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Crítica | Dogman
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un cuento cruel

La historia de un avasallado cuidador de perros que deberá hacer frente al ogro que lo somete, donde el lenguaje simbólico de los cuentos se superpone a la realidad

Marcello Fonte, en 'Dogman'.
Marcello Fonte, en 'Dogman'.

Matteo Garrone no tomó la decisión más razonable de su carrera con El cuento de los cuentos: su adaptación de algunos relatos del Pentamerón de Giambattista Basile le permitió explorar un territorio ya abordado por una de sus figuras tutelares –Francesco Rosi- y se resolvió en una película cargada de incontestable fuerza plástica, que revelaba lazos entre ese inconsciente colectivo, canalizado en los cuentos de tradición oral, y algunas contemporáneas patologías del comportamiento –la fijación fetichista, la compulsión maternal, el culto a la belleza-, pero todo se desestabilizaba a causa de un medular problema de lenguaje. Lo que hubiese requerido de la musicalidad del dialecto napolitano optaba por la funcionalidad (y la impersonalidad) de un inglés manejado como estrategia para abrir mercados. El pie forzado provocaba que el artificio se impusiera a la verdad. Con Dogman, no obstante, el cineasta demuestra que el viaje no fue del todo inútil, porque algo se trajo de vuelta para aplicar un nuevo –y estimulante- cortocircuito a la memoria del neorrealismo.

DOGMAN

Dirección: Matteo Garrone.

Intérpretes: Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Nunzia Schiano, Aldira Baldari Calabria.

Género: drama. Italia, 2018.

Duración: 103 minutos.

Si en Reality (2012) Garrone jugó a hacer neorrealismo desde un foco tan desconcertante, en principio, como la subjetividad paranoica de su protagonista, en este historia de un avasallado cuidador de perros que deberá hacer frente al descontrolado ogro que lo somete será el lenguaje simbólico y arquetípico de los cuentos tradicionales lo que se superponga sobre una realidad concreta, tangible, degradada y sucia, que, a través de ese juego lingüístico, se transformará en universal y abstracta. Marcello Fonte, con su mirada desamparada, el físico de un junco a punto de romperse y la grandeza de un caricato trágico de posguerra, hace de su personaje una verdadera creación: un ángel mancillado, un pusilánime irritante, un patético payaso de las bofetadas que, cuando intente recorrer el camino del héroe, solo encontrará silencio y vacío.

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