaba Kanga-roo, de Alex Chilton, con una ruidista coda repetitiva digna de las noches más salvajes de la Knitting Factory.

Grace se convertiría en un raro disco-de-culto masivo. Jeff continuó arrasando en vivo mientras se atascaba con el segundo disco. Abandonando al productor de Grace, Andy Wallace, se unió a uno de sus héroes, el guitarrista Tom Verlaine, para grabar My sweetheart the drunk. Insatisfecho, desechó la producción y partió para Memphis, dispuesto a grabarlo de nuevo. Allí estaba a principios de junio de 1997, relajándose con un amigo a las orillas del Misisipí. En uno de sus gestos grandilocuentes, se echó al agua totalmente vestido. Tardaron días en recuperar su cuerpo: se ahogó en el río mítico de la música estadounidense, ese Misisipí tan generoso como traicionero.

Mary Guibert, su madre, se ha ocupado de que Jeff no sea únicamente otro cadáver maravilloso más en la crónica negra del rock. Bajo su supervisión, se reconstruyó lo que pudo ser su segundo álbum bajo el título de Sketches for my sweetheart the drunk. También se lanzó un DVD, Live in Chicago, y una colección de directos, Mistery white boy. Ella ha sido la responsable de este engordado Grace que enriquece nuestra percepción del artista: vanidoso pero inseguro, intuitivo y obsesivo, pletórico y atormentado. Eso sí, el personaje extramusical queda en la sombra: tal vez ese anunciado documental de la BBC, que presenta su amiga Chrissie Hynde, ayude a completar un Jeff Buckley tridimensional.

El cantante Jeff Buckley (1966-1997).
El cantante Jeff Buckley (1966-1997).DAVID GAHR

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