Eduardo Mendoza: “Hay que luchar por la excelencia en la literatura”
El escritor barcelonés habla de su nueva novela, 'El rey recibe', en una charla con lectores
"He leído sus libros y me lo imaginaba tal cual he visto hoy que es". La confidencia de un admirador sonó casi a declaración de amor al escritor barcelonés Eduardo Mendoza, de 75 años, en el VII Encuentro Librotea | EL PAÍS, celebrado el miércoles por la noche en Madrid, para hablar de su última novela, El rey recibe, (Seix Barral), primera entrega de una trilogía que arranca en los años sesenta en España. Ese "tal cual" del lector describía el humor que domina en los libros de Mendoza y que forma parte de su manera de expresarse, con ironía y sin tomarse nada muy en serio, ni siquiera a sí mismo, con distancia, y que despertó varias veces las risas del centenar de asistentes al acto en el espacio Ámbito Cultural, de El Corte Inglés de Callao.
En conversación con la directora editorial de Seix Barral, Elena Ramírez, el autor recordó cómo se le despertó el deseo por escribir cuando, de niño, comenzó a leer cuentos infantiles, empezando por el primero, que se titulaba Don Huevo Pelado, un tipo de nombre, divertido, que ha replicado en muchos de sus personajes. Luego siguió con los tebeos clásicos de su época, Roberto Alcázar y Pedrín, El guerrero del antifaz y dos que, confesó, le influyeron mucho, La familia Cebolleta y Las hermanas GIlda.
De ahí, Mendoza contó cómo fue la complicada gestación de su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta, publicada en abril de 1975, pero que la censura había echado atrás dos años antes, entre otras razones por su título original, Los soldados de Cataluña, y sobre todo porque, como subrayó el funcionario al que le tocó leerla y juzgarla: "Era una novela estúpida, confusa y pésima". Un veredicto con el que Mendoza "estaba de acuerdo en todo", bromeó.
Ese retraso la convirtió "en la primera novela de la Transición" y en un exitazo que al autor le pilló en Nueva York, trabajando de traductor. "Allí viví 11 años, al principio con miedo, porque tenía fama de ciudad violenta, pero como había tanta gente pensaba que no me tocaría, era como la lotería". Al año siguiente de su lanzamiento, le comunicaron que su libro había ganado el Premio de la Crítica. Curiosamente, fue el primero que se reseñó en EL PAÍS, por Juan García Hortelano. "Pregunté si el galardón estaba remunerado, pero no... Vine a recogerlo y me dijeron que había una cuenta bancaria con el dinero de mis derechos de autor. Pensé que daría para una cena con amigos. Cuando me dijeron la cantidad que había, casi me desmayo. Ahí me di cuenta de lo mucho que se había vendido". Ese triunfo le llevó a no saber muy bien qué camino tomar. "Seguí escribiendo y saqué El misterio de la cripta embrujada, y ahí la crítica dijo: 'Sale con esto... y habíamos confiado en él", rememoró con humor.
Luego llegaron más títulos, hasta Sin noticias de Gurb (1991), un pelotazo que alcanzó varios países, entre ellos Japón, donde el traductor decidió que la palabra "churros", que tanto le gustaban al protagonista, no se tradujera. "Gracias a Gurb, los japoneses comen hoy churros".
De ahí enlazó con su nueva novela, El rey recibe, de la que, dijo, en un acto en que coincidió con el rey Felipe, este le preguntó en qué estaba. "Cuando le dije el título, el Rey quiso saber más". "¿Y qué recibe?", preguntó. Entonces, le respondí: "No se preocupe, que acaba bien".
El protagonista de este libro es el periodista Rufo Batalla, que sigue un periplo como el que vivió su autor, Londres, Praga... Y le mandan a cubrir una boda de un príncipe porque eso no interesa a nadie y él es el menos importante de su redacción. Sin embargo, Batalla conoce al rey, "una mezcla de pícaro, estafador e iluminado que quiere recuperar el título de su país, desaparecido entre el dominio de la Unión Soviética".
El autor de obras como La ciudad de los prodigios explicó cómo es su proceso creativo: "Escribo a mano y con pluma, le voy haciendo añadidos al papel, reescribo mucho y cuando ya no se entiende nada, lo paso al ordenador", aunque ese desorden y caos tiene un fin: "Hay que luchar por la excelencia en la literatura, que cada frase, aunque sea la más tonta del libro, esté pulida y revisada".
Interrogado por el compromiso de los intelectuales españoles en la actualidad, el premio Cervantes en 2016 señaló que "ese compromiso debe ser con la escritura, y como ciudadano público a veces uno tiene que pronunciarse, pero no necesariamente en su literatura". Y, para acabar con humor, Mendoza respondió a una cuestión inesperada: "Usted y su obra salen mucho en las preguntas del concurso Saber y ganar. ¿Es que es usted amigo del presentador, Jordi Hurtado?". "Sí, lo soy, quizá sea por eso, veo ese programa y me divierte, pero no sé...".
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