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Crítica | Colette
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La conquista de una identidad

La figura de Sidonie Gabrielle-Colette proporciona los suficientes componentes dramáticos para que el director pueda ejecutar su operación sin demasiados desvelos

Keira Kinghtley, en 'Colette'.
Keira Kinghtley, en 'Colette'.

En su libro Un mundo aparte. 50 visiones cinematográficas sobre la creación literaria (Editorial UOC), Raúl Cornejo recuerda las reservas del cineasta David Cronenberg frente al subgénero del biopic literario, manifestadas antes de afrontar su adaptación de El almuerzo desnudo. El tópico visual del escritor ante la página en blanco y el mecánico empleo de la elipsis funcionan como arbitrario cliché para sortear el problema de lo irrepresentable que resulta el proceso creativo del escritor. Los biopics literarios siempre acaban hablando de otra cosa, dejando la propia literatura en un cuestionable fuera de campo. Colette, de Wash Westmoreland, pese a los insistentes planos en los que la pluma de la protagonista avanza, crea, tacha y corrige sobre un manuscrito, no es ni mucho menos una excepción.

COLETTE

Dirección: Wash Westmoreland.

Intérpretes: Keira Knightley, Dominic West, Eleanor Tomlinson, Fiona Shaw.

Género: biopic. Reino Unido, 2018.

Duración: 111 minutos.

La figura de Sidonie Gabrielle-Colette proporciona, no obstante, los suficientes componentes dramáticos para que el biógrafo cinematográfico pueda ejecutar su operación sin demasiados desvelos: partiendo de un guion coescrito junto al malogrado Richard Glatzer y Rebecca Lenkiewicz, guionista de Ida (2013) y Disobedience (2017), Westmoreland decide reducir su Colette a una historia de emancipación creativa, centrándose en sus primeros pasos a la sombra –los años Claudine- y las tensiones de su vampírico matrimonio con Henry Gauthier-Villars, a quien Dominic West hace un flaco favor interpretándole como si estuviera participando en una competición mundial de irreprochable dicción inglesa. Por fortuna, Keira Knightley da vida a la escritora como si esa identidad cayera sobre sus hombros con la misma naturalidad con la que, en su momento, el característico peinado Claudine fue adoptado por sus lectoras. La fama del personaje de ficción y los desafíos de la autora a la moral de la época salen a relucir, pero un estéril academicismo coloca este trabajo en el mismo montón de biopics literarios demasiado mecánicos al que aludía Cronenberg.

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