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Contando los sesenta

Eduardo Mendoza inaugura una trilogía con una obra maestra. 'El rey recibe' habla de la transformación de la sociedad española desde la arribada de la tecnocracia hasta el asesinato de Carrero Blanco

José-Carlos Mainer
Ilustración de Fernando Vicente.
Ilustración de Fernando Vicente.

En la cubierta de la última novela de Mendoza campea la figura inconfundible, entre socarrona y cómplice, del gato Fritz, el héroe del cómic underground de Robert Crumb, que fue un emblema de los sesenta. Pero el héroe de Eduardo Mendoza, el periodista Rufo Batalla, tiene poco que ver con las transgresiones de Fritz aunque sea su coetáneo: Rufo es, en sus propias palabras, un “amante mediocre, escaso de medios y de temperamento abúlico, pero con el certificado de buena conducta grabado en el rostro”. El lector deberá tomar muy en cuenta el título global de la trilogía que ahora comienza —­Las tres leyes del movimiento— aunque no se refiera al Movimiento por antonomasia (que todavía gravitaba inmóvil sobre el país), sino a las tres leyes que Isaac Newton formuló en 1687 sobre la inercia de los cuerpos, la aceleración que produce la aplicación de una fuerza y la simultaneidad de acción y reacción. Esta novela habla de la inercia de una sociedad, de la aceleración de síntomas de cambio y, a fin de cuentas, del intercambio de acciones y reacciones que se dieron entre la arribada de la tecnocracia y la muerte de Carrero Blanco, que fue como si llegara —pensaba Rufo— el final de la inocencia de todos.

El protagonista es el periodista Rufo Batalla, caviloso y desconcertado, irresoluto y atrevido

El último de los jocosos textos multilingües en cursiva que jalonan este relato, a modo de intertítulos (con visos de comentarios, avisos o sarcasmos), lo asevera: “Los vientos siguieron soplando todos esos días. Estos vientos que habían traído las lluvias. La lluvia se había ido; pero el viento se quedó”… Resulta inevitable que Rufo Batalla y su inventor hayan padecido la misma climatología histórica, hayan vivido en Cataluña y en Estados Unidos y hablen idiomas, pero, en rigor, Rufo se parece fundamentalmente a otros protagonistas de Mendoza: caviloso y desconcertado, irresoluto y atrevido, enamoradizo pero también cauto y egoísta. Y como todos ellos, propenso a enredarse en tramas complejas e inverosímiles y a soportar con entereza los fracasos. Es un periodista vulgar y un golpe de suerte le hace director de una revista ilustrada, Gong, una de tantas de las que proliferaron a finales de los sesenta. Emigrado a Nueva York, es funcionario de una aburrida oficina comercial del Gobierno español. Pero cada uno de sus pasos por la vida le suscita afiladas reflexiones sobre alguna de las fuerzas históricas en movimiento. Su trabajo en el periódico, por ejemplo, le lleva a un análisis de los cambios políticos de los años sesenta y a trazar unos esbozos certerísimos del Franco decrépito o del zascandil Fraga Iribarne, inventor de aquel eslogan “necio pero brillante” Spain is different. La ruptura con su novia Claudia Centellas nos proporciona el inolvidable discurso de Fermín, padre de la muchacha y franquista acérrimo, sobre los beneficios y la generosidad del franquismo. La llegada a Nueva York propicia una sensata reflexión sobre el desprecio que los europeos progresistas de los años sesenta sienten por la ciudad (que, algunas páginas después, se contrapone a una briosa defensa de su vida cultural por parte de Rufo… y de Mendoza). Se comenta la singular afición de la progresía barcelonesa por los declinantes teatros de variedades y, ya en Nueva York, se avizora el nacimiento de una conciencia gay. Y el encuentro con el artista francés Yves (intérprete de música clásica que se dedica a performances profanatorias) despliega una estupenda discusión sobre la vanidad del artista moderno.

Como otros personajes del autor, es propenso a enredarse en tramas complejas e inverosímiles
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De ese modo, la novela se configura sobre las dos dimensiones que Mendoza ha ido convirtiendo en referencia de su obra: la creación de personajes y relaciones, a medias entre un realismo afectuoso, casi cervantino, y el humor derogatorio, y el desarrollo de brillantes digresiones sobre el contexto del relato. Novela y ensayo interactúan con esa naturalidad que parece patrimonio exclusivo de la narración anglosajona. Pero tampoco puede faltar en un relato de Mendoza la vía de escape hacia una realidad fantástica. La absurda relación de Rufo con el príncipe heredero de Livonia y su esposa Isabella (a la que conoce como Mónica Coover) inicia la novela, cuando misteriosamente recibe el encargo de escribir la crónica de su boda en Formentor y la única entrevista que concede el futuro monarca. Y la relación se reanuda, casi al final del relato, cuando en el hotel Waldorf Astoria el príncipe está a punto de encargarle una misión secreta que le llevará a Tokio. El humor es el territorio natural de la ficción de Mendoza, pero aquí distinguimos una comicidad cercana al slapstick y una desbocada fantasía hilarante. Las nupcias mallorquinas tienen mucho de la agitación de lo primero; en la entrevista con el príncipe Tukuulo (y su inverosímil séquito), este narra una sinopsis de la historia de Livonia que se convierte en uno de los delirios imaginativos más irresistibles de la literatura española: un país báltico de clima letal, poblado por pacíficos caníbales, que nunca quiso conocer el cristianismo y que fue disputado por daneses y ucranios. Le sigue un breve adagio triste… Aturdido por lo que ha escuchado, sin saber si irá a Tokio (nadie le ha llamado por teléfono, ni le da razón de sus anfitriones), Rufo Batalla hace balance de su vida en la víspera del fin de año que celebran los demás…

Los lectores le esperamos en la próxima novela. Y ya sabemos que, sin duda, será otra obra maestra. Como lo es esta.

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Autor: Eduardo Mendoza.


Editorial: Seix Barral (2018).


Formato: tapa blanda y versión Kindle (368 páginas).


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