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Cultura | Trote
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La tropa gallega

Xacio Baño da el salto al largo manteniendo su particular estilo: cartilla de racionamiento de información, poca presencia de los diálogos, relato abierto

Javier Ocaña
María Vázquez y Celso Bugallo, en 'Trote.
María Vázquez y Celso Bugallo, en 'Trote.

Tanto en el formato del cortometraje como en el del largo, de entre la diversidad de cines del territorio nacional quizá sea el gallego el que en los últimos años se ha desplegado con un estilo más reconocible y genuino. Películas en galego, apegadas a la tierra, a su gente, sobre el recuerdo, el vacío y la ausencia, más pendientes del espacio físico y de su visualización (cuerpos, lugares) que de la palabra y, sobre todo, de la trama. Un cine fundamentalmente de imagen y muy sensorial, el de autores como Oliver Laxe, Lois Patiño, Eloy Enciso, Ángel Santos y Anxós Fazans en el formato largo y, entre otros, Álvaro Gago y Xacio Baño en el corto, que ha encontrado un fuerte eco en diversos festivales internacionales, fundamentalmente el de Locarno, el más cercano a sus esencialidades.

TROTE

Dirección: Xacio Baño.

Intérpretes: María Vázquez, Diego Anido, Tamara Canosa, Celso Bugallo.

Género: drama. España, 2018.

Duración: 83 minutos.

Baño, al que recientemente la Casa Encendida de Madrid ha dedicado una retrospectiva, había apuntado con tres interesantísimos cortos (Anacos, Ser y voltar y Eco), y ahora da el salto al largo con Trote, manteniendo su particular estilo: cartilla de racionamiento en cuanto a la información ofrecida, poca presencia de los diálogos, relato abierto, nula importancia de la trama y del desarrollo de la historia, preponderancia de los subtextos y ritmo pausado, contemplativo y acorde con la fuerza de sus metáforas. Todo ello con continuos reencuadres físicos, más cortos, con la ayuda de ventanas y puertas, interiores oscuros y exteriores luminosos, que van marcando el encierro al que se ven abocadas sus criaturas. Reencuadres del espacio que se filma, y que pueden trazarse incluso con el colchón de una cama, partiendo la pantalla en dos y acogotando a sus seres a la deriva.

Paredes desnudas, cuerpos desnudos. Vidas desnudas. Esencialmente la de una mujer de pueblo, la que se quedó con sus padres mientras su hermano marchó a la ciudad, información, por cierto, que hay que deducir porque nunca se da. Una yegua aparentemente domada por los hombres de su familia, pero a punto de explotar, como los caballos de la Rapa das bestas, la fiesta tradicional gallega del corte de las crines de los equinos, que ejerce de figura simbólica de las interioridades de la protagonista: la excelente María Vázquez, mirada derrotada, cuerpo en tensión. Baño, así, compone una película áspera y sincera, vehemente y difícil, sobre la fuerza de lo primario. Otra obra que sumar a las de sus compañeros de generación del cine gallego.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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